Patrona de los cristianos cautivos.
Los españoles tuvieron que luchar durante cuatrocientos años para expulsar a los moros de su país (1085-1492). Los cristianos hechos cautivos al curso de esos continuos combates eran particularmente dignos de lástima. Aquellos que abrazaban el Islam eran bien tratados. Los demás eran vendidos como esclavos a los musulmanes de África. Había entonces que pagar rescate para lograr su liberación. Es decir que a los prisioneros pobres no les quedaba ninguna esperanza de volver a ver su patria y a sus parientes. Sin contar el peligro que tenían de la apostasía.
Fue la Virgen María la que inspiró a Pedro Nolasco socorrer a esos desventurados: “Yo te ayudaré, le dijo, y tendremos éxito.” Asi nació la orden de la Merced o de la redención o rescate de los cautivos. A los tres habituales votos de religión: obediencia, pobreza, continencia, los mercedarios añadían un cuarto: el convertirse en rehenes, cuando ese era el único medio que les quedaba para cumplir su misión. Esta, gracias a su heroísmo y a la generosidad de los cristianos, tuvo resultados fecundos; persiguió hasta la desaparición de la piratería.
La fiesta de Nuestra Señora de la Merced fue primitivamente instituida para agradecer a la Virgen el haber dado la libertad a los prisioneros que le suplicaban. Si Inocencio XII la extendió (1696) a la Iglesia entera, fue sin duda para recordarnos que la madre de Jesús es la madre de todos nosotros, que su poder es infinito, y que por tanto ella puede liberarnos de las cadenas que cargamos.