San Pío X, Vida
“Sus parientes”
No es ningún secreto afirmar que Pío X, fue un anti nepotista y que, característica destacada de su Pontificado, fue la absoluta ausencia de cualquier solicitud o preocupación por sus numerosos parientes, los cuales continuaron viviendo pobremente y tan desconocidos como antes.
Con ellos conservo siempre aquella familiaridad y amistad que había tenido en el pasado; pero no quiso nunca levantarlos por encima de su condición humilde, en la que habían nacido y en la que Vivian. Y su casita de Riese –hoy en día símbolo de gloriosa humildad– no cambio nunca de aspecto y continuo con los mismos muebles que lo vieron niño, joven y sacerdote.
El mismo día en que desde una apacible sombra subía al vértice de una grandeza mas divina que humana, se le pregunto qué títulos nobiliarios pensaba dar a sus tres hermanas solteras que, humildes y piadosas, le habían seguido durante todas las etapas de su vida y que, obedeciendo a afectuosas e insistentes presiones, había llamado a Roma: “¿Qué títulos…? -contesto con calor-: ¡Llamadlas hermanas del Papa! ¿Qué titulo mas honorifico que éste? Los de mi familia deben reconocer lo que son y lo que han sido siempre: ¡pobres! ¿No sabéis que mis hermanas, después de mi muerte, volverán a trabajar”.
“la primera vez que lo vimos en el vaticano –testimoniaba su hermana María Sarto –su primera recomendación fue esta: “Os recomiendo llevar la vida sencilla, modesta y retirada que habéis hecho hasta ahora”.
Y a ellas, que no se las había dejado enorgullecerse ni de la mansión episcopal de Mantua, ni de las magnificas salas del Palacio Patriarcal de Venecia, no les asigno ni villas, ni posesiones, ni palacios, sino tan solo un modesto pisito tercero de la desaparecida plaza Rusticucci, y, al morir, con un testamento digo de un Papa de las catacumbas, sintió la necesidad de recomendarlas a la caridad de su sucesor, rogándole les asignara tan solo 300 liras mensuales. “Una clausula que causo estupor y conmovió al mundo.”
Su único hermano, Ángel, continúo siendo lo que era: un modesto empleado de Correos en la pequeña aldea del Santuario de las Gracias, junto a Mantua. Y su cuñado, Juan Bautista Parolin, de Riese, continuo haciendo de simple hostelero del pueblo.
Tanto el hermano como el cuñado, pocos días después de su elección como Pontífice, se trasladaron a Roma para saber que tenor de vida debían seguir, desde el momento que la familia Sarto podía vanagloriarse de tener un Papa.
-¿Tenor de vida? –Contesto secamente Pío X- os lo diré en dos palabras: Si no habéis vuelto señores, dejad de trabajar; de lo contrario, continuad como antes. Porque me han dado una cruz, ¿queréis vosotros hacer de señores?
Y dirigiéndose a su hermano, le dijo: “Eres cartero, tienes de que comer. ¡A Roma no se viene más que para una breve visita!”
No pensó jamás en llamar al Vaticano a su único hermano, como muchos deseaban. Acostumbraba a decir: “Mi hermano se encuentra bien donde esta” y, bromeando, añadía: “Viniendo a Roma, estropearía su posición”.
El marqués de Bagno, que conocía a Pío X, desde los tiempos en que era obispo de Mantua, durante una audiencia se atrevió a decirle que a él, como diputado parlamentario, le sería muy fácil conseguir el traslado de su hermano desde la pequeña aldea de las Gracias, de Mantua, a Roma, en donde podría ocupar un lugar más decoroso y remunerativo. Y le pedía su augusto consentimiento.
¡Ojala no hubiera hecho nunca una propuesta similar!
El santo, de pronto, arrugo la frente y, en tono decidido, contesto:
Mi hermano no debe abandonar en absoluto las Gracias y no debe obtener ningún beneficio porque yo haya sido elegido Papa.
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¿Pero nada en absoluto? –repuso el ilustre interlocutor.
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-nada – replico el Papa-. Nada en absoluto. ¡Como ha vivido hasta ahora, así puede seguir viviendo!