Santos Zacarías e Isabel
Los santos Zacarías e Isabel, padres de san Juan Bautista, Precursor del Señor. Isabel, al recibir a su pariente María en su casa, llena de Espíritu Santo saludó a la Madre del Señor como bendita entre todas las mujeres, y Zacarías, sacerdote lleno de espíritu profético, ante el hijo nacido alabó a Dios redentor y predicó la próxima aparición de Cristo, Sol de Oriente, que procede de lo Alto.
En la alborada de la era cristiana se encuentran personajes históricos que, viviendo intensamente los anhelos mesiánicos, se transformaron en lazo de unión entre el Antiguo y Nuevo testamentos.
Entre éstos emergen los padres de la Virgen María, Joaquín y Ana; los ancianos Simeón y Ana, que recibieron en sus brazos al Niño Jesús en la presentación al templo y el glorioso matrimonio de Zacarías e Isabel, padres de San Juan Bautista.
“No temas, Zacarías”, porque has sido escuchado
Zacarías e Isabel aparecen al inicio del Evangelio de San Lucas, que relata así: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de edad avanzada”.
Los dos cónyuges ancianos eran descendientes de la tribu sacerdotal de Leví y contrajeron matrimonio dentro de la misma tribu. Vivían en una pequeña aldea de Ain Karim, situada a pocos kilómetros de Jerusalén. El hecho de no tener hijos era una humillación, casi un castigo de Dios. Esta condición debía haber llevado a Zacarías e Isabel a intensificar sus oraciones junto a Dios. Mientras toda esperanza humana de tener hijos había desaparecido, el Ángel Gabriel se le apareció a Zacarías en el ejercicio de sus funciones sacerdotales en el templo, y le dijo: “No temas Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento”. (Lc 1, 13-14).
Aunque Zacarías es un hombre piadoso y de fe, no da crédito a lo que está pasando. Cierto que los milagros son posibles y que Dios es el Todopoderoso, cierto que se cuenta en la historia un repertorio extenso de intervenciones divinas, cierto que conoce obras portentosas del Dios de Israel, pero que “esto” de tener el hijo tan deseado le pueda pasar a él y que su buena esposa “ahora” que es anciana pueda concebir un hijo… en estas circunstancias… vamos que no se lo cree del todo por más que a un ángel no se le vea todos los días.
El castigo por la debilidad de su fe será la mudez hasta que lo prometido de parte de Dios se cumpla. Cuando nace Juan —el futuro Bautista— Zacarías recupera el habla, bendice a Dios y entona un canto de júbilo, profetizando.
“Bendita, tú, entre las mujeres”
Isabel quedó embarazada y se retiró al silencio y a la oración, aguardando el nacimiento de Juan. María, prima de Isabel, al recibir del mismo ángel el anuncio de su divina maternidad, supo que también Isabel estaba embarazada. Partió entonces con prontitud y fue al encuentro del santo matrimonio con el fin de congratularse con su prima y ayudarla en los delicados preparativos del parto.
Aquí vale la pena relatar la maravillosa página de San Lucas: María “entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tú, entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno’. ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”.
La Virgen María se quedó en casa de Zacarías más o menos tres meses, hasta el nacimiento de Juan Bautista, conforme relata el evangelista Lucas: “Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre tomando la palabra, dijo: “No, se ha de llamar Juan”.