Pío X,
“Los catorce Obispos de la separación”
Los politicastros de París, perdido el sentido de la realidad al separar el Estado de la iglesia, no se habían dado cuenta de que, en manos del Papa, su política persecutoria se convirtió claramente en una política de liberación de un Gobierno que había querido ignorar a la Iglesia.
Sin esperar ya designaciones, permisos o ex equatur de Paría, Pío X, en la plenitud de aquel supremo derecho que la ley de la separación no había podido arrebatarle, nombraba catorce obispos por franceses y el 25 de febrero de 1906- domingo de Quincuagésima-, rodeado por el esplendor de su Corte Papal, con la serenidad de los fuertes, descendía a la Iglesia de San Pedro para consagrarlos por su propia mano y enviarles hacia nuevas luchas y nuevas tribulaciones con estas palabras de inquebrantable fe y de inconfundible esperanza:
“No os he llamado para los honores y para la gloria, sino para la persecución y el Calvario: os he llamado para llevar una cruz muy pesada.
Envidio vuestra suerte. Quisiera venir con vosotros para participar de vuestros dolores y de vuestras angustias, para estar a vuestro lado con palabras de consuelo divino. Pero aunque me halle lejos corporalmente, estaré siempre próximo a vosotros con el espíritu y todos los días nos encontraremos en el sacrificio divino de la Misa, ante el tabernáculo santo, de donde nace la fuerza para el combate y los medios seguros para conseguir la victoria.”
Un espectáculo grandioso y conmovedor, que recordaba los duros días del séptimo Gregorio y del tercer Inocencio, cuando la fuerza atentaba contra la seguridad de la Iglesia.
“Eran los primeros obispos de la separación, obispos de espíritu apostólico, orgullosos de llevarse “obispos de Pío X”