Historias posibles: El camino a la fe por el templo. Lc 24, 13-35.
Laicos compartiendo la fe
Fernando, estaba en el templo de su parroquia, de pie y en medio del templo, se cuestionaba que representaban todas esas imágenes, acudía al templo porque era un lugar que le daba paz, tranquilidad, se preguntaba en su interior: ¿Tendrán razón aquellos que imputan idolatría en la Iglesia católica?, en eso una dama de unos 65 años paso a un lado de él, lo saludo y siguió su camino hacía un pequeño cuartito, 1 minuto más un joven de unos 21 años se dirige por el mismo camino, entra al cuartito y enseguida salen 2 damas abrazadas, una de ellas le decía: “ánimo, el Señor no es sordo te ha escuchado, veras que todo se va arreglar”, a Fernando le extraño y comenzó a caminar hacía el cuartito, ¿qué habrá allí?, se preguntaba.
La confusión.
Empujo la puerta del cuartito, había varios ahí hincados en reclinatorios y unas damas sentadas en sillas, también estaba un niño con sus manitas en acción de oración, todos tenían su mirada en un pequeño cuadro, muy bello, empotrado en la pared, tenía la imagen de un corazón con espinas, algo lo impulsaba a entrar, el cuartito era acogedor, se sentía bien, discretamente se sentó en una de las sillas de la esquina del cuartito, no veía crucifijo, pero esos hermanos parecían que oraban, de pronto, uno dijo en voz media pero suave, “Señor, que ciego he estado”, me parezco como los caminantes de Emaús como dijo el padre ayer: no te reconocemos, a pesar, de que caminas con nosotros todos los días.
Lo que dijo llamo poderosamente su atención, se preguntaba: ¿será muy pecador este hombre?, el hombre volvió a hablar: tengo 40 años de ser un católico mediocre, de caminar cada domingo al templo a la misa para cumplir, lleve a mis hijos a los sacramentos sin saber vivir los sacramentos, pero una cosa rara pasa: “arde mi corazón cuando se proclama el evangelio”, quizá me suceda como a los caminantes de Emaús, será que tú nos hablas y nosotros queremos ver el milagro de que te paras en el ambón del altar para creer. ¿De qué está hablando este hombre?, se vuelve a cuestionar.
Una de las mujeres se levanta y le dice al niño, Javier híncate y dile a Jesús que otro día lo vas a venir a ver, a platicar con él, el niño se hinco y comenzó a decirle a Jesús: Jesusito, tenemos que ir a llevar de comer a mi papá y tenemos que caminar mucho, pues está muy lejos su trabajo, acompáñanos en el camino para seguir platicando contigo y que se nos haga chiquito el camino y como a los que caminaban contigo les explicabas tú palabra, explícanosla a nosotros, con su mano le decía: ven con nosotros, persignándose se levanta y le manda un beso, salen los dos, Fernando los ve raro, estos a quien saludan, ¿al cuadrito dorado?, un joven dice en voz alta: “Señor Jesús quítame el velo de los ojos”, “mira ese niño tiene un corazón limpio y te puede hablar con sencillez, hablamos mucho de ti pero te conocemos poco, ahora entiendo porque al descubrir los caminantes de Emaús que eras tú corren a Jerusalén a decir a sus hermanos que has resucitado y los otros como no te han visto no creen, dame un corazón de niño para creer. Fernando está tan confundido que quiere abandonar a esos locos, pero algo lo detiene.
Jesús sale al encuentro de Fernando.
Uno de los caballeros se levanta del reclinatorio, se sienta en una de las sillas, respira profundamente, Fernando no se puede controlar más y en voz baja le pregunta al hombre: ¿qué representa el cuadrito? señalándolo, el hombre le sonríe y le pregunta: ¿eres protestante?, Fernando se yergue y le contesta: ¡no!, ¡soy católico!, el hombre sonríe más y dice con voz suave: “qué raro”, le vuelve preguntar: ¿te bautizaron ya adulto?, Fernando lo ve y responde: ¡no!, de pequeño asevera, Alfredo que es el nombre del caballero vuelve a decir. “pues es más raro todavía”, porque desde pequeños nos enseñan en la Iglesia que dentro del sagrario o tabernáculo que es el cuadrito, está Jesús sacramentado, habita se podría decir el santísimo, el sacramento de salvación, el mismo que hace acto de presencia real en la custodia que se levanta majestuosa con el Señor en las horas santas, en los momentos de consagración, retiros etc.; Fernando tiene los ojos desorbitados, parece que le hablan en Ingles.
