Mártires
Podemos citar aquí los hechos genuinos de los mártires San Jonás y San Baraquicio, relatados por un testigo ocular llamado Isaías, un armenio al servicio del rey Sapor II. Las versiones griegas contienen ciertas adiciones e interpolaciones, pero el texto sirio original ha sido publicado por Esteban Assemani y por Bedjan.
Fueron torturados cruelmente
En el décimo octavo año de su reinado, Sapor, rey de Persia, emprendió una recia persecución contra los cristianos. Jonás y Baraquicio, dos monjes de Beh Iasa, sabiendo que varios cristianos estaban sentenciados a muerte en Hubaham, fuero allí a alentarlos y servirlos. Nueve de ellos recibieron la corona del martirio. Después de la ejecución, Jonás y Baraquicio fueron aprehendidos por haber exhortado a los mártires a perseverar hasta morir. El presidente empezó instando a los dos hermanos y urgiéndoles a que obedecieran al rey de reyes, esto es, al monarca persa y a que adoraran al sol.
Ellos contestaron que era más razonable obedecer al inmortal Rey de los cielos y la tierra que a un príncipe mortal. Baraquicio fue entonces arrojado a un estrecho calabozo, mientras que a Jonás se le detuvo y se le ordenó sacrificar a los dioses. Fue tendido en tierra boca abajo, con una aguda estaca bajo el cuerpo y azotado con varas. El mártir perseveró todo el tiempo en oración, así que el juez ordenó que se le arrojara a un estanque helado; pero tampoco esto produjo el menor efecto. Más tarde, el mismo día, se llamó a Baraquicio y se le dijo que su hermano había sacrificado. El mártir replicó que no era posible que hubiera rendido honores divinos al fuego, una creatura, y habló tan elocuentemente del poder y la grandeza de Dios, que los magos, asombrados, se dijeron unos a otros que si se le permitiera hablar en público, sus palabras arrastrarían a muchos al cristianismo. Decidieron, por lo tanto, de allí en adelante, llevar a cabo sus interrogatorios de noche. Entre tanto, lo atormentaron a él también.
Jonás fue despedazado con una sierra.
A la mañana siguiente, a Jonás se le sacó del estanque y se le preguntó si no había pasado una noche muy incómoda. “No” replicó. “Desde el día en que vine a este mundo no recuerdo haber pasado una noche más tranquila, porque fue maravillosamente confortada con la memoria de los sufrimientos de Cristo”. Los magos dijeron: “¡Tu compañero ha apostatado”! Pero el mártir, interrumpiéndolos, exclamó: “Yo sé que hace largo tiempo renunció al demonio y a su séquito”. Los jueces le advirtieron que tuviera cuidado, no fuera a ser que pereciera abandonado de Dios y de los hombres, pero Jonás, replicó: “Ya que pretendéis ser sabios, juzgad si no es más prudente sembrar el grano que almacenarlo. Nuestra vida es una semilla sembrada para volver a nacer en el mundo futuro, donde será renovada por Cristo en una vida inmortal”. Continuó desafiando a sus verdugos y después de muchas torturas, fue prensado en un molino de madera hasta que sus venas reventaron y finalmente, su cuerpo fue despedazado con una sierra y sus mutiladas partes arrojadas a una cisterna. Se apostaron guardias para vigilar las reliquias a fin de que los cristianos no las robaran. Después de haber martirizado a Jonás en esta forma, se le aconsejó a Baraquicio, nuevamente, que salvara su propio cuerpo. Esta fue su respuesta: “Yo no armé este cuerpo, ni yo lo destruiré. Dios que lo hizo, lo restaurará y os juzgará a vosotros y a vuestro rey”. Se le sujetó de nuevo a tormentos y finalmente, se le dio muerte, vertiéndole pez y azufre ardientes en la boca. Habiendo recibido noticia de su muerte, un viejo amigo compró los cuerpos de los mártires por 500 dracmas y tres vestiduras de seda, prometiendo no divulgar nunca la venta.
Oh; Santos Jonás y Baraquicio,
vosotros hijos del Dios de la
vida, que os negasteis a renunciar
al amor de Cristo Jesús; y que,
padeciendo insufribles torturas,
marchasteis, de coraje y valor
luminosos al cadalso revestidos,
por la fe vuestra. De gloria
llenos estáis ahora, porque
ni el molino de madera, ni el
azufre ardiente, acabó vuestra
fe y en verdad, gozáis hoy el
justo premio con que os coronó
vuestras sienes, Aquél que todo
lo ve y juzga: ¡coronas de luz
refulgente! que brillan hoy
por los siglos de los siglos, en
en el amplio y eterno habitáculo
del cielo de todos los santos;
Oh, Santos Jonás y Baraquicio