Para ser amigo de Dios con “San Francisco de Sales”
Es necesario, ser animoso y paciente en la tarea de la Purificación
Dice el proverbio que cuanto más lentamente se realiza la curación tanto más segura es.
Las enfermedades del corazón, como las del cuerpo, vienen a caballo y en diligencia, y se manchan a pie y a paso muy lento. Es necesario, pues, ser animoso y paciente en esta empresa.
¡Cuánta lastima dan algunas almas, que viéndose sujetas a numerosas imperfecciones, después de haberse ejercitado algún tiempo en la Devoción, comienzan a inquietarse y desanimarse, dejándose llevar de la tentación, tanto, que olvidándose de la virtud, vuelven a sus primeras costumbres!
También, por otra parte, tienen gran peligro las almas que por una tentación opuesta creen que están purgadas de sus imperfecciones, cuando apenas se han puesto a hacerlo, se tienen por perfectas sin serlo y se arrojan a volar sin alas.
Estas almas están en gran peligro de recaer por haberse apresurado en exceso y separarse de las manos del médico.
Nos os levantéis antes que llegue la luz, dice al profeta, levantaos después que hayáis reposado. Y, practicando él mismo la lección, aunque ya está limpio y lavado, pide a Dios que le lave y limpie de nuevo.
Purificación del alma
Primera purificación
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Purificación de los pecados mortales
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Purificación del afecto al pecado
Medios para lograrlo:
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Conocimiento del mal que nos ha hecho el pecado: para esto ayudara meditar en los afectos y compromisos que se tienen
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Contrición: conocer el mal del pecado.
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Confesión
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Protestación
Purificaciones
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Purificación de las aficiones que se tienen a los pecados veniales
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Purificación de la afición que se tiene a las cosas inútiles y peligrosas
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Purificación de las malas inclinaciones
No nos turbemos al considerar nuestras imperfecciones
El ejercicio de la purificación del alma sólo puede terminar con nuestra vida; por tanto, no nos turbemos al considerar nuestras imperfecciones, porque nuestra perfección consiste en combatirlas, y no sabremos vencerlas si no las afrontamos. Nuestra victoria estriba, no en sentirlas, sino en no consentir, el sentirse acuciado por ellas.
Que nuestras imperfecciones no nos hagan perder el ánimo.
Es necesario que para el ejercicio de nuestra humildad quedemos algunas veces heridos en esta batalla espiritual; pero nunca nos tengamos por vencidos, sino cuando hayamos perdido o la vida o el ánimo.
Las imperfecciones, pues, y pecados veniales no nos pueden privar de la vida espiritual, porque esta no se pierde sino por el pecado mortal.