San Pompilio, 8 de abril. Santoral.

San Pompilio, 8 de abril. Santoral.

San Pompilio
Educador y predicador.

Pompilio se deriba del Griego y significa “el quinto hijo”.

San Pompilio fue llamado “El Taumaturgo de Nápoles” (Taumaturgo es el que consigue milagros, el que obra prodigios).

Nació el 29 de Septiembre de 1710 en la localidad de Montecalvo Irpino (Centro sur de la península Itálica). Fue bautizado con los nombres de Domingo Miguel Juan Bautista. Al vestir la sotana escolapia adoptó el nombre de Pompilio María de San Nicolás. Nació de Jerónimo Pirrotti y Ursula Bozzuti, una familia religiosa que tuvo once hijos siendo el sexto nuestro San Pompilio.

A los cuatro años recibió el sacramento de la confirmación. Más tarde demostró una gran devoción al sacramento de la Eucaristía hasta el punto de que atraía a otros niños y les enseñaba la doctrina cristiana y reproducía con ellos con sencillez y profundidad las ceremonias litúrgicas. Era un niño que sentía a Dios en su vida desde siempre. Desde su infancia y adolescencia fue desprendido y desinteresado; el despego de lo material le fue siempre connatural y fue la base humana de su santidad posterior.

Se destacó rápidamente en el estudio y en la oración, animado en ambos aspectos principalmente por su padre, con quien tenía un gran parecido físico-psíquico y espiritual. Esta educación estaba inspirada en la caballerosidad y la gentileza, enraizadas estas en una profunda caridad cristiana. De niño se mantenía entregado al estudio y a la oración, y sus padres convencidos de que Dios le guiaba por caminos distintos a los demás niños le permitían sus fervorosas muestras de fe con penitencias, privaciones y largas horas de oración durante la noche que solía practicar.

Cuando apenas tenía diez años se encontró en el sótano de su casa un cuadro antiquísimo de la Sma. Virgen y quitándole el polvo, lo colocó en su habitación y le dijo a la mamá: “Un día, cuando yo sea sacerdote, vendré y celebraré la misa delante de este cuadro”. Sus hermanos se reían pero él estaba seguro de que sí iba a ser así.

A sus quince años, dos acontecimientos hacen aflorar su apertura a Dios: sus primeros ejercicios espirituales y la celebración de la Cuaresma de 1726. Estos marcaron su impulso de optar por la vida religiosa escolapia. Ya en estos ejercicios, sus temas preferidos de meditación, en los que alcanzó un alto grado de profundización eran: -el contraste entre la vida presente y la futura; la captación de las consecuencias eternas de la vida presente; su atención a la vida de Cristo y de la Virgen; y su pronta disposición a dejar lo presente para asegurar lo eterno-.

Su padre quería que se dedicara a administrar los bienes de la familia, pero el joven deseaba ardientemente ser sacerdote. Sin embargo como ya tenía otro hermano en el seminario, el papá le negó el permiso para hacer estudios sacerdotales, añadiendo que le bastaba con tener un hijo sacerdote.

Más sucedió que el hermano seminarista murió con gran fama de santidad y entonces nuestro joven se reafirmó en su propósito de llegar a ser sacerdote. Y como su padre se oponía, un día, después de escuchar un hermoso sermón vocacional de un Padre Escolapio se puso de acuerdo con el predicador y se fugó de la casa paterna, dejando a su padre una carta pidiéndole excusas por ese atrevimiento.

El papá corrió a la casa de los Padres Escolapios a reclamar a su hijo, pero Pompilio le demostró tan grandes deseos de llegar al sacerdocio y le expuso tan fuertes razones para ello, que su padre tuvo al fin que aceptar y lo dejó en el seminario.

A los 24 años fue ordenado sacerdote y la comunidad lo dedicó a enseñar a los niños pobres de las Escuelas Pías (Escolapios se llaman los padres que enseñan en las Escuelas Pías).

Su salud era muy deficiente y una tos continua lo hacía sufrir mucho, pero a pesar de esto nunca faltaba a sus clases y sus alumnos hacían verdaderos progresos, muy notorios a todos.

Y entonces empezó a tener fama de ver a lo lejos lo que estaba sucediendo en otra partes. De vez en cuando se quedaba con la mirada fija en la lejanía y anunciaba hechos que sucedían a gran distancia. Un día estando en clase se quedó mirando hacia lo lejos y dijo a sus alumnos: “Algo grave está sucediendo a uno de los nuestros”. Luego preguntó: “¿Quién falta en la clase?”. Le respondieron: “Juan Capretti”. Se quedó un rato pensando y exclamó: “Recemos por él, porque está en grave peligro”. Luego envió a un alumno y le dijo: “Vaya a la casa de Juan y pregunte por él”. El muchacho llegó a la casa de Capretti y preguntó si sabían dónde estaba. La mamá y la hija, que se imaginaban que estaría en la escuela, corrieron a su habitación lo encontraron tendido por el suelo. Lo sacudieron y despertó de un ataque. Luego contó: “Sentí un terribilísimo dolor de cabeza y creí que me moría. Pero de un momento a otro como que una mano pasó sobre mi frente y recobré la salud”. Cuando el mensajero volvió a la clase a contar lo sucedido, el padre Pompilio dijo muy contento a los jóvenes: “Dios ha escuchado la oración que dirigimos por nuestro amigo Juan”.

