San Pío X “La Encíclica ‘Pascendi’ Y el mundo de la ciencia

San Pío X “La Encíclica ‘Pascendi’ Y el mundo de la ciencia

San Pío X

“La Encíclica ‘Pascendi’ Y el mundo de la ciencia

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Si los modernistas levantaron la soberbia cerviz contra la encíclica de Pío X, el mundo de la ciencia se inclinó reverente como ante un documento de altísimo valor y de imperiosa necesidad, porque había examinado en su realidad y presentado en su verdadero significado todos los aspectos  del pensamiento de una herejía que, con la subversión de la inteligencia, amenazaba subvertir los inmutables principio del Cristianismo y de la Iglesia de Cristo.

 

Por ello, hoy, con una perspectiva ya de casi medio siglo, después del triunfo y hundimiento de sistemas y doctrinas que se creían inmutables, es interesante releer y volver a meditar algunos juicios acerca del amplio valor y la profunda resonancia que el grandioso documento de Pío X tuvo en el campo de los estudios internacionales.

 

Son lecciones elocuentes para todos los tiempos que provienen, no solo del mundo católico, sino también del mundo de los adversarios de la Iglesia.

 

Recordaremos algunas de las más significativas:

El 16 de septiembre de 1907, el “Temps” de París –órgano del protestantismo francés –escribía:

“Una Iglesia tiene su razón  de existir en la tradición de la jerarquía, de la disciplina, de la intangibilidad del dogma. Renunciar a defenderla es firmar la propia condena y poner en peligro toda una civilización fundada sobre ella. Por ello, había llegado a ser indispensable una llamada al orden para eliminar el mal desde sus raíces, y Pío X la ha lanzado, aunque dejando un campo suficientemente vasto para los estudios modernos, a fin de satisfacer las necesidades de la inteligencia”

 

El filosofo idealista Benedetto Croce, confirmando la posición ilógica del modernismo y rindiendo leal homenaje al agudo análisis que de él había hecho la encíclica “Pascendi” expresaba así su pensamiento:

“Son muy libres los modernistas de transformar los dogmas según sus ideas. También yo uso de esta libertad. Solamente que yo; al hacer esto, tengo conciencia de estar fuera de la Iglesia, e incluso fuera de toda religión; en cambio, los modernistas se obstinan en llamarse no sólo religiosos, sino católicos. Si después, para salvarse de las necesarias consecuencias del principio aceptado, simpatizando con los positivistas de toda clase,  aducen no creer en el valor del pensamiento y de la lógica, caerán por necesidad en el agnosticismo y en el escepticismo: doctrinas estas que, si bien son conciliables con un vago sentimentalismo religioso, repugnan de hecho a toda religión positiva”

 

Y concluía:

“Toleren nuestros buenos amigos los modernistas que nos alegremos de ello: no nos tocará tan fácilmente otra vez la fortuna de estar de acuerdo con el Papa.”

 

Otro estudioso, Giovanni Gentile, impresionado por la precisión de la crítica hecha por Pío X con su encíclica a todo el tema modernista con la sincera franqueza de un hombre honesto, afirmaba:

“EL Catolicismo no podrá nunca, por más que se desarrolle, llegar a ser la negación de sí mismo.” Del sentido de esta verdad tan áspera para los modernistas “desagradables a Dios y a sus enemigos” está llena desde el principio al fin de la encíclica del 8 de septiembre de 1907, contra la cual todas las críticas surgidas del campo modernista, solo sirven para demostrar cuál sea la verdadera situación de estos modernistas.

 

La encíclica “Pascendi” es una magistral exposición y una crítica magnifica de los principios filosóficos de todo el modernismo. El autor de la encíclica ha penetrado hasta el fondo de la cuestión y ha interpretado exactamente, con una crítica finísima, la doctrina básica de las teorías modernistas y debo decir también que la ha criticado desde un punto de vista magnifico. Las respuestas de Loisy –debo también decirlo- hacen un mal papel junto a la filosofía que habla en la encíclica.”

 

El gran cardenal D. Mercier, arzobispo de Malines y filosofo de fama mundial, escribiendo en una carta pastoral en 1915, exaltaba de esta manera la grandeza de la lucha sostenida por Pío X, con intrépido valor apostólico y milagrosa firmeza, contra la herejía modernista:

“El público, asombrado, ansioso tal vez, ha admirado esta augusta figura del Pontífice en su lucha cuerpo a cuerpo contra el modernismo. Si en el nacimiento de Lutero y Calvino la Iglesia hubiera tenido un Pontífice de la categoría de un Pío X, ¿hubiera logrado el protestantismo separa de la Iglesia una tercera parte de la Europa cristiana?

 

Pío X, fue el hombre de la clarividencia y de la decisión. No se dejó seducir por las lisonjas de los improvisados reformadores  que tenían la pretensión  de infundir una sangre nueva en las venas de la Iglesia, soñando en modernizarla según las fantasías y los errores del protestantismo y del racionalismo. Blandió la espada de la tradición católica que ya en el siglo v había empuñado San Vicente de Lerins contra los fautores de un progreso doctrinal que era para la conciencia cristiana un engaño y que amenazaba con hacer desaparecer los tesoros del pasado.

 

Así –terminaba el ilustre Príncipe de la Iglesia- cuando se mirará con la perspectiva del tiempo la acción tan compleja en su unidad y tan amplia y penetrante, se admirará unánimemente la fuerza de este gran Papa y se bendecirá a la Providencia por haber salvado a la Cristiandad del peligro inmenso, no ya de una sola herejía, sino de una pérfida mezcolanza de todas las herejías.”

Así, el mundo de la ciencia y del pensamiento moderno, con unánime y universal consenso, reconocía que, si Pío X dejó caer su mano contra el modernismo, sus golpes tan mesurados, tan flexibles y tan seguros estaban plenamente justificados por la gravedad del mal que acechaba, envenenando y corroyendo las fibras más vitales de la Iglesia, mientras, como ahora veremos, en su fuerte pecho ardía más viva y luminosa la llama de su misericordia y de su gran piedad hacia los extraviados, los desorientados, los que estaban en peligro.

 

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