Etimológicamente Antonio significa “florido, inestimable”.
Viene de la lengua griega.
Cuando vio la luz de este mundo en el 1502 (año de su nacimiento), tuvo la desgracia de perder en seguida a su padre (quedando huérfano de padre). La madre de Antonio María, Antonieta Pescaroli, enviudó pronto y no quiso contraer nuevas nupcias para dedicarse enteramente a la educación de su hijo. De ella aprendió virtudes y escuchó consejos; sobre todo, se trataba del trato con la Virgen, del respeto a la Eucaristía; aprendió el valor de la pureza y vivió con dignidad la virtud de la pobreza. La madre se volcó enteramente en su hijo, su amor y su atención lo demostró dándole una educación en los valores que siempre perduran: la honradez,, la disciplina, la vida cristiana y el amor a los demás, en términos sencillos tuvo una vida feliz y sin tantas complicaciones.
Al llegar a su juventud, avalada por estos principios sólidos, le vino la idea de estudiar para hacerse sacerdote. Juntamente con otros compañeros en el sacerdocio preparó el gran concilio de Trento, un punto clave en la historia de la Iglesia del siglo XVI y una época donde muchos perdieron la fe.
Fue el concilio que llevó a cabo una gran reforma en el clero, una división (cisma) en que muchos clericós renunciaron a sus conceptos y principios, doctrina y lo triste a su credo, esto mismo propició un impulso enorme en la evangelización para balancear esa deserción de la Iglesia católica.
El puso a disposición todos sus estudios teológicos y de medicina. Movido por el Espíritu de Dios, fundó una Congregación en Milán en las ramas masculina y femenina, como han hecho muchos fundadores y fundadoras a la largo de la historia de la Iglesia.
Cuando se estudia la historia de las fundaciones, nos damos cuenta de que les puso el nombre de Barnanitas por el simple hecho de que nacieran en la iglesia de san Bernabé de la ciudad alpina.
Se dedican a varios menesteres, trabajos y obras: la educación, la atención a los pobres, a las familias en las que invertían tiempo sin escatimar nada, y en general a toda obra eclesial que fuera necesaria. Hoy día harían falta más fundadores para que se dedicaran a atender a tantas familias desunidas y desintegradas, el apego al consumo y de las costumbres permisivas y desordenas que existen en nuestra sociedad.
Murió en la ciudad que le vio nacer, Cremona (Italia) en el año 1537 a los 37 años. Su lema fue:”Servir sin recompensa y combatir sin sueldo ni provisiones aseguradas”.