En eso un ministro entra y empieza a cantar: cantemos al Señor de los amores”, “cantemos al Señor, Dios está aquí, venid adoradores, adoremos, a Cristo redentor”, sigue la gente entonando el cántico y el ministro empieza abrir el sagrario y toma al Jesús eucaristía, salen juntos y en el altar está la custodia donde Jesús es entronizado y el ministro hace una estación preciosa, pero el único que no sabe lo que pasa es Fernando.
El turno ahora fue del sacerdote que empezó a decir a la gente congregada en la parroquia que aquí esta Jesús presencia real, habla con él, alábalo, dale gracias, es un Dios vivo, los ojos de Fernando se clavaban en la custodia, en eso Alfredo se acerca a Fernando y le dice: los caminantes de Emaús venían tristes, desalentados, su esperanza se había ido, pero, ¿sabes?, Jesús aquí presente no tiene que explicarte las escrituras, ni darte un discurso de teología, aquí está, es tuyo, no se hace el que se encuentra con los de Emaús, ¡aquí está!, Alfredo le cuestiona a Fernando: ¿necesitas fe muchacho para creerlo?, ¿sabes porque te gusta venir al templo?, es que sin saberlo, aun con los ojos velados, Jesús habla a tú corazón, ¿se te hace difícil entender esto?, le pregunta Alfredo, Fernando por primera vez se da cuenta que no sabe nada, que le falta fe, en eso una niña en silla de ruedas se acerca y le dice a Jesús: gracias Jesús por el milagro, empieza a pararse, estoy en rehabilitación, pero, poco a poco dice el doctor que llegaré a caminar y ¿sabes?, el médico está asustado porque puedo caminar y dice que solo Dios lo podía hacer.
Surge la fe como a los de Emaús.
Parecía que la cabeza de Fernando estallaba por falta de entendimiento, pero algo insólito sucedió, sus pies se doblaron, cae de rodillas ante el Señor y como un niño le pidió que le quitará la venda de los ojos, que quería conocerlo, en eso, un pequeño se desprende los pies de una madre y se acerca a él y con su pequeño dedo, le apunta al Señor, en eso el sacerdote sigue la hora santa y dice: gracias por la fe, mira como San Agustín, anduvo vuelta y vuelta hasta que llego a ti; Alfredo se agacha hacía Fernando que hincado ante el Señor empieza a llorar y Alfredo le dice: desahógate, hoy has encontrado a Jesús, es tú principio y fin, cuando salgas da testimonio con tú fe y amor a Jesús.
Alfredo se persigno, y poco a poco fue saliendo de espaldas a la puerta, sin dejar de mirar a Jesús, Fernando sintió un gran alivio, como sí una gran carga se hubiera ido de su cuerpo, miraba a Jesús eucaristía y sonreía, algo había pasado en él. Como sí de repente todo lo entendiera y se dejó llevar por la fe, fue el mejor momento de su vida, la fe llego a él en el templo y así comenzó su camino hacía Jesús.
Al concluir todo, se acercó al sacerdote y le explicó lo que experimentó, a la vez le pidió le orientara como conocer más a Jesús, el sacerdote sonrió y le dijo: tres pasos, te vas a confesar ahorita, te voy a regalar el mejor regalo. “la biblia” y en tercer lugar vas a venir a servir aquí el día que puedas y a la hora que quieras, Fernando se sintió tan feliz después de hacer los tres pasos, y que su lugar favorito era encontrarse con Jesús en el sagrario, por consiguiente el camino de Fernando tuvo con el tiempo una respuesta de Jesús, lo quería de ministro extraordinario de la eucaristía, para gloria de Dios.