Pacífico, Beato
Franciscano
Etimológicamente significa “portador de paz”. Viene de la lengua latina.
Nacido en Marches (Italia) y entró a la casa del Padre en Lens (Hainaut, Bélgica) alrededor del año 1234.
Fue uno de los compañeros predilectos de san Francesco que le impuso el nombre de Pacífico. Después de una vida mundana, habiendo sido un célebre trovador, apodado el “Rey de los versos” a partir de que el emperador lo había coronado como “Príncipe de los poetas” en el Capitolio. Inició su camino de conversión a la edad de cincuenta años, luego de escuchar a San Francisco cuando este predicaba en San Severino Marche, este lo recibió entre los suyos
En 1217 lo envió para que implantara la orden en París. Al regresar a Italia (1223). Pacífico fue nombrado visitador de las clarisas.
Fue él quien hizo escuchar por primera vez el Cántico del sol que acababa de componer el Poverello (1225). Nuevamente la gente de Asís luchaba entre sí unos sosteniendo al obispo que había excomulgado al podestá, los otros apoyando a este último. Todo mundo estaba ahí cuando el viejo trovador entonó con su hermosa voz: “Loado seas tú Señor, por todas las creaturas y particularmente por mi Señor el Hermano Sol que da el día y que nos ilumina”. El podestá se había levantado de inmediato se lee en el Speculum, las manos juntas, los ojos anegados de lágrimas escuchaba piadosamente.
“Loado seas tu Señor por la Hermana Tierra nuestra madre, que nos lleva y nos alimenta”.
Aquí es donde Francia había puesto su llamado al perdón: “Loado seas tú, Señor, por aquellos que perdonan y perseveran en la paz, pues por ti, oh Altísimo, serán coronados”. Al oír esas palabras todos se echaron a llorar. El podestá se arrojó de rodillas a los pies del obispo: “Aunque él hubiese matado a mi propio hijo” -dijo- “no hay hombre en este mundo a quien en este momento no quisiese perdonar por el amor de Dios y de su siervo Francisco. Estoy listo Señor a darte la satisfacción con que me pidas”. El obispo lo levantó y lo besó tiernamente diciendo “Yo también te pido perdón. Excusa mi falta de humildad y por haber cedido, una vez más, a mi cólera”