Los Dolores de María
Meditación para el sábado
Primer dolor:
La Profecía de Simeón
Hijos míos: una vez cumplido el tiempo de mi purificación, según la ley de Moisés, llevamos al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley: que todo primer varón que nazca será consagrado al Señor. Llevamos un par de tórtolas como ofrenda, ofrenda que fue recibida por los Santos Ángeles al son de música y danza celestial, ofrenda que fue la atracción del Padre Eterno; ofrenda que ante los ojos humanos carecía de valor, ofrenda que traía en sí el mayor tesoro de la humanidad: el Emmanuel, Dios con nosotros.
En Jerusalén había un hombre justo y temeroso de Dios llamado Simeón, hombre que esperaba de día en día la venida del Mesías. Hombre poseído por el Espíritu santo porque sabía que no había de morir antes de ver al Cristo o Ungido del Señor; hombre que inspirado por Dios vino al templo, tomó en sus brazos al Niño Jesús y bendijo a Dios; hombre que me anunció de la espada que atravesaría mi alma, espada que llevaría muy clavada en mi Corazón porque mi Hijo sería el blanco de contradicción de los hombres, espada que era el anuncio de los dolores futiros; dolores porque sufriría místicamente su pasión; dolores porque sus sufrimientos los compartiría conmigo, cercenarían mi alma.
Hijos amados: guardé sus palabras en mi corazón, no dejé que su profecía perturbará mi espíritu, me abandoné en los brazos de Dios y esperé pacientemente a que llegase el momento de padecer, momento de ofrecer al Señor mi tristeza, mis lágrimas; momento culmen para la historia de la humanidad, humanidad que sería redimida, liberada de la deuda del pecado.