Pío X, no ignoraba que la fe y la devoción del pueblo se nutren de la liturgia.
Siendo patriarca de Venecia, con la famosa carta pastoral de 1 de mayo de 1985, llevo al movimiento litúrgico el testimonio profundo de laespiritualidad católica y la voz exigente de la conciencia cristiana.
Elevando al Pontificado, no ha por que extrañarse que la música sagrada entrara en su programa de restaurar todas las cosas en Cristo. La música sagrada –tal como hemos dicho ya y repetido- estaba en decadencia; el puro ritmo gregoriano –el ritmo de las sagradas melodías de la Iglesia- había cedido el sitio de la música profana. El gusto se hallaba pervertido y el alma del pueblo no entendía la mística elevación de la liturgia. Era menester reeducar al pueblo en la severa belleza del canto sagrado y conducirlo a gustar, además, una música que estuviese en armonía con la santidad del templo y con la augusta majestad de los ritos sagrados.
Pío X, que en Tómbolo y en Salzano había creado pequeñas “escuelas de canto” y en Mantua y Venecia había hecho revivir el espíritu de la liturgia, cuando todavía no habían transcurrido cuatro meses de su Pontificado, el 22 de noviembre de 1903, con un “Motu Proprio” lleno de coraje y de fuerza, restituía el canto y la música litúrgica a su antigua belleza y dignidad.
En aquel documento, que él mismo definía como el “códice jurídico de la música sagrada” con la mente abierta a la serena belleza del arte decía:
“Entre las solicitudes del oficio pastoral, sin duda es la principal la de mantener y promover el decoro de la casa de Dios, en donde se celebran los augustos misterios de la religión. De consiguiente, ninguna cosa debe haber en el templo que altere o disminuya la piedad y la devoción; nada que ofenda el decoro y la santidad de las funciones sagradas. Nuestra atención se dirige hoy a uno de los abusos más comunes y más difíciles de desarraigar y que debemos deplorar también allí, en donde toda otra cosa es digna del máximo encomio. Tal es el abuso relativo al canto y a la música sagrada.”
Creemos que nuestro primer deber es el de alzar la voz para reprobar y condenar todas esas cosas que en las funciones del culto se reconocen como no conformes a una recta norma. Por eso hemos creído conveniente señalar aquellos principios que regulan la música sagrada en las funciones del culto y recoger, al mismo tiempo, como en un cuadro general las principales prescripciones de la Iglesia contra los abusos más comunes en esta materia.
Una vez expuestos los altos motivos por los que se determino a obrar, daba normas precisas y disposiciones que no admitían retrasos en los trabajos de la augurada reforma.
Con una decidida firmeza esperaba, tras señalar todos los abusos, cerrar las puertas de las Iglesias a toda clase de música profana y devolver a la Iglesia la voz de su plegaria y a la liturgia la majestad de su verdadero sentido. Se intentaron dilaciones y se buscaron pretextos. Pero Pío X, con una carta, dirigida a su cardenal vicario el 8 de diciembre, cortaba todas las disposiciones.
“Usted, señor cardenal –así escribía- no se muestre indulgente; no conceda dilaciones. Con ellas no disminuyen las dificultades, sino que aumentan. Hay que cortar inmediatamente, decididamente. Tengan todos confianzaen Nos y en nuestra palabra, a la que va unida la gracia y la bendición del cielo.”
El canto y la música litúrgica volvieron a conmover las almas en torno al altar de Dios. Y el “Papa de la música sacra” tuvo una intima satisfacción cuando, en abril de 1904, celebrando en la Basílica Vaticana un pontifical solemne en conmemoración del centenario de San Gregorio el Magno, escucho, dentro de una elevada atmosfera de renovados ideales de las antiguas tradiciones litúrgicas, un coro numeroso de seminaristas que acompañaban las ceremonias del altar con las notas inspiradas del canto gregoriano. Las melodías gregorianas, que habían confortado en los antiguos siglos las almas de los creyentes, daban nuevamente a las a la oración.
Para que todos comprendieran las intenciones de Pío X, al decretar la reforma de la música sagrada, y sepan cual era el criterio que le inspiraba, traemos aquí lo que a propósito de esto escribía, evocando lejanos recuerdos, su cardenal secretario de Estado: “El objetivo de la música sacra, en su pensamiento, debía ser fomentar la piedad; no una distracción, sino un medio de ayuda para elevar las mentes y los corazones a Dios, prestando así un tributo de alabanzas y de homenaje al Señor.
De otra parte, estaba plenamente convencido de que para introducir una reforma en la música de la Iglesia, no bastaban medidas disciplinarias, por más rigurosas que fueran; resultaba imposible imponer el asentimiento a un estilo definitivo, cuando este todavía no era comprendido ni apreciado, por lo que se hacía necesario cultivar el buen gusto para lograr un resultado duradero.
Eran estos los puntos de vista que el Padre Santo se complacía en manifestarme.
No excluía tradiciones locales o nacionales. Así quedaba marcado escrupulosamente el principio fundamental de mantener el carácter religioso y artístico de la música sacra. No deseaba prohibir la música polifónica en la Iglesia. En realidad, acogía benévolamente los trabajos de los compositores modernos, pero exigía que se ajustaran a las normas prescritas y que fueran, en lo posible, un eco y una prolongación del canto gregoriano.
Recuerdo que había observado como algunos fanáticos querían irse a los extremos y abolir en las iglesias toda música que no fuera gregoriana; pero sostenía que esto era un capricho exagerado.
Sería lo mismo -decía- como si yo repudiase los cuadros más clásicos de la Virgen con el pretexto de que no se parecen al de la primera producción de la VirgenMadre, tal como lo tenemos en las catacumbas de Santa Priscila. De esa manera tendríamos que proscribir a maestros del arte religioso y pinturas verdaderamente inspiradas. Nosotros no queremos cuadros profanos de la Virgen, ni tampoco las producciones, más o menos devotas, de muchos artistas modernos, pero sería irracional afirmar que solo las pinturas primitivas satisfacen las condiciones exigidas por la religión y por un depurado gusto artístico. Lo mismo de la música sacra.