Muchos santos han descrito la oración como una “conversación con Dios”
Cuando escuche por primera vez esta descripción de la oración, hace muchos años, mi pregunta inmediata fue: “La conversación es como una calle de dos sentidos, ¿Cómo puedo hablar con Dios si Él no me habla?”
Toda relación es tan buena como su comunicación. Esto es cierto respecto a nuestras relaciones humanas y la relación que tenemos con Dios. La palabra “comunicar” significa compartir algo con otra persona. Cuando tú y yo nos comunicamos realmente, me conoces a través de lo que comparto y yo te conozco a través de lo que compartes. Nuestra posesión común somos nosotros mismos.
De esta manera, la oración es una conversación o comunicación con Dios. En la oración debemos abrirnos más en forma gradual a Dios. Debemos conocer mejor a Dios. Alguien podría preguntar: ¿Qué podemos decir que Dios no lo sepa ya? ¿Acaso no conoce las palabras que elegimos, aun antes de que las elijamos? Si, sin embargo, estas preguntas se deben a que no se ha comprendido el verdadero sentido. No hablamos con Dios para informarlo, sino para ser reales ante Él.
Hablar con Dios significa describirnos como somos en realidad. Por supuesto, no estamos conscientes por completo de todo lo que sucede en nuestro interior. No obstante, mientras tratemos de compartir con Dios lo que somos en realidad, más estaremos en contacto con las partes ocultas de nuestro ser. La oración personal ha sufrido porque la mayoría de nosotros lee las plegarias o duce lo que piensa que le gustaría oír de Dios. El renuente profeta Jeremías se quejó con Dios: “No hiciste un profeta de mí. Hiciste un tonto de mí” Job le dijo a Dios: “Soy tan miserable que maldigo el día en que me creaste” Incluso Jesús grito: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Estas son oraciones honestas.
¿Cómo habla Dios con nosotros? La Biblia está llena de historias de Dios cuando se comunicó con los creyentes. Dios ha sido el mismo ayer, hoy y siempre. Nos ha equipado con cinco antenas de recepción diferentes, a través de las cuales nos habla: nuestras mentes, voluntades, imaginaciones, emociones y recuerdos.
Primero la mente: ¿alguna vez has pensado en algo y sentido que el pensamiento fue puesto ahí por Dios? Con frecuencia rezo para ser iluminado. Le pido a Dios que me ayude a saber lo que debo hacer o decir para ayudar a alguien. Siempre rezo antes de escribir, le pido a Dios que dirija mis pensamientos. Dios me ha inspirado con frecuencia y me ha ayudado a ver las cosas con una perspectiva más amplia.
El segundo medio a través del cual Dios se comunica con nosotros es la voluntad. Es en nuestra voluntad en donde ocasionalmente experimentamos una fuerza que no es nuestra. Es la fuerza de Dios. Pienso que Dios nos da con frecuencia el poder para hacer algo especial.
También existe el sentido interior llamado imaginación. Si yo te pidiera que cerraras los ojos y vieras un rostro familiar o que escucharas una voz familiar, podrías hacerlo debido al poder de la imaginación. Dios puede, de la misma manera, poner escenas o sonidos en nuestra imaginación.
Está también el medio de nuestras emociones, Dios puede poner paz o incluso intranquilidad en nuestras emociones. Como alguien dijo: “Dios llega para conformar al afligido y para afligir al que está cómodo” En general, las acciones de Dios en nosotros resultan en paz. Sin embargo, podemos estar cómodos hasta que aceptamos el desafío que Él pone ante nosotros.
El último medio humano que utiliza Dios con nosotros es la memoria. Dios puede recordarnos su ternura en el pasado. Dios también sana nuestra memoria cuando nos ayuda a evaluar de nuevo las experiencias pasadas y a transformar recuerdos dolorosos en útiles.
Queda un último problema. ¿Cómo puede saber si mis pensamientos, deseos, imaginación, sentimientos y recuerdos son en realidad de Dios? La mayoría de las veces, no hay forma segura para saberlo. No obstante la gracia siempre logra hacer su trabajo. El pensamiento o deseo regresa; los recuerdos dolorosos son sanados. Si algún esclarecimiento parece relacionado con una decisión que cambiará la vida, debe ser llevado una y otra vez a la oración para confirmarlo. Es algo parecido al ciego cuyos ojos tocó Jesús varias veces. Cada vez que lo hizo, el hombre puede ver con mayor claridad.