El credo de los loros. Papa Francisco
Hora santa
Parroquia de San Pío X
Se reza la Estación del Santísimo Sacramento…
Padre Bueno, tú que eres Rey y soberano de todo cuanto existe y que no hay nada que se resista a tu poder y omnipotencia, perdona nuestra falta de fe y amor hacia Ti, tú que todo lo mereces y cuya perfección no tiene límites perdona nuestra pobreza e imperfección y por tu gran misericordia auméntanos la fe y ayúdanos a ser coherentes.
Lectura de la primera carta de san Juan 4,19. 5,4 De pie.
Nosotros amamos, porque él nos amo primero.
Pues, todo lo nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que vence al mundo: Nuestra fe.
Palabra de Dios Releemos en silencio y compartimos la frase que más nos llegue al corazón.
El credo de los loros
El cristiano no repite el Credo de memoria como un loro y no vive como un eterno «derrotado», sino que confiesa toda su fe y tiene la capacidad de adorar a Dios, llevando así hacia lo alto el termómetro de la vida de la Iglesia. «Confesar y confiarse» son las dos palabras clave que alimentan y refuerzan la actitud de quien cree, porque «nuestra fe es la victoria que venció al mundo» como escribe el apóstol Juan en su primera carta.
Es como la expresión de la vida cristiana: permanecer, permanecer en el Señor». Juan «piensa este permanecer: nosotros en el Señor y el Señor en nosotros. Esto significa permanecer en el amor, porque los dos mandamientos principales son los del amor a Dios y al prójimo».
Para Juan, por lo tanto, el centro de la vida cristiana es el «permanecer en el Señor, permanecer el Señor en nosotros, permanecer en el amor. Y por esto, nos dio el Espíritu. Es precisamente el Espíritu Santo quien hace esta obra del permanecer, el apóstol da la respuesta a una pregunta que nos surge naturalmente: por nuestra parte, ¿qué debemos hacer para vivir el estilo del «permanecer»? Escribe Juan: quien permanece en Dios, quienquiera que sea engendrado por Dios, quien permanece en el amor vence el mundo. «Y la victoria es nuestra fe» Para vivir «este permanecer», «por parte nuestra» está precisamente la fe, mientras que «por parte de Dios está el Espíritu Santo, que hace esta obra de gracia».
«¡Es fuerte!», porque «la victoria que venció el mundo es nuestra fe. Nuestra fe lo puede todo: ¡es victoria!». Se trata de una verdad que «sería hermoso» repetirnos con frecuencia, «porque muchas veces somos cristianos derrotados. La Iglesia está llena de cristianos derrotados, que no creen que la fe es victoria, que no viven esta fe. Y si no se vive esta fe está la derrota, y vence el mundo, el príncipe del mundo».
La pregunta fundamental, entonces, que hemos de plantearnos a nosotros mismos es: «¿Qué es esta fe?». Al respecto cómo Jesús hablaba de la fe y mostraba la fuerza de la misma, como se deduce de los episodios evangélicos de la mujer hemorroísa, de la cananea, del hombre que se acerca para pedir una curación con fe —«¡es grande tu fe!»— y del ciego de nacimiento. El Señor, recordó, «decía también que el hombre que tiene fe como un grano de mostaza puede mover montañas».
Precisamente «esta fe nos pide dos actitudes: confesar y confiarnos». Ante todo «la fe es confesar a Dios; pero al Dios que se ha revelado a nosotros desde el tiempo de nuestros padres hasta ahora: el Dios de la historia». Es lo que afirmamos todos los días en el Credo. Pero «una cosa es recitar el Credo desde el corazón y otra como loros: creo en Dios, creo en Jesucristo, creo…». Proponiendo un examen de conciencia: «¿Creo en lo que digo? ¿Esta confesión de fe es auténtica o lo digo de memoria porque se debe decir? ¿O creó a medias?».
Por lo tanto, se debe «confesar la fe». Y confesarla «toda, no una parte. ¡Toda!». Pero, se debe también «custodiarla por entero como llegó a nosotros por el camino de la tradición. ¡Toda la fe!». Luego «el signo» para reconocer si confesamos «bien la fe». En efecto «quien confiesa bien la fe, toda la fe, tiene la capacidad de adorar a Dios». Es un «signo» que puede parecer «un poco extraño porque sabemos cómo pedir a Dios, cómo dar gracias a Dios. Pero adorar a Dios, alabar a Dios es algo más. Sólo quien tiene esta fe fuerte es capaz de la adoración».
Precisamente sobre la adoración, «me atrevo a decir que el termómetro de la vida de la Iglesia está un poco bajo: nosotros, cristianos, no tenemos mucha capacidad de adorar —algunos sí—, porque en la confesión de la fe no estamos convencidos. O estamos convencidos a medias». Deberíamos, en cambio, recuperar la capacidad «de alabar y adorar» a Dios; incluso porque, la oración para «pedir y agradecer la hacemos todos».
