“Tres mujeres y tres jueces” Papa Francisco
Hora Santa
Parroquia de San Pío X
Se reza la Estación del Santísimo Sacramento…
Padre nuestro, tu eres el Dios de la vida y has manifestado tu gloria bendiciendo a la humanidad con este don precioso que se extiende sobre toda la tierra, en las profundidades del mar brota de entre las aguas, en las alturas del cielo… todo ser vivo y toda la creación hecha por Ti es una bendición, no es más el ser humano hecho a imagen y semejanza de tuya; por el solo hecho de poseer la vida es un servicio a ti, nuestro deber cuidarla, mantenerla y defenderla permítenos reparar tu Divino Corazón por todas las ofensas que recibes por no valorar este don tan perfecto con el que tanto nos amas y no hemos sabido apreciar.
Lectura del Libro de Daniel 13, 1-9.15-17.19-30.33-62
Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jelcías, que era muy bella y fiel a Dios. Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín contiguo a su casa; como era el más ilustre de los judíos, todos solían reunirse allí. Aquel año habían sido designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos de quienes dice el Señor: “Los ancianos y jueces que presumen de guías del pueblo han traído la injusticia de Babilonia.” Ellos frecuentaban casa de Joaquín y todos los que tenían algún pleito pendiente acudían a ellos. A mediodía cuando la gente se marchaba, Susana entraba a pasear en el jardín de su marido. Os dos ancianos la veían a diario cuando entraba a pasear y llegaron a desearla apasionadamente. Perdieron la cabeza y desviaron su atención, olvidándose de Dios y de sus sentencias justas. Un día mientras acechaban el momento apropiado, entró Susana como en días anteriores acompañada solamente por dos criadas y, como hacía calor, quiso bañarse en el jardín. No había nadie allí, excepto los dos ancianos que escondidos espiaban. Susana dijo a las criadas: “Traedme aceite y perfumes, y cerrad las puertas del jardín para que pueda bañarme.”
En cuanto salieron las criadas, los dos ancianos se levantaron, se acercaron corriendo a ella y le dijeron: “Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; así que déjanos acostarnos contigo. Si te niegas, te acusaremos diciendo que estabas con un joven y que por eso habías despedido a tus criadas.” Susana empezó a gemir y dijo: “¡No tengo escapatoria ¡Si consiento, me espera la muerte; pero si me niego, no me libraré de vosotros. Prefiero caer en vuestras manos por no consentir a pecar contra el Señor.” Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Pero los dos ancianos también gritaron contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín. Al oír el griterío en el jardín, los de la casa se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque jamás se había dicho de Susana nada parecido.
A la mañana siguiente, cuando la gente se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron también los dos ancianos con la perversa intención de condenar a muerte a Susana. Y en presencia del pueblo dijeron: “Id a buscar a Susana, la hija de Jelcías y mujer de Joaquín.” Fueron a buscarla y ella compareció acompañada de sus padres, sus hijos y todos sus parientes. Sus familiares y todos los que la veían rompieron a llorar. Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana- ella, llorando, levantó la mirada al cielo, pues su corazón confiaba plenamente en el Señor. Los ancianos dijeron: “Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, entró esta con dos criadas, cerró las puertas y despidió a las doncellas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver la infamia, corrimos hacia ellos, y los sorprendimos abrazados, pero a él no pudimos atraparlo porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó. A ésta, en cambio, la agarramos y le preguntamos quien era aquel joven, pero no quiso decírnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.”
La asamblea los creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran, y condenaron a muerte a Susana. Entonces Susana se puso a gritar a grandes voces: “Dios eterno, que ves lo escondido y conoces todo antes de que suceda, tú sabes que éstos han dado falso testimonio contra mí. Y ahora tengo que morir, sin haber hecho nada de lo que éstos han tramado injustamente contra mí.”
El Señor la escuchó y cuando era conducida a la muerte, despertó el santo espíritu de un muchacho llamado Daniel, que se puso a gritar: “¡Yo soy inocente de la sangre de esta mujer!” toda la gente volvió hacia él y le preguntaron: “¿Qué significa eso que acabas de decir?” El, de pie en medio de ellos, respondió: “¿Tan necios sois, israelitas, como para condenar a una hija de Israel sin hacer interrogatorios y sin investigar la verdad? ¡Volved al tribunal, porque éstos han dado falso testimonio contra ella!”
La gente volvió rápidamente y los ancianos dijeron a Daniel: “Siéntate aquí en medio de nosotros e infórmanos, ya que Dios te ha concedido tal privilegio.” Daniel les dijo: “Separadlos lejos el uno del otro, que voy a interrogarlos.” Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: “Envejecido en la maldad, ahora reaparecen tus delitos del pasado, cuando dictabas sentencias injustas, condenando a los inocentes y absolviendo a los culpables, aunque el Señor ordenaba: “No condenarás a muerte al inocente ni al justo.” Si realmente la viste, dinos bajo qué árbol los viste abrazados.” Él respondió: “Bajo una acacia.” Y Daniel replicó: “Tú mentira se vuelve contra ti, pues un ángel de Dios ya ha recibido la sentencia divina y te partirá por medio.” Una vez retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: “¡Raza de Canaán, que no de Judá; la belleza te ha seducido y la pasión ha pervertido tu corazón! Así tratabas a las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros. Pero una mujer judía no se ha sometido a vuestra maldad. Ahora dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?” Él respondió: “Bajo una encina.” Y Daniel replicó: “También tu mentira se vuelve contra ti, porque el ángel del Señor ya está esperando con la espada, para dividirte por medio. Y acabara con vosotros.
