Adviento y su obra de Dios.
El tiempo de Adviento siempre es una invitación a la reflexión, a la oración, pero sobre todo a la preparación personal para recibir a Jesús en nuestro corazón. Nos recuerda que el Padre siempre está atento a nuestras necesidades, que nos acompaña y espera que actuemos conforme a lo que nos ha mandado, su obra es un gran misterio del amor de Dios.
Pero no solo se trata de mirar hacia adentro, sino de entender que pertenecemos a una unidad, a un solo cuerpo, a una sola iglesia a una misma humanidad, que lo que pienso, digo y hago tiene algún efecto en las demás personas, así que seamos congruentes como Dios lo es.
En este año litúrgico que estamos comenzando, el Papa Francisco nos invita a vivir la misericordia, en un jubileo extraordinario que ha dado inicio con la apertura de la Puerta Santa, la cual simbólicamente nos ofrece la apertura a un “camino extraordinario” hacia la salvación, y nos invita a ser “misericordiosos como el Padre”.
Sabemos que los tiempos actuales son difíciles, que estamos envueltos en una sociedad egoísta, individualista, materialista y competitiva, en la que es más importante los beneficios que puedo obtener de manera individual que lo que podemos hacer por los demás, en el que hacer mi parte es suficiente, y no nos interesa interactuar con los demás como equipo, como amigos, como familia, como iglesia, un tiempo en que nos hemos acostumbrado a “regalar” lo que nos sobra y se nos olvida con que lo que necesitamos es compartir.
Que este tiempo de adviento se convierta en un tiempo propicio no solo para reflexionar, sino para actuar siguiendo el ejemplo de Jesús a la luz de su palabra, siendo misericordiosos como Él, quien no solo pensaba, compartía sus pensamientos; Él no solo observaba, actuaba conforme los mandatos de Dios; Él no solo actuaba, invitaba a los demás seguir su camino, Él no solo subió al cielo al cumplir con su misión, sino que decidió quedarse con nosotros para ayudarnos en el camino que nos lleve a la vida Eterna junto a Él.
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo para que nuestros pensamientos, palabras y acciones, por si mismas sean una oración y una alabanza a Dios, que poco a poco y sin darnos cuenta nos prepara para recibirlo de la mejor manera, pero aún más: para compartirlo: Que la alegría de sentirlo y vivirlo nos llene y nos convierta en luz para todas las personas que nos rodean especialmente para nuestras familias y que la obra de Dios sea la que permitamos en nuestro corazón.