San Pío X, Vida
“Las organizaciones obreras de Alemania”
Conocemos las ideas sociales de Pío X y conocemos también en que programa quería fundamentar la acción de los católicos, ya en el campo religioso, ya en el campo económico-social.
“trabajen y desplieguen todas sus actividades los católicos –había dicho al comenzar su pontificado- pero con la condición de que atiendan, ante todo, al cumplimiento de los deberes de la vida cristiana a plena luz, sin temor, con franqueza y lealtad.”
Y aún más claramente había remachado el mismo pensamiento, disponerse a dar a la acción de los católicos italianos una ordenación nueva y más solida.
“característica necesaria de la acción católica –decía el 18 de diciembre de 1903- es la de manifestar abiertamente la fe.”
Por lo tanto, los católicos, en las obras y en sus organizaciones económico-sociales, no debían admitir ningún laicismo y ninguna a confesionalidad.
Los católicos no debían perder el orgullo de su fe; no debían nunca rebajarse a mendigar aquella vil neutralidad, la cual –como decía Pío X-, hecha de expedientes débiles y de más débiles compromisos, se resuelve en daño del justo y del honesto.”
La política de la “mano tendida” –como se diría hoy- además de ser un índice de debilidad, habría llevado el riesgo de sacrificar a los intereses terrenos, los intereses mucho más altos y más sagrados de la fe y de la moral de Cristo.
Pío X lo sabía. Habiendo vivido en Mantua y en Venecia siempre en contacto con el movimiento social – como hemos ampliamente documentado, había comprobado que las asociaciones neutras, sujetas a hombres y partidos que se servían del obrero como de un instrumento para sus intenciones, que no eran siempre las de la justicia y de la honradez, no podían promover el bien moral del mismo.
“las instituciones neutras –escribía el 19 de marzo de 1904- formadas con el pretexto de la protección al obrero, tienden en realidad a un fin bien diverso del de procurar el bien moral y económico de los individuos y de las familias.”
En segundo lugar, los católicos, en su acción económico-social, debían recordar que el obrero no era una masa de músculos o una maquina que grita y después se rompe, sino un hombre que en un pecho encierra destinos inmortales. Por ello, debían asegurar ante todo su bien religioso y moral, con la seguridad de que de él vendría también el bien social.
“el divino precepto –así declaraba Pío X– de pasar por los bienes temporales sin perder de vista los eternos, todavía hace sentir más fuerte la necesidad de proveer a la conservación y al incremento del espíritu cristiano en la clase trabajadora: de aquel espíritu cristiano, sin el cual el mejoramiento de dicha clase no alcanzara nunca la altura de los sobrenaturales destinos del hombre; si agudizamos siempre mas, en lugar de extinguirlas, las discordias sociales, y, en lugar de establecer en medio de los hombres el reino deseado de la justicia y de la caridad, se llegara fatalmente a convertir en cruentas las iras y las discordias ya dominantes. El mejoramiento económico –concluía- solo será bendecido por Dios y llegara a ser fuente verdadera prosperidad social, cuando será el resultado de la justicia unida en fraternal abrazo con la caridad.
Por ello, yerran gravemente aquellos que, al ocuparse del bien público, sosteniendo la causa de las clases trabajadoras, promueven que ordena la profesión cristiana, no avergonzarse a veces de cubrir, casi con un velo, ciertas máximas fundamentales del Evangelio, por temor de no ser escuchados y seguidos.”
Un error, este, que el condena todavía más claramente cuando la presidencia de la Unión Económica Social de los católicos de Italia, en el intento de ampliar la propia influencia acogiendo entre sus filas otras organizaciones obreras que se inspirasen también solamente en el concepto de la “justicia cristiana” le proponía una modificación de Estatuto para cubrir de algún modo el carácter abiertamente católico de la misma Unión.
A esta propuesta Pío X respondía con un no absoluto.
“tal propuesta –escribía- es absolutamente imposible de aceptar y, mucho menos, de aprobar, porque no es leal, ni decoroso, similar, cubriendo con una bandera equivoca, la profesión de catolicismo, como su fuese una mercancía averiada y de contrabando.
