San Pío X
“Causas y Remedios contra la Herejía Modernista”
Terminado el análisis de la herejía modernista en sus diversas gradaciones y en sus espantosas consecuencias, Pío X, en la segunda parte de su documento –la parte constructiva, escrita por completo de su propia mano- indaga sus causas y prescribe sus remedios.
Causas:
1° primera e inmediata: la aberración del intelecto
2° remotas: la curiosidad y la soberbia
“La curiosidad (no el laudable deseo de saber, sino la audacia de querer escrutar los misterios de Dios) si no está sabiamente frenada, basta por sí sola –escribe San Pío X- para explicar toda suerte de errores. Pero para cegar el alma y arrastrarla al error, bastante más fuerza tiene en si la soberbia, que aparece revestida de todas sus formas en las doctrinas del modernismo.
Por la soberbia, los modernistas –añade el Papa- presumen audazmente de sus teorías y, soñando las más absurdas novedades, se glorían valiosísimamente, o poco menos, de poseer la sabiduría; mientras, por su soberbia, no quieren oír hablar en manera alguna de sumisión.
Ningún camino para llegar al modernismo es más breve ni más expedito que el de la soberbia. Si un seglar católico o un sacerdote olvida el precepto de la vida cristiana que nos impone renunciar a nosotros mismos si queremos seguir a Jesucristo y no arranca la soberbia de su corazón, esta indudablemente abocado, más que cualquier otro, a los errores del modernismo.
Si las causas morales –sigue diciendo el Sumo Pontífice- pasamos a las causas intelectuales, la primera es la ignorancia de la filosofía escolástica, arma de inestimable valor para apartar toda confusión de ideas y para rebatir todo sofisma. Despachándose a su gusto, por boca de maestros al corriente de la cultura más avanzada, desprecian y ridiculizan el método del raciocinio escolástico, la autoridad de la tradición de los Santos Padres y de la doctrina de la Iglesia, seduciendo, astutamente, con su falso modo de razonar unido a una propaganda audaz y ruidosa, los ánimos y las mentes, y empleando sus fuerzas en dañar y arruinar a la Iglesia.”
A esta ruidosa inundación de la nueva ciencia modernista, urgía ponerle un dique.
Por ello, Pío X, en la sabiduría de su autoridad apostólica, determinaba:
1° “Como fundamento de los estudios póngase la filosofía escolástica de Santo Tomás de Aquino. Al estudio de la teología, realizando con amor y con cariño, acompáñese el estudio de las ciencias naturales.”
2° Sin reparo de alguna clase, aléjese de la enseñanza en los Seminarios y en las Universidades católicas a todo el que, de cualquier manera, este infectado de modernismo. Lejos todo deseo de novedad: Dios no ve con buenos ojos a los soberbios y a los contumaces.
3° En todas las Curias episcopales elijase censores para la revisión de los escritos que hayan de publicarse: hombres de edad, sabios y prudentes, que sepan hallar el justo medio en el juzgar.
4° En todas las diócesis constitúyase un Consejo de Vigilancia, el cual vigile con toda atención para que en los libros y en la enseñanza no se introduzcan trazas de modernismo y, si ya se hubieran introducido, con prudencia y prontitud, establezca cuanto exige la incolumnidad de la doctrina católica en el clero, y especialmente, en el clero joven.
Se cierra la encíclica anunciando la creación de un gran instituto Internacional destinado a promover, con el concurso de los más insignes estudiosos católicos, toda suerte de ciencias y erudición para demostrar, una vez más, que la Iglesia no es enemiga del progreso y de la civilización.
Ante la encíclica aclaradora de Pío X que obligaba a los modernistas a hacer un severo examen de conciencia, los atormentados por la duda o por la incertidumbre renegaron de sus errores y no tardaron en hallar el camino de la verdad y la salvación.
Los maestros de la herejía, aturdidos por el peso de la condenación, contemplaron por un momento el sol de la verdad que resplandecía en el documento papal. Extraviados, sin embargo, en la noche de sus errores, con el corazón cerrado y el ánimo endurecido, se retiraron a la tristeza de su soledad, proclamando de la “Pascendi” no reflejaba el pensamiento del Papa, sino de algún sutil teólogo, y que ellos ni por soñación se acercaban a las doctrinas condenadas por la encíclica, sin darse cuenta, en la ignorancia de su terquedad, de que con ello solo hacían justicia a la “Pascendi” y reconocían la profunda inteligencia del Papa que a había estudiado y meditado.
Era el último estertor de una herejía que no se resignaba a morir: la última resistencia de los conatos extremistas del más inicuo frente anticatólico y anti romano que se precipitaba en la más absoluta derrota, cuando aun se creía invulnerable.
