Los Dolores de María
Meditación para el sábado
Tercer Dolor:
La pérdida del Niño Jesús en el templo.
Hijos míos: José y yo acostumbrábamos ir todos los años a Jerusalén a la fiesta solemne de la Pascua, fiesta a la fuimos con el Niño Jesús cuando ya había cumplido doce años, fiesta que era amor ágape con el cielo en la tierra, fiesta en la que compartíamos, orábamos y celebrábamos alegremente. Una vez terminados los días de esta gran solemnidad, emprendimos el camino de regreso a casa, camino en el que faltaba lo más amado de mi Inmaculado Corazón, el gran amor de mi vida: Jesús, el encanto de mi alma y el desvelo de mis purísimos ojos.
Hijos carísimos: mi Corazón estaba sumergido en el dolor, le buscaba y no le encontraba, le llamaba y no me respondía, no daba señas de su presencia en la comitiva.
Al cabo de tres días de haberle perdido lo hallamos en el templo sentado en medio de los doctores de la ley, doctores estupefactos ante su gran sabiduría, doctores atónitos ante la certeza de sus respuestas, doctores de menguada inteligencia que no alcanzaban a descubrir que aquél niño era el Mesías, el Dios esperado.
Al encontrarle quedamos maravillados ante la elocuencia de nuestro Hijo. Hijo que cuestionó a los maestros de la ley. Hijo que se ausentó de nosotros para emplearse en las cosas que miran al servicio de su Padre.
Hijos amados: si mi Corazón se desmoronó de dolor ante la ausencia de Jesús por tres días, qué podrán sentir entonces aquellas almas que se separan de Él por muchísimos años, almas inmersas en el pecado, almas alejadas de su casa Paterna, almas con corazón de pedernal que no sienten la necesidad ni el deseo de buscarle.
Vosotros, pequeños míos, ayudadme a buscar a aquellos hijos que se me han perdido, hijos que caminan por otros senderos, hijos que se han dejado seducir por el mundo; hijos que desprecian mis consejos, mi cariño maternal; hijos que padecen soledad y frío, hijos a los que busco afanosamente porque todos me son importantes, a todos los quiero arropar bajo los pliegues de mi Sagrado Manto, deseo sanar las heridas de sus corazones con mis besos.
Los primeros dos días, de los dolores de la Virgen, ¿podrían envirlos? Hermoso, gracias.