A Pío X, le era perfectamente notorio el peligro que amenazaba el carácter sobrenatural de los Sagrados Libros de l Iglesia. Lo había señalado con publica y clara voz siendo ya patriarca de Venecia, en la carta pastoral del 21 de mayo de 1895, aludiendo a aquellos errores llamados entonces “postulados de la crítica bíblica.”
De ahí que, apenas elevado al Pontificado, manifestara cuanta trascendencia daba al estudio de la Sagrada Escritura, que a últimos del siglo XIX había cobrado una extensión y una importancia de primer orden.
“La conciencia de Nuestro oficio pastoral –declaraba- nos exhorta a promover todo lo posible en el clero el estudio de la Sagrada Escritura, divina Revelación y de la fe es atacada por todas partes por las descaminadas críticas de la razón humana.”
Ya León XIII, habiendo observado prudentemente que, ante las múltiples y variadas cuestiones suscitadas por el avance de la ciencia, faltaba un centro de segura orientación a los exegetas católicos, pensó en la fundación de un ateneo bíblico. Mas, de momento, tuvo que limitarse a crear una Comisión Bíblica, la cual debía tutelar los Libros Sagrados no solamente de toda sospecha de error, sino también de toda opinión temeraria, con autoridad para dirimir las discusiones que alrededor de los mismos se suscitasen.
Pío X, convencido, en su profundo sentido práctico, que no bastaba con dar sapientes, normas y decisiones autorizadas, sino que precisaba la aplicación, tanto en la enseñanza de las Sagradas Escrituras, como en la preparación a los futuros maestros, de las ciencias bíblicas, dio un paso más y, sin perder tiempo, con la carta apostólica “Scripturae sanctae”, del 23 de febrero de 1904, elevaba la Comisión Bíblica de León XIII a los honores y dignidad de Comisión Examinadora, con facultad- cosa nueva entonces- de conferir “grados académicos en Sagrada Escritura”.
El 27 de marzo de 1906 daba la regulación definitiva a la enseñanza de la Sagrada Escritura en los Seminarios, de la manera que lo exigían los modernos descubrimientos y los progresos lingüísticos, históricos y arqueológicos.
El 03 de diciembre de 1907 confiaba a la Orden Benedictina el encargo de preparar una esmeradísima edición del texto de la versión de la Biblia, tal como salió de la fluida pluma de San Jerónimo, gran maestro de la lengua y del estilo latino.
Finalmente, con la famosa y augurada carta apostólica “Vinea electa” del 7 de mayo de 1909, realizando felizmente los votos de León XIII, anunciaba la fundación en Roma de un ateneo bíblico, dotado de todos los recursos del progreso científico moderno: su obra más incisiva y decisiva, que aseguraba una rotunda victoria a la tradición exegética católica y al estudio de la ciencia de los Libros Santos sobre la crítica demoledora del viejo y del moderno racionalismo.
“Ya Pío X, de obispo, había observado y lamentado la lentitud con que en Roma se tramitaban los asuntos. El mal provenía del hecho de que aun no estaban bien determinadas las competencias de cada una de las Sagradas Congregaciones”. (Monseñor G. Pescini, Ap. Rom., pp. 881-2) por eso, con la constitución “Sapienti consilio” del 29 de junio de 1908, dio principio a la necesaria y reclamaba reforma, determinando con claridad y precisión la competencia de cada uno de los tribunales, dividiendo la materia administrativa de la estrictamente judicial y regulando con normas taxativas el funcionamiento de las Sagradas Congregaciones, de los tribunales y de las varias comisiones (Cfr. Pii X Acta, v. IV, pp. 146-161) – Cfr. También: Romana Curia del B. Pío X, Sapienti consilio, italiana.
Cap. VI de la primera edición italiana
Carta apostólica “Scriptuare sanctae”, del 23 de febrero de 1904 (Pii X, Acta, volumen I, p. 176)
Pii X Acta, v. I, p.177
Carta apostólica “Vigilantiae” del 30 de octubre de 1902.