Fe: Un don para ser utilizado
¿Alguna vez te has preguntado, como yo lo he hecho, por qué algunas personas creen y otras no? Si fuera un asunto de inteligencia o lógica, supongo que todas las personas inteligentes serían creyentes y las no brillantes no lo serían. No obstante, como sabemos, no es así. Algunas personas inteligentes y aparentemente buenas luchan durante su vida, sin conseguir jamás esta fe religiosa.
Todos los teólogos cristianos están de acuerdo en una cosa: la fe religiosa es un don de Dios. La fe implica en general aceptar la palabra de alguien respecto a algo que no podemos probar. Si yo te digo que mido un metro setenta y cinco, puedes comprobarlo si me mides. No es necesario un acto de fe. Sin embargo, si te digo que te amo, tienes que aceptarlo con fe. No hay manera en que puedas probar que te amo. Esto exige fe humana.
La Palabra de Dios, empezando con su comunicación de Abraham en el año 1850 A.C. aproximadamente y termino con Jesús y sus apóstoles, llega a nosotros a través del libro que llamamos la Biblia. Lo más importante que Dios nos dice en la Biblia es precisamente esto: “Los amo”. No hay manera de comprobarlo, no hay forma de probar que Dios es nuestro Padre que nunca nos olvidará, “incluso si una madre olvidara al hijo de sus entrañas”. No hay forma de probar que Dios nos ama así que se volvió humano y murió en una Cruz por amor a nosotros.
Si no hay forma de probar todo esto, ¿por qué lo creemos? Aquí es donde se presenta el don. Dios tiene que darnos la gracia t la habilidad para creer. Tiene que convencernos: “En realidad es cierto, los amo”. Por supuesto Dios puede poner ideas en nuestras mentes o convicciones en nuestros corazones. Casi todos hemos experimentado la gracia de Dios en nosotros y en nuestras vidas. Una dificultad para explicar este acto de Dios en nosotros es que Dios llega a cada uno de nosotros en una forma única. No murmura literalmente en nuestro interior que todo es verdad. Sin embargo, por ejemplo, nos permite conmovernos por la fe profunda de otra persona y utiliza esta ocasión para facultar a nuestras mentes para que crean. El tiempo de la gracia de Dios puede presentarse mientras tratamos de rezar o, incluso, mientras cruzamos una calle. En un millón de formas diferentes, Dios parece convertirnos en creyentes. No obstante esto es claro: sólo Dios, por su gracia, puede convertirnos en creyentes.
Por nuestra parte, tenemos que estar listos y abiertos a Dios. Hay mil obstáculos para tal aptitud, algunos de los cuales incluyen responsabilidad humana y otros obstáculos que pueden ser asunto de prejuicio aprendido tempranamente en la vida. No podemos juzgar a nadie. Quizás Dios espera tener su hora en la vida de las personas que luchan por el asunto de creer. Confío en que Dios honrará a toda la sinceridad humana, incluso si la persona tiene tan lavado el cerebro que la fe se convierte en algo difícil o imposible para su comprensión.
También es cierto que incluso los que creemos todavía tenemos dudas recurrentes. En ocasiones, experimentamos crisis genuinas de fe. Un gran teólogo dijo en una ocasión que las viejas formas de la fe son comidas por la duda, pero sólo para las formas de fe más nuevas y profundas pueden nacer en nosotros. Un psicólogo llamado John Hilton llevó a cabo el estudio sobre el apoyo y consuelo de la fe religiosa al morir. Llegó a la conclusión de que en la misma proporción en que la gente haya integrado la fe en su vida cotidiana se sentirá apoyada y consolada por la fe al morir. La verdad importante aquí es que la fe debe ser vista como un don que debe utilizarse. Crece en nosotros sólo cuando la usamos y mientras más la utilizamos, más se desarrolla. Debo hace uso de mi fe o morirá.
La fe puede ser motivo de cualquier acción, sin importar qué tan insignificante sea. Puedo limpiar pisos, lavar platos o caminar por amor a Dios. Él desea que seamos felices y estemos llenos de vida. Por consecuencia, todos nuestros esfuerzos por ser personas completamente humanas y llenas de vida pueden convertirse en actos integrados de fe. Dios también desea que amemos a todos, incluso a aquellos que no inspiran mucho cariño, para que nuestros esfuerzos por ser personas amorosas sean motivados conscientemente por la fe.
¿Hoy, en algún momento, recordarías las semanas recientes de tu vida, como yo lo he hecho a menudo, para tratar de hacer una lista de las acciones motivadas por la fe y embellecerlas por la fe durante esas semanas? Cuando hacemos lo que íbamos hacer de cualquier manera, ¿no deberíamos tratar de hacerlo conscientemente por amor a Dios?