“No cerréis esa puerta.” Papa Francisco
Hora Santa
Parroquia de San Pío X
Se reza la Estación del Santísimo Sacramento…
¿Qué Dios como Tú, que borra la falta, que perdona lo mal hecho, que no excita para siempre su ira, que se complace en otorgar gracia? Una vez más ten compasión de nosotros y perdona nuestras iniquidades y arroja al fondo del mar nuestros pecados.
Del Libro de Ezequiel 47, 1-9.12
Me llevó a la entrada del templo, y he aquí que debajo del umbral del templo salía agua, en dirección a oriente, porque la fachada del templo miraba hacia oriente. El agua bajaba de debajo del lado derecho del templo, al sur del altar. Luego me hizo salir por el pórtico septentrional y dar la vuelta por el exterior, hasta el pórtico exterior que miraba hacia oriente, y he aquí que el agua fluía del lado derecho. El hombre salió hacia oriente con la cuerda que tenía en la mano, midió mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta los tobillos. Midió otros mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta las rodillas. Midió mil más y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta la cintura. Midió otros mil: era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar. Entonces me dijo: “¿Has visto, hijo de hombre?” Me condujo, y luego me hizo volver a la orilla del torrente. Y al volver vi que la orilla del torrente había gran cantidad de arboles, a ambos lados. Me dijo: “Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada. Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente. A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales, cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina.”
Palabra de Dios.
Canto
Misericordia Dios mío por tu bondad
Por tu inmensa compasión borra mi culpa
Lava de todo mi delito, Señor, límpiame de mi pecado
Pues yo reconozco ante Ti mi culpa,
Tengo presente mi pecado
Contra ti, contra ti, solo peque, Señor
Cometí la maldad que aborreces
Mira que soy que soy débil que no puedo cambiar
Vuélveme hacia Ti de todo corazón
Y que con tu gracia podre yo vencer
Ven pronto levántame Señor (2)
“No cerréis esa puerta.” Papa Francisco
La Cuaresma es tiempo propicio para pedir al Señor, «para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia», la «conversión a la misericordia de Jesús». Demasiadas veces, en efecto, los cristianos «son especialistas en cerrar las puertas a las personas» que, debilitadas por la vida y por sus errores, estarían, en cambio, dispuestas a recomenzar, «personas a las cuales el Espíritu Santo mueve el corazón para seguir adelante».
La ley del amor está en el centro de la reflexión. Una Palabra de Dios que parte de una imagen: «el agua que cura». En la lectura el profeta Ezequiel habla, en efecto, del agua que brota del templo, «un agua bendecida, el agua de Dios, abundante como la gracia de Dios: abundante siempre». El Señor, es generoso «al dar su amor, al sanar nuestras llagas».
El agua está presente también en el Evangelio de san Juan (5, 1-16) donde se narra acerca de una piscina —«llamada en hebreo Betesda»— caracterizada por «cinco soportales, bajo los cuales estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos». En ese sitio, en efecto, «había una tradición» según la cual «de vez en cuando bajaba del cielo un ángel» a mover las aguas, y los enfermos «que se tiraban allí» en ese momento «quedaban curados».
Por ello, «había tanta gente». Y, así, se encontraba también en ese sitio «un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años». Estaba allí esperando y Jesús le preguntó: « ¿Quieres quedar sano?». El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua, cuando viene el ángel. Para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Es decir, quien se presenta a Jesús es «un hombre derrotado» que «había perdido la esperanza». Enfermo, pero «no sólo paralítico»: estaba enfermo de «otra enfermedad muy mala», la acedia.
«Es la acedia la que hacía que estuviese triste, que sea perezoso» Otra persona, en efecto, hubiese «buscado el camino para llegar a tiempo, como el ciego en Jericó, que gritaba, gritaba, y querían hacerle callar y gritaba más fuerte: encontró el camino». Pero él, postrado por la enfermedad desde hacía treinta y ocho años, «no tenía ganas de curarse», no tenía «fuerzas». Al mismo tiempo, tenía «amargura en el alma: “Pero el otro llega antes que yo y a mí me dejan a un lado”». Y tenía «también un poco de resentimiento». Era «de verdad un alma triste, derrotada, derrotada por la vida».