En cuanto a la segunda actitud, «el hombre o la mujer que tiene fe se confía a Dios. Se confía. Pablo, en el momento sombrío de su vida, decía: yo sé bien de quién me he fiado. De Dios. Del Señor Jesús». Y «fiarse nos conduce a la esperanza. Así como la confesión de la fe nos conduce a la adoración y a la alabanza de Dios, el confiarse a Dios nos lleva a una actitud de esperanza».
Sin embargo «hay muchos cristianos con una esperanza con demasiada agua», una esperanza aguada que no es «fuerte». ¿Y cuál es la razón de esta «esperanza débil»? Precisamente la falta de «fuerza y valentía para confiarse al Señor». Para ser, por el contrario, «cristianos vencedores», debemos creer «confesando la fe, y también custodiando la fe, y encomendándonos a Dios, al Señor. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.
«Para permanecer en el Señor, para permanecer en el amor es necesario el Espíritu Santo, por parte de Dios. Pero por parte nuestra: confesar la fe que es un don y confiarse al Señor Jesús para adorar, alabar y ser personas de esperanza». Con la oración que «el Señor nos haga comprender y vivir esta hermosa frase» del apóstol Juan que vuelve a proponer la liturgia: «Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe».
Releemos en silencio y oramos espontáneamente de acuerdo a lo que leímosCanto
Si tuvieras fe como un granito de mostaza…
Oremos a María Santísima
Madre Inmaculada, nuestra vida está llena de altibajos así como creemos así también dudamos ayúdanos a veces nuestras imperfecciones en la fe y enséñanos a vivir a plenitud nuestra fe.
1er. Misterio. La fe de los sabios y pobres y de los mártires, como los profetas sabían que para ser salvos solo podían contar con Yahvé. Cuando toda salvación resulta inaccesible en el plano visible, la sabiduría requiere una confianza total en Dios, con una fe que sabe que Dios es siempre omnipotente. Fe del justo perseguido que sabe que Dios tarde o temprano le salvara , confianza del pecador que sabe que le perdonara, seguridad apacible en Dios; oración del pobre que en medio de la prueba le reserva Dios la Buena Nueva. Oremos para que nuestra fe sea inquebrantable. 2do. Misterio. La persecución suscita mártires combatientes que se niegan a morir sin luchar, pues cuentan con Dios que les procura la victoria en una lucha desigual, el ejemplo de Judith una Fe, admirable en si misma que coexistía con una confianza en Dios y en la “fuerza humana” . Oremos para que seamos hombres valientes dispuestos a luchar sabiendo que es Dios quien da la victoria o la derrota. 3er. Misterio. La fe de los pobres es el que acoge el primer anuncio de la salvación, imperfecta en Zacarías y ejemplar en la Virgen María no se deja ocultar la iniciativa divina por la humildad de las apariencias. Los que creen en Juan Bautista son también pobres consientes de su pecado y no soberbios como los fariseos. La fe en Jesús y en su Palabra hacia que oyeran y vieran su palabra y los milagros que obraba y que proclamaban la llegada del Reino. Oremos para que a ejemplo de María santísima nuestra fe sea humilde y sencilla. 4to. Misterio. Escuchar la Palabra y hacerla vida o creer, es propio de los discípulos. Pedro dio la verdadera respuesta “Tu eres el Cristo” esta fe en Jesús une con él al discípulo haciéndole compartir los secretos de su persona. Oremos para que nuestros labios y nuestros actos reflejen nuestra fe en Jesucristo. 5to. Misterio. La perfección de la fe de Jesucristo lo lleva a obedecer hasta la muerte mostrando una confianza absoluta en Dios Padre. La confianza excluye todo cuidado y todo temor. Oremos para que todos los bautizados participemos en la vida de la Iglesia.
Recemos la Coronilla de la Misericordia De rodillas o de pie
Ofrezcámosla para que tengamos una fe autentica en Dios.
Padre nuestro…Ave María… Credo…
En las cuentas grandes antes de cada decena.Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amantísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero.
En las 10 cuentas pequeñas de cada decena.
Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Jaculatoria para rezarse al final de cada misterio.Oh Sangre y Agua que brotasteis del Sagrado Corazón de Jesús como una fuente de Misericordia para nosotros, Confiamos en Ti
Doxología final después de las cinco decenas.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero
(3 Veces)
Oremos en Silencio
Por las necesidades en todo el mundo en especial por la paz en Siria, Venezuela, Ucrania y México.
Los momentos que nos quedan reparemos el Corazón de Jesús que sufre por todos los sacrilegios cometidos en las diversas Iglesias del mundo y por todos los que cometen comuniones y confesiones sacrílegas, oremos para que el Espíritu Santo, les dé luz y conversión y a todos nos permita realizar buenas y sinceras confesiones.
Repetimos varias veces esta jaculatoria, para reparar su Corazón:
Cuerpo y Sangre de Jesús, os quiero, os amo y os adoro. Os pido perdón y misericordia por todos los sacrilegios cometidos.
Escuchemos lo que nos dice el Señor: El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Marcos 16,16
¡¡¡Unidos en la Eucaristía!!!