Es visitado por la gracia del Padre, es impregnado de la fuerza del Espíritu y movido interiormente por el Hijo; o sea, vemos un corazón humano perfectamente injertado en el dinamismo de la Santísima Trinidad. Este movimiento en modelo de la caridad de la Iglesia, como manifestación del amor trinitario. Todo gesto de amor genuino, hasta el más pequeño, contiene en sí un destello del misterio infinito de Dios.