Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Para todos los días del mes. Día 26. La Pasión de nuestro Señor Jesucristo
En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Acto de Contrición
Misericordia, Señor, hemos pecado. Por tu inmensa compasión borra nuestras culpas. Contra Ti, contra Ti sólo pecamos. Cometimos las maldades que Tú aborreces. Aparta de nuestros pecados tu vista. Borra de nuestras almas toda culpa. Oh Dios crea en cada uno un corazón puro, y no alejes de nosotros tu Santo Espíritu. Como se aleja el Oriente del Occidente, así tú alejas nuestros pecados. Tú perdonas nuestras faltas. Eres compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos tratas como merecen nuestros pecados ni nos castigas como lo exigen nuestras culpas. Como se eleva el cielo sobre la tierra, así se eleva tu bondad sobre nosotros. Como un padre siente ternura por sus hijos, así Tú, oh Dios, sientes compasión por tus servidores. Sabes de qué estamos hechos y recuerdas que somos barro. Tu misericordia, Señor, dura por siempre. Recuerda Señor que tu ternura y tu misericordia son eternas: no te acuerdes de nuestros pecados ni de las maldades de nuestra vida pasada. Acuérdate de nosotros con misericordia, por tu bondad, Señor. Por el honor de tu Nombre perdona nuestras culpas que son muchas. Te lo suplicamos en el nombre de Jesucristo tu Hijo nuestro Señor, quien contigo y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Acto de Consagración
Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano; míranos humildemente postrados ante tu altar. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y, para que podamos hoy unirnos más íntimamente contigo, cada uno de nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Es verdad que muchos jamás te conocieron, que muchos te abandonaron después de haber despreciado tus mandamientos; ten misericordia de uno y de otros, benignamente Jesús, y atráelos a todos a tu Santísimo Corazón.
Reina, Señor, no solamente sobre los fieles que jamás se apartaron de ti, sino también sobre los hijos pródigos que te abandonaron, y haz que estos prontamente regresen a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria.
Reina sobre aquellos a quienes traen engañados las falsas doctrinas o se hallan divididos por la discordia, y vuélvelos al puerto de la bondad y a la unidad de la fe, para que en breve no haya sino un solo redil y un solo Pastor.
Concede, Señor, a tu Iglesia, segura y completa libertad; otorga la paz a las naciones y haz que del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola voz: Alabado sea el Divino Corazón, por quien nos vino la salud: a Él sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.
Padrenuestro… Avemaría… Gloria al Padre…
Día 26
Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 15,1-39
Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntaba: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Él le respondió “Si, tú lo dices.” Los unos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. Pilato volvió a preguntarle: “¿No contestas nada? Mira de cuantas cosas te acusan.” Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.
Cada fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el momento habían cometido un asesinato. Subió la gente y se puso a pedir lo que solía conceder. Pilato les contestó: “¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?” La gente volvió a gritar: “¡Crucifícale!” Pilato les decía: “Pero ¿Qué mal ha hecho?” pero ellos gritaron con más fuerza: “¡Crucifícale!” Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les solicitó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.
Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir; al pretorio y llamaban a toda la cohorte. Le visten de purpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: “¡Salve, rey de los judíos!” y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando hubieron burlado de él, le quitaron la purpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.
Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario.
Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver que se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: “El rey de los judíos.” Con él crucificaron a los salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!” igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.” También le injuriaban los que con él estaban crucificados.
Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz; “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?”, -que quiere decir: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” al oír esto algunos de los presentes decían: “Mira, llama a Elías.” Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: “Dejad, vamos a ver si vienes Elías a descolgarle.” Pero Jesús lanzando un fuerte gritó, expiró. Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esta manera, dijo: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios.”
Palabra del Señor.
Plegaria
Suplicas al Sagrado Corazón de Jesús por los sacerdotes.
A los sacerdotes pobres, socórrelos, Señor.
A los sacerdotes enfermos, sánalos, Señor.
A los sacerdotes ancianos, dales alegre esperanza, Señor.
A los tristes y afligidos, consuélalos, Señor.
A los sacerdotes angustiados, dales tu paz, Señor.
