Son los padres del precursor, del hombre encargado de anunciar el mayor acontecimiento de la historia del mundo. Habitaban probablemente en Ain-Karim, a diez kilómetros de Jerusalén. Zacarías era sacerdote; Isabel era también de raza sacerdotal y sufrían la vergüenza de no tener hijos.
Ese día, resumiendo a San Lucas (Lc.1), Zacarías ofrecía incienso en el templo. Un ángel se le apareció a la derecha del altar de los perfumes y le dijo: “Regocíjate, Zacarías, pues tus oraciones han sido atendidas. Tu mujer te dará un hijo; lo llamarás Juan; está lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre y será grande ante el Señor,– Pero ya somos viejos mi mujer y yo, respondió Zacarías; ¿cómo saber si dices la verdad? – Yo soy Gabriel; soy de aquellos que están ante la faz de Dios, respondió el ángel; es El quien me envía a traerte esta nueva; y para probarte que digo la verdad, quedarás mudo hasta que esto se cumpla.”
Sucedió como el ángel había dicho. Isabel esperó cinco meses antes de anunciar que sería madre. Después llegó al mundo el que iba a ser Juan Bautista, el Precursor. Ocho días después de su nacimiento, parientes y vecinos se reunieron para circuncidarlo y darle un nombre. Propusieron que se llamara Zacarías, como su padre. “No, dijo Isabel; se llamará Juan. – Pero nadie se llama así en tu familia”, le objetaron. Le preguntaron con señas al padre su decisión. Habiendo pedido tablillas, Zacarías escribió: “Juan será su nombre”. En ese instante su lengua se liberó, y él se puso a hablar, alabando y agradeciendo al Señor.