Salid, hijas de la gracia, almas que amáis a Dios, salid de las tinieblas de la tierra, y contemplad a vuestro Rey Jesús coronado con corona de espinas, corona de desprecios y dolores, con que le coronó la impía Sinagoga, su madre, en el día del desposorio, esto es, en el día de su muerte, que fue cuando se desposó con las almas en la Cruz; salid ahora de nuevo, y considerad como viene lleno de misericordia y amor a unirse con vosotras en este Sacramento de Amor.
¡Cuánto os ha costado, amado Jesús mío, el poder venir a uniros con las almas en este suavísimo Sacramento! ¡Fue menester que antes murierais con muerte tan amarga y afrentosa! ¡Ah! Venid también a abrazaros con mi alma. Fue en tiempos pasados enemiga vuestra por el pecado; mas ahora la queréis hacer esposa vuestra con la gracia. Venid, Jesús, Esposo mío; no quiero haceros traición en adelante; en lo venidero siempre os seré fiel; quiero, como esposa amante, no pensar más que en daros gusto. Quiero amaros sin reserva; quiero ser todo vuestro, Jesús mío, todo, todo, todo.