Aposento de Adoración
II. Lámparas del Amor Divino
Jesús:
Hijos míos: abrid vuestros ojos y ved mi sublime presencia en la Hostia Santa. Aquí en mi Sagrario Divino os miro con dulzura, miradas que penetran vuestro corazón para sanarlo, miradas que penetran vuestro para llenar vuestros vacíos con mi amor, miradas que penetran vuestro corazón para purificaros porque mis rayos de luz hacen trisas vuestras impurezas dándoos candor y blancura.
Abrid vuestros oídos que deseo hablaros, deseo pediros reparación porque muchas almas profanan mi divinidad con su irreverencia e irrespeto, muchas almas se niegan a escucharme ahogando mi voz en su corazón en las cosas baladíes, porque el mundo las ata, las aprisiona, algunas almas saben que estoy aquí solitario y abandonado; y aún así, no vienen porque el tiempo se les escurre de sus manos y piensan en Mí cuando ya es demasiado tarde, cuando mis Sagrarios han sido cerrados, porque muchos saqueadores merodean la Casa de Dios en la tierra.
En mi Tabernáculo os espero para daros mi amor, amor que ha de ser medicina a vuestros males y alivio para vuestro dolor. Venid a Mí que os quiero engalanar, adornándolos con mis joyas preciosas vistiéndoos de sayal porque sois mis hijos amados, hijos que si me saben descubrir en la Sagrada Hostia. Hostia que palpita con vehemencia cuando os postráis a adórame con todo el ímpetu de vuestro corazón.
Desde el sagrario alzo mi voz; voz que ha de retumbar en los corazones humildes, voz que ha de doblegar a las almas eucarísticas para que sean lámparas del Amor Divino, oficio de Ángeles que delego a criaturas con corazón noble y benévolo, criaturas ávidas de permanecer en mi mansión de amor, adorándome con las oraciones de este libro de oro que hoy he puesto en vuestras manos, oraciones que son coloquios de mi Corazón Eucarístico con vosotras, almas adoradoras del silencio, almas que han de convertirse en una lámpara encendida en el nebuloso día o en la oscuridad de la noche.
Encended, pues, la mamita de vuestro corazón; dejadla arder hasta que os consumáis como cirio prendido en el Sagrario; cirio que os transformará en lámpara del Amor Divino, lámparas que jamás cesarán de alumbrar en toda la tierra porque son tan fuertes los reflejos de vuestra luz que cobijarán pueblos, veredas, ciudades y países enteros. Luz que ha de iluminar las conciencias de los hombres para que vuelvan a Mí.
Alma adoradora del silencio:
Estoy aquí, Jesús mío, con mis ojos abiertos para veros presente bajo este Velo Sacramental, Velo revestido de humildad y sencillez. Velo Celestial que oculta vuestra grandeza porque sois el mismo Dios que fue puesto en el vientre virginal de maría e hizo exaltar de gozo al niño Juan. Velo que esconde la majestuosidad de Dios en la tierra, porque sois el mismo Hombre que permitió que taladrasen sus manos y sus pies en una cruz para dar vida, vida llena de gracia y de santidad. Velo que es pan del Cielo, Pan multiplicado que alimento muchedumbres de vuestros seguidores. Velo que tiene un Corazón amoroso y bondadoso porque ahí está latiendo vuestro Sacratísimo Corazón, ya que estás vivo. Velo que contiene la naturaleza Divina, naturaleza que obra los mismos milagros, como cuando estuvisteis en la tierra.
Aquí estoy, Jesús mío, para dejarme arropar con vuestras miradas, miradas que cubren la desnudez de mi corazón y lo purifica; miradas que son rayos de luz que penetran todo mi ser y lo transverberan con vuestro Amor Divino; miradas que son suave oleaje que dan calidez a mi alma; miradas que sin pronunciar palabra me dicen cuanto me amáis; miradas que seducen y hacen que me deje poseer por vuestra dulzura, dulzura que se lleva la amargura de mi corazón; miradas que unen mi corazón fragmentado y lo restaura; miradas que sanan mis heridas devolviéndome la lozanía y vigor.
Estoy aquí, Jesús mío, deseoso en escuchar vuestra voz; voz que derrite mi corazón por vuestro amor; voz que eleva mi espíritu al cielo y lo plenifica con vuestra presencia; voz que es aliento en mi peregrinar hacia la Morada Celestial; voz que es melodía que me impulsa a amaros, a adoraros y a glorificaros.
Estoy aquí, Jesús mío, postrado a vuestros pies para rendiros el homenaje que como Dios os merecéis, para rendiros el mismo homenaje que vuestros Santos y Ángeles os tributan en el Cielo.
Señor mío, dejadme entrar en vuestro Tabernáculo y repara por las irreverencias e irrespetos que recibís diariamente en vuestro Cuerpo adorable, Cuerpo que es lastimado por un sin número de almas con corazón de dura cerviz, almas que os hieren con su indiferencia y apatía, vuestro gran misterio de amor, misterio que es cuestionado por su orgullo intelectual.
Perdonadles, Jesús mío, actúan negligentemente porque, aún, no os conoce; no han ahondado en la ciencia sublime de vuestra real presencia en la Eucaristía, Eucaristía que es conocimiento verdadero y absoluto.
Os adoro, os alabo y os amo con todas las almas que, en esta hora, os están amando en la tierra y en el cielo.
Amén.
Gracias a Dios que EL está con nosotros