SAN BARTOLOME FERNÁNDEZ
Etimológicamente significa “hijo del que detiene las aguas”. Viene de la lengua hebrea. Nació en la ciudad de Lisboa en 1514. Pronto se inclinó por la vida en comunidad con los padres dominicos eso mismo lo llevo a ingresar al convento. A los 14 años le imponen el hábito en el noviciado, un despertar diferente en el se plasmaba.
Estudió la carrera eclesiástica y con gran aprovechamiento, la de teología, apenas lo ordenaron de sacerdote le encomendaron al poco tiempo tuvo la gran responsabilizar de dirigir el convento de Lisboa. La reina de Portugal, Catalina, lo presentó como arzobispo de Braga. El Papa confirmó su nombramiento con una Bula en 1559 y empezó a ejercer el oficio. Aceptó ser arzobispo porque era una persona obediente y dócil a todo el mundo, sobre todo a su superior Fray Luis de Granada. Sus grandes ilusiones se enmarcan en su vida apostólica, el quehacer y la constante acción que la misma Iglesia amerita, visitas pastorales, compromiso por la evangelización y el amor a la palabra.
Escribió para la cultura y enseñanza religiosa del pueblo un Catecismo cuya última edición, la 15ª, se llevó a cabo en el año 1962. Se preocupó por la cultura y la reforma del clero fundando Escuelas de Teología Moral en su diócesis, apoyando los conventos y monasterios, le gustaba que la gente supiese de fe, he ahí lo que pautó para escribir el catecismo antes citado. Dedicaba mucho tiempo al estudio. Fruto de este trabajo son las 32 obras literarias que ha dejado para la posteridad. Su papel en el Concilio de Trento fue sobresaliente aplaudido por los Padres conciliares por sus ideas claras y sus 268 peticiones, importantísimas por la situación que imperaba por la reforma, en el fondo, son la síntesis de cómo debe ser la Iglesia. En 1582 renunció al arzobispado y se fue al convento dominico de Viana do Castelo. En él murió en 1590.
