Santa Serafina ese día del año de 1457 en Pesaro, capital del ducado de ese nombre, la portera de las clarisas cerró la puerta tras una joven de veinticinco años, a quien ya no quería su marido y a la que había forzado entrar al convento.
La beata Serafina.
Nacida en Urbino (Marches, Italia) hacia 1432;
Muerta en pesado (Marches, Italia) hacia 1478
Ese día del año de 1457 en Pesaro, capital del ducado de ese nombre, la portera de las clarisas cerró la puerta tras una joven de veinticinco años, a quien ya no quería su marido y a la que había forzado entrar al convento. Nieta, por su madre Catalina Colonna, del papa Martín V, Sueva Montefeltro se había casado a los dieciséis años con Alessandro Sforza, duque de Pesaro, un viudo notablemente de mas edad que ella, quien al principio le había tratado bien, pero que ahora la odiaba y recientemente había intentado envenenarla.
Tras veinte años de reclusión forzada, Sueva cambió su nombre por el de Serafina, se revistió con el hábito de Santa Clara, y pasó los últimos veinte años de su vida en la penitencia y en la paz. Era abadesa desde aproximadamente tres años (1475), cuando murió. La ciudad de Pesaro la tomó entonces como patrona y protectora, y en 1754, Benito XIV la colocó sobre los altares.
Era a una antigua pecadora a la que el papa beatificaba en su persona. Es cierto que su marido había empezado a pelear con ella; al regresar a la guerra, había tomado una amante y la había instalado en el palacio. ¿Pero quien había comenzado? Mientras que él luchaba, ella lo había engañado al menos dos veces. Aún mas grave; junto con su tía Vittoria Colonna y el señor Malatesta de Rímini, había planeado su muerte. No se había convertido cuando su marido la apresó; si no, él no hubiese necesitado colocar esbirros armados en el convento para evitar su huida o que la raptaran. El se presentó ante la reja conventual acompañado de jueces, para arrancarle la confesión de sus infidelidades y de sus tentativas criminales. Ni las confesó ni las negó, limitándose a guardar silencio.