«Jesús tiene misericordia» de este hombre y lo invita: «Levántate. Levántate, acabemos esta historia; toma tu camilla y echa a andar». El Papa Francisco describió la siguiente escena: «Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Pero estaba tan enfermo que no lograba creer y tal vez caminaba un poco dudoso con su camilla sobre los hombros». A este punto entraron en juego otros personajes: «Era sábado, ¿qué encontró ese hombre? A los doctores de la ley», quienes le preguntaron: « ¿Por qué llevas esto? No se puede, hoy es sábado». Y el hombre respondió: « ¿Sabes? Estoy curado». Y añadió: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla”».
Sucede, por lo tanto, un hecho extraño: «esta gente en lugar de alegrarse, de decir: “¡Qué bien! ¡Felicidades!”», se pregunta: « ¿Quién es este hombre?». Los doctores comienzan «una investigación» y discuten: «Veamos lo que sucedió aquí, pero la ley… Debemos custodiar la ley». El hombre, por su parte, sigue caminando con su camilla, «pero un poco triste». Comentó el Papa: «Soy malo, pero algunas veces pienso qué hubiese sucedido si este hombre hubiese dado un buen cheque a esos doctores. Hubiesen dicho: “Sigue adelante, sí, sí, por esta vez sigue adelante”».
Continuando con la lectura del Evangelio, tenemos a Jesús que «encuentra a este hombre más tarde y le dice: “Mira, has quedado sano, pero no vuelvas atrás —es decir, no peques más— para que no te suceda algo peor. Sigue adelante, sigue caminando hacia adelante”». Y el hombre fue a los doctores de la ley para decir: «La persona, el hombre que me curó se llama Jesús. Es Aquel». Y se lee: «Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado». De nuevo comentó el Papa Francisco: «Porque hacía el bien también el sábado, y no se podía hacer».
Esta historia, «se repite muchas veces en la vida: un hombre —una mujer— que se siente enfermo en el alma, triste, que cometió muchos errores en la vida, en un cierto momento percibe que las aguas se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo; u oye una palabra». Y reacciona: «Yo quisiera ir». Así, «se arma de valor y va». Pero ese hombre «cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las puertas cerradas». Tal vez escucha que le dicen: «Tú no puedes, no, tú no puedes; tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a la misa del domingo, pero quédate allí, no hagas nada más». Sucede de este modo que «lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, los cristianos con psicología de doctores de la ley lo destruyen».
El Pontífice dijo estar disgustado por esto, porque, destacó, la Iglesia «es la casa de Jesús y Jesús acoge, pero no sólo acoge: va a al encuentro de la gente», así como «fue a buscar» a ese hombre. «Y si la gente está herida —se preguntó—, ¿qué hace Jesús?, ¿la reprende diciéndole: por qué está herida? No, va y la carga sobre los hombros». Esto, afirmó el Papa, «se llama misericordia». Precisamente de esto habla Dios cuando «reprende a su pueblo: “Misericordia quiero, no sacrificios”».
Es necesario un compromiso para la vida cotidiana: tenemos que convertirnos. Alguien, dijo, podría reconocer: «Padre, hay tantos pecadores por la calle: los que roban, los que están en los campos nómadas… —por decir algo— y nosotros despreciamos a esta gente». Pero a este se le debe decir: « ¿Y tú quién eres? ¿Y tú quién eres, que cierras la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer, que tiene ganas de mejorar, de volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha obrado en su corazón?».
Incluso hoy hay cristianos que se comportan como los doctores de la ley y «hacen lo mismo que hacían con Jesús», objetando: «Pero este, este dice una herejía, esto no se puede hacer, esto va contra la disciplina de la Iglesia, esto va contra la ley». Y así cierran las puertas a muchas personas. Por ello, «pidamos hoy al Señor» la «conversión a la misericordia de Jesús»: sólo así «la ley estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos».
Releemos en silencio y oramos espontáneamente de acuerdo a lo que leímos.