Las filas de los modernistas se aclararon pronto, su túmulo se apago rápidamente, se perdió el rumor de sus pasos y todo cayó y se disolvió en el olvido, como un puñado de cenizas se descompone y disuelve en la fría obscuridad del sepulcro.
Pero no caía en el olvido la “Pascendi”, monumento imperecedero de la sabiduría y de la firmeza apostólica de Pío X. la encíclica permanecía para repetir a las futuras generaciones: “Mentita est iniquitas sibi” mientras la Iglesia esplendorosa de incorruptible juventud, continuaba augusta su eterno camino y el nombre de Pío X pasaba a la historia con el nombre de “Papa de lo sobrenatural”.
Ibid. P.102 –ya poco antes, Pío X había escrito al Episcopado de Francia, protector del Instituto católico de Paris:
“Es cosa muy dolorosa ver salir de las filas del Clero, especialmente del joven clero, ciertas novedades de pensamiento llena de errores y peligros acerca de los mismos fundamentos de la doctrina católica. ¿Cuál es la causa? Sin duda el soberbio desprecio de la antigua sabiduría, el desprecio de la filosofía escolástica que la Iglesia de tantas maneras ha consagrado” (carta “Sub exitum” del 6 de mayo de 1907: Pii X Acta volumen V, pp. 39-40) también carta apostólica “In praecipiis laudibus” del 23 de enero de 1904 (ibid. V.V. pp. 133-138) –enciclica “Pieno I’animo” del 28 de junio de 1906 (ibid., v. III, p. 167) –Motu proprio “Sacrorum Antitistum” del 1 de septiembre de 1910 (Acta Ap. Sedis, año VII, pp. 656-657) “Praeclara inter”” del 29 de junio de 1914 (ibid., pp.336-341) – “carta al Decano de la Facultad de Teología de laval del canada” del 20 de febrero de 1905 (Pii X Acta v. II, pp. 24-25) al obispo de San Gall en Suiza, del 6 de febrero de 1906 (ibid., v. III pp. 22-23); al Arzobispo de los Ángeles de Méjico, del 27 de enero de 1910 (Acta Ap. Sedis, año II, pagina 176); al P. E. Hugon, O.P., del 16 de julio de 1913 (ibid., año V, p. 487) Ibif., pp. 102-103 – ya desde el 22 de febrero de 1905, Pío X había escrito a Mons. L. Pêchernard, rector del Instituto católico de Paris:
“Es necesario que los sacerdotes estén bien instuidos no solo en Teología, sino también en filosofía, en el derecho, en las letras y en las ciencias naturales, especialmente hoy que quiere hacerse una arma contra la Iglesia de las conquistas de la ciencia, diciendo que la antigua sabiduría de la doctrina católica ha cumplido ya con su destino y que mañana la ciencia podrá demostrar como VERDADERO lo que hoy se tiene como FALSO.”
Ibid., pp. 110-111 – con estos consejos de Vigilancia, Pío X no hizo más que poner en vigor unas medidas que ya había tomado en el siglo XVI San Carlos Borromeo y en el siglo XIX (noviembre de 1849) el episcopado Umbro, para defender a sus diócesis de los errores del protestantismo y del liberalismo (Ibid., pp. 110-111)
Para la fundación de este Instituto católico Internacional, Pío X llamó a los cardenales Mariano Rampolla, Pedro Maffi, de Pisa, y Deseado Mercier, de Malinas, señalando para el cargo de secretario al famoso historiador L. Pastor. Los trabajos duraron dos años, pero el proyecto, por circunstancias no previstas por el Comité Promotor, no pudo ser continuado (Cfr. I., Pastor, Tagebucher Briefe Errinerungen, páginas 482-502)
Más tarde otro Papa Pío XI, hacia suya la idea de Pío X y el 28 de octubre de 1936 fundaba la Academia Pontificia de las ciencias, con residencia en el palacete de Pío IV, en los jardines del Vaticano.
Más tarde, Loisy, vencido por la innegable evidencia de los hechos, evocando el tristísimo periodo de la herejía modernista, se vio obligado a escribir:
“Que importa saber el nombre, el numero, la competencia, el carácter de los hombre que colaboraron en la encíclica? El acto es de Pío X, él es el responsable. Es el espíritu del Papa el que anima el documento en todas sus partes.”
Los modernistas, para deshonra del pensamiento humano, poniendo en evidencia una vez más la aberración de sus mentes, no menos que la espantosa tragedia de sus almas, intentaron responder a la “Pascendi” con libelos de extrema violencia. –A. Loisy, Simples reflexions sur le décret du St. Office “Lamentabili” et sur I’Encyclique “Pascendi” Paris 1908