Entonces toda la asamblea se pusó a gritar a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él. Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había declarado convictos por propia confesión de falso testimonio y les aplicaron el mismo castigo que ellos habían tramado contra su prójimo: de acuerdo con la ley de Moisés, fueron ejecutados. Y aquel día se salvó una vida inocente.
Palabra de Dios.
Canto
Misericordia Dios mío por tu bondad
Por tu inmensa compasión borra mi culpa
Lava de todo mi delito, Señor, límpiame de mi pecado
Pues yo reconozco ante Ti mi culpa,
Tengo presente mi pecado
Contra ti, contra ti, solo peque, Señor
Cometí la maldad que aborreces
Mira que soy que soy débil que no puedo cambiar
Vuélveme hacia Ti de todo corazón
Y que con tu gracia podre yo vencer
Ven pronto levántame Señor (2)
“Tres mujeres y tres jueces” Papa Francisco
«Donde no hay misericordia, no hay justicia». Quien paga por la falta de misericordia es, también hoy, el pueblo de Dios que sufre cuando encuentra «jueces especuladores, viciosos y rígidos» incluso en la Iglesia que es «santa, pecadora, necesitada».
Y en el Evangelio de Juan (8, 1-11) — «nos hacen ver dos juicios a dos mujeres». , «Yo me permito recordar otro juicio que se refiere a una mujer: el que Jesús nos relata en el capítulo 18 de san Lucas». Así, pues, «hay tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana; otra, pecadora, la adúltera; y una tercera, la del Evangelio de san Lucas, una pobre viuda». Y «las tres, según algunos padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada, porque las viudas y los huérfanos eran los más necesitados en ese tiempo». Precisamente por esto, «los padres piensan que sean figuras alegóricas de la Iglesia».
En cambio «los tres jueces son malos, los tres». Y, continuó, «me urge destacar esto: en esa época el juez no era sólo un juez civil: era civil y religioso, era las dos cosas juntas, juzgaba las cuestiones religiosas y también las civiles». De este modo, «los tres eran corruptos: los que condujeron a la adúltera hasta Jesús, los escribas, los fariseos, los que hacían la ley y también emitían los juicios, tenían dentro del corazón la corrupción de la rigidez». Para ellos, en efecto, «todo era la letra de la ley, lo que decía la ley, se sentían puros: la ley dice esto y se debe hacer esto…». Pero, «estos no eran santos; eran corruptos, corruptos porque una rigidez de ese tipo sólo puede seguir adelante en una doble vida». Tal vez precisamente los «que condenaban a estas mujeres luego iban a buscarlas por detrás, a escondidas, para divertirse un poco». Y que «los rígidos son —uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos— hipócritas: llevan una doble vida». En tal medida que «los que juzgan, pensemos en la Iglesia —las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia—, los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen una doble vida. Con la rigidez ni siquiera se puede respirar».
En especial el pasaje del libro de Daniel, «no eran santos tampoco ninguno de aquellos dos» que acusaron injustamente a Susana. Y precisamente «Daniel, a quien el Espíritu Santo mueve a profetizar, los llama “envejecidos en días y en crímenes”». A uno de ellos le dice también: «La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros». En definitiva, los dos «eran jueces viciosos, tenían la corrupción del vicio, en este caso la lujuria». Y «se dice que cuando se tiene este vicio de la lujuria, con los años se hace más feroz, empeora». Por lo tanto, los dos jueces «estaban corrompidos por los vicios».
Y «del tercer juez —el del Evangelio de san Lucas que recordé hace un momento— Jesús dice que no temía a Dios y no le interesaba nadie: no le importaba nada, sólo le interesaba él mismo». Era, en pocas palabras, «un especulador, un juez que con su trabajo de juzgar hacía los negocios». Y era por ello «un corrupto, un corrupto de dinero, de prestigio».
El problema de fondo, que estas tres personas —tanto el «especulador» como «los viciosos» y los «rígidos»— «no conocían una palabra: no conocían lo que era la misericordia». Porque «la corrupción los conducía lejos del hecho de comprender la misericordia», de «ser misericordiosos». En cambio «la Biblia nos dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio». Y así «las tres mujeres —la santa, la pecadora y la necesitada— sufren por esta falta de misericordia».
