San Pio X
“El corazón de Pío X, frente a los modernistas”
Para aquellos que no lo saben o para los desmemoriados, será bueno recordar que si bien Pío X, al condenar el modernismo, demostró una energía inexorable, porque amaba la verdad por encima de todos los equívocos y por encima de todos los peligrosos compromisos, demostró sin embargo, hacia los modernistas una caridad insuperable.
¡Cuán conmovedora delicadeza, qué magnánima misericordia y a cuánta piedad sintió por aquellos obstinados rebeldes que intentaban infundir en la Iglesia una nueva sangre, resucitando viejos errores y antiguas herejías!
Antes de tomar contra ellos las precauciones necesarias para salvaguardar la fe o la pureza de la disciplina de la Iglesia, quería ver claro por sí mismo, conocer y examinar personalmente las acusaciones que contra ellos existían, y, sobre todo, quería que se experimentaran “todos los medios humanamente posibles” para amonestarles y persuadirles de sus errores, recomendando vivamente que “no se faltara a la caridad” y cuando, tras haber tenido “pruebas seguras e indiscutibles” de su culpabilidad, y de haber puesto en práctica todas las humanas posibilidades con la esperanza de conducirlos nuevamente al camino seguro, se hallaba constreñido con la más profunda amargura en el corazón –“moerore animi máximo- a castigarles con sanciones canonícas, o los abandonaba a sí mismos: les seguía con paternales ojos, intentaba todos los medios para atraerlos a si y si alguno se encontraba en dificultades económicas, con misericordiosa bondad proveía a su sustento.
Iba con pies de plomo en aceptar denuncias o informaciones acerca de cualquiera que fuera tachado de sospecha de modernismo. Ponderaba, reflexionaba largamente y, longánima e indulgente, las más de las veces escribían personalmente al acusado, ensayando los caminos del corazón.
El 28 de diciembre de 1907, escribía a un preclaro hombre de estudio que había dejado seducir por el espejismo modernista:
“No puedo negar que siento la mayor tristeza cuando demasiado frecuentemente y de tantos lugares se me refiere que usted se halla en intimas relaciones con los llamados modernistas. Todo esto, que no creo, me duele tanto más, porque le aprecio y me disgusta no poder tomar siempre su defensa, como cuando aparecen en la prensa ciertos comunicados poco prudentes. Pero si hay muchos que, quizá falsamente, le acusan, procurare usted por su parte no ofrecer argumentos que ofrezcan el más pequeño indicio de estas relaciones, cerrando resueltamente la puerta a cuantos pretenden erigirse maestros en Israel y, con el pretexto de quitar defectos y abusos, son los primeros en descuidar sus sagrados deberes. Le recomiendo esto, con la certeza de que con su inteligencia y con su corazón podrá hacer todavía mucho bien.”
El 15 de julio de 1911, respondía en estos términos a un sacerdote que se había creído en el deber de darle algunas noticias acerca del movimiento modernista:
“Queriendo referir las cosas en conciencia y con buena finalidad, es preciso ser exactos, medir las palabras y no exagerar lo mas mínimo para no faltar a la justicia y a la caridad y para no hacerse responsable de las consecuencias ante Dios y ante los hombres.”
Y así, no permitió jamás que se pronunciara juicio o sentencia contra ningún modernista sin haber sido antes ampliamente probada la culpa de la que se le acusaba.
Se pretendía que a uno de los más notables modernistas, que, tras haber osado insultar la purpura del cardenal Sarto, con su inquieta rebelión continuaba preocupado cada vez más a la autoridad de la Iglesia, se le prohibiera celebrar Misa.
Propuesta la cuestión al juicio del Papa, este, con fecha del 26 de agosto de 1906, respondía:
“Si está en regla con el “Celebret” no se le puede, sin grave injuria, prohibir la celebración de la Misa en tanto que no cometa algún acto condenable.”
Cierto prelado, conversando un día con el Santo Pontífice, se lamentaba y se maravillaba de que el mencionado rebelde no hubiera sido aun severamente censurado. Pío X, tranquilo y sereno, respondió:
“El Papa no hace mártires. ¡Los modernistas se entierran a sí mismos!”
El santo pontífice no ignoraba las míseras condiciones económicas de estos desgraciados y, añadiendo caridad a caridad, les asigno un subsidio mensual y continuo dándoselo incluso cuando estos hubieron desertado de la Iglesia.
Y así, cuando el obispo diocesano de este mismo modernista, en una audiencia de agosto de 1906, preguntó a Pío X como debía comportarse con él, la respuesta fueron estas precisas palabras:
“No le queráis mal y hacedle todo el bien que os sea posible; estad seguro de que así, no sólo interpretareis mi intención, sino que haréis una cosa que me agradará”
Palabras estas inolvidables son las que el santo papa contestaba cierto día del año 1908 al obispo de Chälons, de la diócesis a que pertenecía el abate Loisy, después que este irreducible maestro del modernismo había sido castigado con la excomunión mayor:
“Sois vos el obispo del abate de Loisy? Tratadlo con extrema bondad y si diera el un paso hacia vos dos pasos hacia él.”
Pío X, en la magnanimidad de su corazón, siempre comentaba con la persuasiva fuerza de los hechos lo que con sobrenatural sentimiento había dicho en su primera alocución consistorial del 9 de noviembre de 1903:
“Aunque debamos entrar en una lucha necesaria a causa de la verdad abrazamos, sin embargo, amorosamente a los adversarios de la verdad, por los que sentimos gran compasión y les encomendamos con lagrimas en los ojos a la infinita misericordia de Dios.”