Su devoción a la Sma. Virgen era inmensa. En sus ratos libres fabricaba camándulas y las regalaba a todos los que querían rezar el rosario. A todos les recomendaba: “Sean muy devotos de la Sma. Virgen María”.

Cuando después de varios años de ser sacerdote, fue por primera vez a celebrar la Santa Misa en su casa, su madre, sin recordar lo que él había dicho en su niñez, le preparó el altar frente al cuadro que de niño había sacado del sótano. Pompilio al final de la misa exclamó: “Bendito sea Dios que me ha permitido cumplir aquellas palabras que de niño dije al encontrar este cuadro de la Virgen Santa en el subterráneo: “Un día celebraré misa ante esta imagen de la Sma. Virgen”.

Los superiores lo enviaron de misionero a pueblos muy alejados, donde no había sino campesinos y pastores pobres. El andaba kilómetros y kilómetros y se le gastaban mucho sus zapatos y no tenía dinero para reponerlos. Entonces dispuso caminar descalzo y así lo hizo por muchísimos caminos. A quien le llamaba la atención diciéndole que esto era indigno de un sacerdote, le respondía: “No se afane que así andaba Nuestro Señor”. Su sotana era de lo más remendado que se encontraba, pero así imitaba también la pobreza de Jesús, y cumplía lo que dijo el Divino Maestro: “Dichosos los pobres porque de ellos será el Reino de los Cielos”. Y con estas penitencias lograba la conversión de muchos pecadores.

En Semana Santa hacía el viacrucis al vivo y él se cargaba al hombro una pesadísima cruz y descalzo subía a una montaña rezando el santo viacrucis con el pueblo. Las gentes se admiraban de su santidad y de sus penitencias y trataban de hacer también algunos sacrificios.

Fue enviado a Nápoles y allá predicaba muy fuerte contra los usureros y los que en casas de compraventa favorecen a los tramposos. Entonces los dueños de las compraventas dispusieron inventarle toda clase de calumnias y lo acusaron ante el Sr. Arzobispo. Y lograron convencerlo. El prelado les dio permiso de que llevaran la acusación ante el rey. Y tantas mentiras dijeron que el rey decretó que el padre Pompilio debía ser expulsado.

Llegaron los policías a la casa de los Padres a llevarse al Padre al destierro, pero él subiéndose a la carroza les dijo que sin permiso del superior no podía alejarse. Y por más fuerte que les dieron a los caballos, no se movieron. Entonces llamaron al Superior el cual le dijo: “Pueden irse, Padre”, y en ese momento pareció como que les hubieran soltado las patas a los caballos y salieron a galope.

Los que lo llevaban al destierro lo vieron suspirar y le preguntaron: “¿Por qué suspira, por tener que irse al destierro?”. Y él respondió: “Suspiro porque el que se inventó todas estas calumnias, le ha tocado irse ahora para la eternidad a dar cuentas a Dios”. Y así fue. Aquel mismo día el inventor de las calumnias murió de repente.

Y el pueblo de Nápoles hizo tantas manifestaciones en favor del padre Pompilio, que el rey tuvo que decretar que podía volver a la ciudad. Pero para evitar más problemas los superiores lo dedicaron a predicar en los pueblos de los alrededores.

Y sucedió que un niño se cayó a un hoyo muy profundo y parecía que se ahogaba. La mamá llamó a nuestro santo. El se puso a rezar y el agua del pozo se fue subiendo y sacó al niño hasta la orilla, sin haberse ahogado.

Sus milagros y prodigios eran continuos y maravillosos. A veces se elevaba por los aires mientras rezaba.

A principios de julio de 1766, Pompilio contrajo la enfermedad que lo llevaría a la muerte y la sufrió sin comunicar a nadie su padecer, según testimonio del P. Rector de Campi, Antonio María Albanese, del párroco, D. Pedro Mazzota y de D. Ignacio Guerrero. El día 13 de Julio, después de haber celebrado la misa, sentado en el confesionario sufrió un desmayo, fue llevado a su habitación, ya resignado en las manos de Dios en los caminos de la austeridad. Al día siguiente, lunes, bajó a la iglesia para recibir la eucaristía ya que no podía celebrarla, el superior le mandó acostarse en su lecho, pero más tarde este insistió en levantarse. El 15 de julio recibió la comunión en su aposento, mientras la noticia de su muerte cercana se extendía en la zona. Finalmente (según testimonio de D. Ignacio) a las 23 horas y media falleció; su rostro era alegre. Echado sobre una silla estaba descalzo, sus pies hinchados, la estola al cuello y en la mano una imagen de Jesucristo. Los pueblos se despoblaron para rendir tributo por su veneración.

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1 Comentario

  1. Jane Sendale Carrúm Cedillo

    SEÑOR ILUMINA NUESTRO CORAZON QUE ES TUYO TE AMO SEÑOR BENDICE AL PAPA FRANCISCO NUESTROS SACERDOTES Y RELIGIOSOS Y A NUESTRO HERMANO RAFAEL NAVARRO Y COABORADORES DE ESTA BENDITA PAGINA, FORTALECELOS SEÑOR

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