Palabra de Dios 22 de Marzo 2024. 5to. Viernes de Cuaresma.

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Evangelio del dia.

PRIMERA LECTURA.

De la carta a los hebreos (5, 7-9)

Hermanos: Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones
y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía
librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de
que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su
perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para
todos los que lo obedecen.

Palabra de Dios.

SALMO.

Salmo (30, 2-3a. 3b-4. 5-6. 15-16. 20)

R. Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.

A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado;
Señor, tú, que eres justo, ponme a salvo. Escucha mi oración.
R.

Ven a rescatarme sin retardo, sé tú mi fortaleza y mi refugio.
Pues eres mi refugio y fortaleza, por tu nombre, Señor, guía mis
pasos.
R.

Sácame de la red que me han tendido, pues eres tú mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu y tu lealtad me librará,
Dios mío.
R.

Pero yo en ti confío; «tú eres mi Dios», Señor, siempre te
digo; mi suerte está en tus manos, líbrame del poder de mi
enemigo que viene tras mis pasos.
R.

Qué grande es la bondad que has reservado, Señor, para tus
fieles. Con quien se acoge a ti, Señor, y a la vista de todos, ¡qué
bueno eres!
R.

SECUENCIA: Esta secuencia es opcional tanto en
su forma larga como en su forma breve, desde
*¡Oh dulce fuente de amor!

La Madre piadosa estaba
junto a la cruz, y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh cuan triste y afligida
estaba la Madre herida,
de tantos tormentos llena,
cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena!

¿Y cuál hombre no llorara
si a la Madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde lo veo,
tu corazón compasivo.

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.

*¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Y, porque a amarlo me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance, vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

EVANGELIO.

Evangelio según san Juan (19, 25-27)

En aquel tiempo, estaban junto a la cruz de Jesús, su madre,
la hermana de su madre, María la de Cleofás y María
Magdalena.
Al ver a la madre y junto a ella al discípulo a quien tanto
quería, Jesús dijo a su madre: «Mujer, ahí está tu hijo.» Luego
dijo al discípulo: «Ahí está tu madre.» Y desde entonces el
discípulo se la llevó a vivir con él.

Palabra del Señor.

O bien:

EVANGELIO.

Evangelio según san Lucas (2, 33-35)

En aquel tiempo, el padre y la madre del niño estaban
admirados de las palabras que les decía Simeón. El los
bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha
sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel,
como signo que provocará contradicción, para que queden al
descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una
espada te atravesará el alma”.

Palabra del Señor.

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES.

La santísima Virgen María estuvo íntimamente unida a la
pasión de su Hijo. Por eso está asociada de un modo particular
a la gloria de su resurrección. La compasión de María, que
celebramos en esta fiesta, nos recuerda que al pie de la cruz la
maternidad de María se extendió a todo el cuerpo de Cristo,
que es la Iglesia, es decir, a todos nosotros.

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