Pero eso es válido «también hoy». Y lo toca con la mano «el pueblo de Dios» que, «cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico». Por lo demás, «donde no hay misericordia no hay justicia». Y así «cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces, cuántas veces, encuentra a uno de estos». Encuentra «a los viciosos», por ejemplo, «que están allí, capaces también de tratar de explotarlos», y este «es uno de los pecados más graves». Pero encuentra lamentablemente también a «los especuladores», a quienes «no les importa nada y no dan oxígeno a esa alma, no dan esperanza: a ellos no les interesa». Y encuentra «a los rígidos, que castigan en los penitentes de lo que esconden en su alma». He aquí, entonces, «a la Iglesia santa, pecadora, necesitada, y a los jueces corruptos: sean ellos especuladores, viciosos o rígidos». Y «esto se llama falta de misericordia».
«Recordar una de las palabras más bonitas del Evangelio, tomada precisamente del pasaje de san Juan, que me conmueve mucho: ¿Ninguno te ha condenado? —Ninguno, Señor. —Tampoco yo te condeno». Y precisamente esta expresión de Jesús —«Tampoco yo te condeno»— es «una de las palabras más hermosas porque está llena de misericordia».
Releemos en silencio y oramos espontáneamente de acuerdo a lo que leímos.
Canto
Renuévame, Señor Jesús
Ya no quiero ser igual
Porque todo lo que hay dentro de mí, necesita ser cambiado Señor
Porque todo lo que hay dentro de mi corazón, necesita más de Ti
Oremos a María Santísima
Madre Santísima, tú que diste tu vida por defender la vida de tu Hijo Jesucristo, al mismo tiempo defendías la todo el género humano, por eso ponemos en tus santísimas manos a todos los niños que aún no han nacidos y a sus madres en especial aquellas que tienen un embarazo de riesgo para que tu Mamita María, abogues por todas sus necesidades y para que en ti encuentren ejemplo y consuelo a todos sus sufrimientos.
1er. Misterio. A primera vista esta historia nos quiere demostrar que la valentía en el camino del bien acaba siempre triunfando del vicio. Mucho más que una amenaza del castigo divino, es una invitación a dominar los miedos que paralizan a los testigos.
Oremos por que la vida sea valorada desde su concepción hasta su último aliento.
2do. Misterio. Sabemos que, en los asuntos sin verdadero riesgo, la mayoría de los testigos se corren, porque están más preocupados por su tranquilidad que de los daños que pudieran correr las victimas a causa de la cobardía.
Oremos por que la vida sea valorada desde su concepción hasta su último aliento.
3er. Misterio. En el mundo actual son frecuentes las amenazas: guerras que mutilan el cuerpo y el alma, jueces aprobando leyes injustas que afectan a los más débiles e inocentes, violencia en las escuelas… son algunas de las situaciones que enfrentan la mayoría de los héroes y mártires de nuestro tiempo.
Oremos por que la vida sea valorada desde su concepción hasta su último aliento.
4to. Misterio. Cannán simboliza la corrupción contra la que se necesita ejercer una lucha como en todos los tiempos, que el miedo no paralice cualquier búsqueda a favor de una vida noble y honesta.
Oremos por que la vida sea valorada desde su concepción hasta su último aliento.
5to. Misterio. Toda vida proviene de Dios, el hálito del hombre viene solo de Dios para hacerlo alma viva y vuelve a Dios en el momento de la muerte. Dios toma bajo su protección la vida del hombre y prohíbe el homicidio porque la vida es un Don Sagrado. Nadie lo puede quitar porque solo le pertenece a Dios.
Oremos por que la vida sea valorada desde su concepción hasta su último aliento.
Canto
Amémonos De Corazón No De Labios Solamente (2)
Para Cuando Cristo Venga (2)
Nos Encuentre Bien Unidos.
Como Puedes Tu Orar Enojado Con Tu Hermano (2)
Dios No Escucha La Oración Dios No Escucha La Oración
Si No Estas Reconciliado (2)/
Cuantas Veces Debo Yo Perdonar Al Que Me Ofende (2)
Se-tenta Veces Siete Setenta Veces Siete (2)
Recemos la Coronilla de la Misericordia De rodillas o de pie
Padre nuestro…Ave María… Credo…
En las cuentas grandes antes de cada decena.
Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amantísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero.
En las 10 cuentas pequeñas de cada decena.
Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Jaculatoria para rezarse al final de cada misterio.
Oh Sangre y Agua que brotasteis del Sagrado Corazón de Jesús como una fuente de Misericordia para nosotros, Confiamos en Ti
Doxología final después de las cinco decenas.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero
(3 Veces)
Oremos en Silencio
Oremos por la Vida para que sea respetada en todo el mundo
Los momentos que nos quedan reparemos el Corazón de Jesús que sufre por todos los sacrilegios cometidos en las diversas Iglesias del mundo y por todos los que cometen comuniones y confesiones sacrílegas, oremos para que el Espíritu Santo, les dé luz y conversión y a todos nos permita realizar buenas y sinceras confesiones.
Repetimos varias veces esta jaculatoria, para reparar su Corazón:
Cuerpo y Sangre de Jesús, os quiero, os amo y os adoro.
Os pido perdón y misericordia por todos los sacrilegios cometidos.
¡¡¡Unidos en la Eucaristía!!!