SEÑOR, QUE NO SEAMOS SORDOS A TU VOZ.
¡Entremos, agachémonos, postrémonos;
de rodillas ante el Señor que nos creó!”
Pues él es nuestro Dios
y nosotros el pueblo que él pastorea,
el rebaño bajo su mano.
Ojalá pudieran hoy oír su voz.
No endurezcan sus corazones como en Meribá,
como en el día de Masá en el desierto,
allí me desafiaron sus padres
y me tentaron, aunque veían mis obras.
Cuarenta años me disgustó esa gente
y yo dije: “Son un pueblo que siempre se escapa,
que no han conocido mis caminos”.
Por eso, en mi cólera juré:
“Jamás entrarán en mi reposo”.
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México