La unión Económica Social, por lo tanto, despliegue valientemente su bandera católica y permanezca firme con su Estatuto. ¿Fracasara nuestro empeño?
Continuaran las Uniones parciales, pero católicas, que conservaran el espíritu de Jesucristo, el cual no dejara de bendecirnos.
Y no menos claramente, con fecha de 15 de marzo de 1910, recordaba por medio de su cardenal secretario de Estado:
“El ‘non erubesco Evangelium’ proclamado con tanta firmeza por San Pablo, sea impreso con grandes e indelebles caracteres sobre la bandera de todas las instituciones católicas y una abierta y franca profesión cristiana forme su gloriosa divisa y la síntesis luminosa del carácter que las informa y distingue. Se demuestren católicas a toda prueba, no solo en la sombra, sino también a la luz de las grandes manifestaciones sociales, no solo en el silencio de la vida privada, sino también en el rumor de la vida pública.”
Estas enseñanzas sociales de Pío X llegaban en buen momento. Ya, desde hacia tiempo, dos tendencias dividían a los católicos alemanes por la cuestión de sus organizaciones obreras.
La tendencia de Colonia, considerando cada vez menos los contactos de los hombres como creyentes en una misma fe, para dar mayor relieve a los lazos nacionales, sostenía que los obreros católicos alemanes –en minoría. Debían organizarse con los obreros protestantes –en mayoría- sobre la base de una mentalidad común, con un cristianismo interconfesional, es decir, neutro: ni católico, ni protestante.
La tendencia de Berlín propugnaba que las organizaciones obreras católicas debían ser en todo y por todo confesionales.
La cuestión se había exasperado de tal manera que Pío X, para poner fin a un debate que turbaba profundamente las almas. Se vio obligado a intervenir con una aclaración dirigida al Episcopado alemán.
En esta encíclica social, del 24 de septiembre de 1912, el Papa, después de haber reprobado el interconfesionalismo –un cristiano vago y mal definido- al que apuntaba la corriente de Colonia, reprobaba igualmente aquella democracia político-social que reclamaba el derecho de sustraerse a la dependencia de la autoridad de la Iglesia, olvidando que la cuestión social no es puramente económica, sino sobre todo, religiosa y moral, como tal, sujeta al juicio y a la autoridad de la Iglesia.
“no dudamos –así escribía Pío X, fundamentándose una vez más en las directrices sociales de la Iglesia- no dudamos de repetirlo y proclamarlo: primer deber de todo católico, así en su vida privada como en la política y social, es custodiar firmemente y profesar abiertamente, sin ninguna timidez, los principios de la vida cristiana enseñados por el magisterio de la Iglesia católica y particularmente aquellos que nuestro Predecesor, con tanta sabiduría. Ha recordado en la encíclica “Rerum Novarum” principios que los obispos de Prusia, reunidos en Fulda en 1900, indicaron a sus fieles, y que vosotros mismos, ¡oh venerables hermanos! En vuestra respuesta a Nuestras preguntas sobre el mismo punto, habéis resumido, esto es, que todo cristiano, aun en el orden de las cosas temporales, no debe interesarse de las cosas sobrenaturales; que, todavía más, debe, siguiendo las reglas de la sabiduría cristiana, dirigir todos sus actos a Dios, como a su ultimo fin, y que todas las acciones del cristiano, siendo moralmente buenas o malas, es decir, en armonía o en desacuerdo con el derecho natural y divino, caen bajo el juicio y la jurisdicción de la Iglesia.
Y, pasando de la vida individual a la vida social, añadía:
“la cuestión social y las controversias por ella suscitadas sobre la naturaleza y la duración del trabajo, el salario, La huelga, no son materias puramente económicas que puedan venir reguladas fuera de la autoridad de la Iglesia, que la cuestión social, ante todo, es una cuestión moral y religiosa, regulándose y resolviéndose principalmente según las normas de las leyes y de las enseñanzas de la Iglesia.”
Afirmando estos inderogables principios Pío X se enfrentaba con la cuestión de los sindicatos obreros, demostrando que el sindicato católico es el sindicato normal, porque está en armonía con la doctrina de la Iglesia: doctrina de justicia, de caridad y de orden social.