A los que están en crisis, muéstrales tu camino, Señor.
A los calumniados y perseguidos, defiende su causa, Señor.
A los sacerdotes tibios, inflámalos, Señor.
A los desalentados, reanímalos, Señor.
A los que aspiran al sacerdocio, dales la perseverancia, Señor.
A todos los sacerdotes, dales fidelidad a ti y a tu Iglesia, Señor.
De manera especial te ruego por aquellos sacerdotes por quienes he recibido tus gracias: el sacerdote que me bautizó, los que han absuelto mis pecados reconciliándome contigo y con tu Iglesia. Aquellos en cuyas misas he participado y que me han dado tu Cuerpo en alimento. Los que me han transmitido tu Palabra y los que me han ayudado y conducido hacia ti. Por los que me van a guiar, y por el sacerdote que me acompañara en los últimos momentos de mi vida.
Oh Jesús: por los meritos de tu Sagrado Corazón, que sean sacerdotes según tu Corazón.
La mula del misionero.
El santo obispo misionero jesuita de Barrancabermeja, Monseñor Arango, publicó un hecho curioso que le sucedió a él en plena selva. Dice así:
“Una noche, poco después de medianoche, sentí un fuerte golpe en la puerta de mi rustica habitación. Al abrir vi unos ojos brillantes. Era mi mula que se había salido del potrero y había venido a darle una coz a la puerta de mi alcoba. Creí que podría tener sed y la llevé a la pila del agua, pero no quiso beber. Entonces la volví a llevar al potrero.
Pero unos minutos después volvió y le dio dos fuertes golpes a la puerta de mi habitación. Abrí la puerta y la mula sin darme tiempo para nada agarró con sus dientes la manga de mi camisa y me llevó al sitio donde estaba la silla de la cabalgadura. Entendí que alguien me estaba necesitando. Ensillé la bestia, fui al Sagrario tomé dos santas Hostias, y el óleo de los enfermos, y subí sobre la cabalgadura, dejando al animal que me llevara libremente a donde le pareciera mejor.
Estaba tan cansado de las labores del día que me quedé dormido allí sentado sobre la silla del animal que seguía andando por entre el camino de la selva. Era tierra plana y no había mucho peligro de caerme, y además aquella mula era muy suave en el andar.
Cuando me desperté era ya el amanecer, y allí a lo lejos se veía salir humo de un ranchito. Hacia ese sitio se dirigió la mula y en la puerta del rancho se detuvo.
Enseguida salió al corredor una viejita aplaudiendo y gritando: “Oh, qué bueno es el Corazón de Jesús. Mi pobre viejo está agonizando, y decía: ‘Hoy es Primer Viernes. ¿Será que no lograré comulgar ya nunca más en vida? ¿Será que el Sagrado Corazón me dejará morir sin recibir los santos Sacramentos, si yo comulgué tantos Primeros Viernes? Los sacerdotes viven tan lejos de aquí y ya no soy capaz de moverme’. –siga, siga Padre. Seguramente fue el buen Dios el que lo trajo aquí”.
Entre a la humilde habitación. El anciano al verme estalló en llanto de emoción. ‘Padrecito –dijo- jamás me imaginé que el Corazón de Jesús me hiciera el milagro de traerme el sacerdote, y la confesión y la Comunión, en el último Primer Viernes de mi vida, a estas lejanías donde vivo. Mil veces sea bendito el Sagrado Corazón’.
Lo confesé, le di la Sagrada Comunión y la Unción de los enfermos. Su anciana esposa comulgó también con gran emoción en aquel Primer Viernes.
El viejito sonreía de gozo por este detalle del Sagrado Corazón, y mientras yo le rezaba las oraciones de los moribundos, murió santamente, con Cristo Jesús todavía en su pecho, así tan recién comulgado.
Y yo pensaba: que bueno es nuestro Señor. A los que cuando estaban sanos le ofrecieron su Comunión de los Primeros Viernes, cuando están moribundos les hace llegar los santos Sacramentos aunque para ello tenga que emplear misteriosamente a seres irracionales. Bendito y alabado sea el Sagrado Corazón de Jesús”.