“HABLA, SEÑOR, QUE TU SIERVO ESCUCHA”.
Todavía no se había apagado la lámpara de Dios y Samuel estaba acostado en el santuario de Yavé, allí donde estaba el arca de Dios.
Yavé lo llamó: “¡Samuel! ¡Samuel!” Respondió: “Aquí estoy”.
Corrió donde Helí y le dijo: “Aquí estoy ya que me llamaste”. Helí le respondió: “Yo no te he llamado, vuelve a acostarte”. Y Samuel se fue a acostar.
Yavé lo llamó de nuevo: “¡Samuel! ¡Samuel!” Se levantó y se presentó ante Helí: “Aquí estoy, le dijo, puesto que tú me llamaste”. Helí le respondió: “Yo no te he llamado, hijo mío, vuelve a acostarte”.
Samuel no conocía todavía a Yavé: la palabra de Yavé no le había sido todavía revelada.
Cuando Yavé llamó a Samuel por tercera vez, se levantó y fue a ver a Helí: “Aquí estoy, le dijo, ya que me llamaste”. Helí comprendió entonces que era Yavé quien llamaba al muchacho,
y dijo a Samuel: “Anda a acostarte; si te llaman, responde: “Habla, Yavé, que tu servidor escucha”. Y Samuel volvió a acostarse.
Yavé entró, se detuvo y llamó igual que las veces anteriores: “¡Samuel! ¡Samuel!” Samuel respondió: “Habla, que tu servidor escucha”.
Samuel había crecido; Yavé estaba con él y sus palabras nunca dejaban de cumplirse.
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México