“En cuanto a las asociaciones obreras –observaba el Papa- aunque su fin sea el de procurar ventajas a sus miembros, solo merecen ser aprobadas sin reserva y deber ser consideradas como las más eficaces para promover aun el bien material de sus miembros, aquellas que ante todo se apoyan en el fundamento de la religión católica y siguen abiertamente las directrices de la Iglesia. Según repetidamente Nos hemos declarado cada vez que se ha presentado la ocasión, para las diversas naciones. Es, pues, conveniente que en toda mera se favorezca la constitución de tal genero de asociaciones confesionales católicas, no solo – lo que está fuera de toda duda- en las comarcas católicas, sino en cualquier región, dondequiera que aparezca la posibilidad de salir al encuentro con ellas a distintas necesidades de los asociados.
Tratándose de asociaciones que tocan, directa o indirectamente, la causa de la religión, no se podría probar de ningún modo que en los países nombrados se propagasen y se favoreciesen las asociaciones mixtas, es decir, formadas de católicos y de no católicos. Para no señalar más que un punto, será claro que en semejantes asociaciones estaría expuesta a graves riesgos la fe de los católicos y la fiel observancia de las leyes y de los preceptos de la Iglesia. Y estos peligros, ya han sido señalados, por más de uno de vosotros, en las respuestas a Nos enviadas al respecto.”
Pío X, ante la defensa de intereses económicos comunes, no quería prohibir la cooperación entre las organizaciones obreras católicas y no católicas. Tales cooperaciones no suponen necesariamente la fusión de los sindicatos obreros; bastaba un acuerdo sobre determinados puntos. Este acuerdo se llamaba Alemania “Kartel”.
“Sin embargo, Nos no negamos –concluía- que no pueda ser permitido a los católicos, después de tomas todas las precauciones, trabajar para el bien común con los no católicos, a fin de mejorar las condiciones de los trabajadores, para una más justa distribución del salario y del trabajo y para promover todo otro fin útil y honesto, pero a través del pacto, tan oportunamente ideado, del “cartel”
La encíclica no imponía la supresión del estado de cosas existente; le imponía justos límites.
Los obreros católicos podían continuar formando parte de los sindicatos interconfesionales, pero debía quedar bien claro que esta participación era tolerada por la Iglesia hasta que nuevas circunstancias no la convirtiesen en inoportuna y siempre con condiciones que asegurasen a los católicos contra todo peligro para su fe.
La encíclica terminaba con una cálida recomendación a los obispos para acabar con toda discusión y para que vigilasen atentamente en su integridad la fe de los obreros católicos alemanes contra aquellos que habían querido imponer los sindicatos interconfesionales, con el pretexto de disponer de una única forma de sindicatos.
Esta era la lección de la encíclica del 24 de diciembre de 1912, en un momento en que el liberalismo social político se ocultaba en el interconfesionalismo para llegar al sindicalismo subversivo de todo orden religioso y social. Y será esta la misma lección social que volverá al pensamiento y a las palabras del Sato Pontífice cuando en la alocución consistorial del 27 de mayo de 1914, resumiendo todavía una vez más, como en un testamento, la doctrina de la sociología caótica, repetirá a todo el Episcopado católico:
“no ceséis nunca de repetir que, si el Papa ama y aprueba las asociaciones católicas que tienen como mira también el bien material, ha inculcado siempre que debe tener en ellas la supremacía el bien moral y religioso y que el justo y loable intento d mejorar la suerte de los obreros debe estar siempre unido al amor de la justicia y al uso de los medios legítimos para mantener entre las distintas clases sociales la armonía y la paz.
Decid claramente que las asociaciones mixtas, las alianzas con los no católicos para el bienestar material son permitidas en determinadas ocasiones, pero que el Papa ama preferentemente aquellas uniones de fieles que, depuesto todo respeto humano y cerrados los oídos a toda lisonja o amenaza, se agrupan en torno a aquella bandera que, por muy combatida que haya sido, es la más esplendida y gloriosa, porque es la bandera de la Iglesia.”