Acto de Admiración. Oración Eucarística
¡Qué maravilla! ¡Qué prodigio! Oh Bondad incomprensible de mi Dios! ¡Oh admirable dignación de la Sabiduría increada y encarnada!
¡Quién lo hubiera jamás creído! ¡Quién lo hubiera jamás pensado o podido imaginar, oh Jesús mío, que después de haberte encarnado, de haber pisado por treinta y tres años el polvo de nuestro exilio, de haberte inmolado por nosotros en el árbol de la Cruz y de haber ascendido visiblemente al Cielo, habías querido además permanecer con nosotros, de una manera invisible, hasta el fin del mundo, en forma de Victima y de Hostia, para ser al mismo tiempo nuestro Sacrificio perpetuo y Viatico de nuestra peregrinación!
¿Qué amor, entonces es éste? ¿Qué ternura? ¿Qué familiaridad es esta y que prodigioso anonadamiento por el cual la criatura se sorprende hasta sentir temor?
¡Oh Señor, considerando estos elevados prodigios de tu gracia, ardo de admiración y de amor delante a tu presencia divina. Sin alejarte del cielo a dónde has subido, todos los días vienes infinidad de veces a la tierra por boca de los Sacerdotes, Dios y hombre tal y como eres en el cielo y de este modo podemos adorarte como te adoran los Ángeles. Yo adoro juntos con ellos todo aquello que eres y todo aquello que haces en este adorable misterio.