Canto
Señor toma mi vida nueva, antes de que la espera desgaste años en mí, estoy dispuesto a lo que quieras, no importa lo que sea, Tú llámame a servir.
Llévame donde los hombres, necesiten tus palabras. Necesiten mis ganas de vivir, donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente, por no saber de Ti
Te doy mi corazón sincero, para gritar sin miedo.
Tu grandeza Señor, tendré mis manos sin cansancio,
Tú historia entre mis labios y fuerza en la oración.
Y así en marcha iré cantando por calles predicando
Lo bello que es tu amor, Señor tengo alma misionera
Condúceme a la tierra que tenga sed de Dios.
Oremos a María Santísima
Madre de la Misericordia infinita, ayúdanos a reconocernos pecadores y necesitados de su misericordia, enséñanos a tener una autentica compasión en el corazón para no cerrar nuestras entrañas ante el hermano que se halla en necesidad, para que el amor de Dios more en nosotros.
1er. Misterio. Misericordia, expresa el apego instintivo de una persona a otra. Este sentimiento tiene su asiento en el seno materno, en las entrañas o corazón, de un padre o de un hermano es el cariño o la ternura, que se traduce por actos de compasión en una tragedia o de perdón de las ofensas.
Oremos para que la Misericordia de Dios habite en nosotros.
2do. Misterio. Dios mismo se conmueve de tal manera ante la miseria que acarrea el pecado, que desea que el pecador vuelva a Él y se convierta. Si de nuevo conduce a su pueblo al desierto, es porque quiere hablarle al corazón. Dios no guarda rencor eterno, pero quiere que el pecador reconozca su malicia. Nuestro Dios perdona abundantemente.
Oremos para que nuestra forma de vida refleje la Misericordia Divina.
3er. Misterio. Aunque la misericordia divina no conoce más limite que el endurecimiento del pecador. La historia de Jonás es la sátira de los corazones estrechos que no aceptan la inmensa ternura de Dios (Jonás 4,2)
Oremos para que nos reconozcamos necesitados de la Misericordia Divina y acudamos con mayor frecuencia al Sacramento de la Reconciliación.
4to. Misterio. “Lo que Yo quiero es Misericordia” si Dios es ternura. ¿Cómo no exigirá a sus creaturas la misma ternura mutua? Esto lo sabía muy bien David pues prefería caer en las manos de Yahvé, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres.
Oremos para que nuestra forma de vida sea reflejo de la Misericordia infinita de Dios.
5to. Misterio. Dios condena a los paganos que sofocan la misericordia (Amos 1,11) lo que Él quiere es que se conserve el mandamiento del “Amor fraterno” muy preferible a los holocaustos; quiere que la práctica de la justicia sea coronada por un “amor tierno” (Miq 6,8) si se quiere verdaderamente “ayunar ” hay que socorrer al pobre, al que sufre, a la viuda, al huérfano…y Dios mismo ensanchara poco a poco los corazones humanos hasta las dimensiones del Corazón de Dios.
Oremos para que nuestro amor a Dios lo demostremos en nuestro amor al hermano necesitado.
Canto
Renuévame, Señor Jesús,
Ya no quiero ser igual
Renuévame, Señor Jesús
Pon en mi tu Corazón
Porque todo lo que hay dentro de mi
Necesita ser cambiado, Señor
Porque todo lo que hay dentro de mi corazón
Necesita más de ti.
Recemos la Coronilla de la Misericordia De rodillas o de pie
Padre nuestro…Ave María… Credo…
En las cuentas grandes antes de cada decena.
Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amantísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero.
En las 10 cuentas pequeñas de cada decena.
Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Jaculatoria para rezarse al final de cada misterio.
Oh Sangre y Agua que brotasteis del Sagrado Corazón de Jesús como una fuente de Misericordia para nosotros, Confiamos en Ti
Doxología final después de las cinco decenas.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero
(3 Veces)
Oremos en Silencio
Oremos por la Paz en todo el mundo
Gracias por la manera de ayudarnos a crecer en la fe, y que cada dia le demod mas valor a Jesus Eucaristia , y cada dia sea mas conocido , amado y servido.