Lectio Divina, Domingo 4º del Tiempo de Adviento
“Dios está con nosotros” – Mateo 1, 18-24
1. Lectura
De acuerdo al v. 18 ¿qué desea presentar el evangelista? ¿Con quién estaba desposada María? (lee el v. 16? ¿tendrá alguna relación con la indicación del v. 18? ¿Qué le sucedió a María antes de empezar a estar juntos con José? ¿Por obra de quién se encontró en cinta? ¿Con qué calificativo presenta el evangelista a José? ¿Qué no quería hacer? ¿Qué resolvió? ¿Quién se le apareció en sueños a José cuando tenía todo lo anterior planeado? ¿Cómo se dirige el ángel a José? ¿Por qué no debe temer llevar consigo a María, su mujer?
De acuerdo a las palabras del ángel ¿qué nombre le daría José al niño? ¿Por qué? ¿Para qué sucedió todo esto?
Según la profecía de Isaías ¿cómo se llamaría el niño? ¿Qué quiere decir? Compara el sentido de este nombre con la promesa del Señor resucitado a sus discípulos en 28,20 ¿Tendrá alguna relación?
¿Qué hizo José una vez que despertó de aquel sueño? ¿Qué nombre le puso al niño?
Si quieres comprender mejor la situación por la que atravesaba María al quedar embarazada por obra del Espíritu Santo lee Dt 20,21-22.
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Uno de los elementos claves para comprender mejor este pasaje es precisamente la ubicación que le ha dado el evangelista. En los vv. 1-17 se ha dicho que Jesús es hijo de David e hijo de Abrahán, dejando claro sus antepasados. Inmediatamente después en los vv. 18-25 dirá el cómo de la identidad de Jesús: es descendiente de David pero no por generación física sino porque José aceptó al niño concebido por obra del Espíritu Santo[1]. Una vez aclarado quién es Jesús (vv. 1-17) y el cómo de su identidad (vv. 18-25) se presentará el dónde y el para qué de su nacimiento (2,1-23).
Para especificar desde un principio la identidad de Jesús el evangelio va dejando claro que fue antes de empezar a estar juntos con José que María quedó encinta (v. 18) y afirma contundentemente que fue por obra del Espíritu Santo; así lo insistirá también el ángel del Señor (v. 20; igualmente los vv. 23.25). Parece que los vv. 17-25 tienen la finalidad inmediata de no dejar dudas: Jesús es hijo de José por adopción pero fue engendrado por obra del Espíritu Santo; es el Hijo de Dios.
Para tener más claro el contenido de estos versículos tengamos en cuenta que el nacimiento y la infancia de Jesús, aunque fue lo primero que sucedió, no fue lo primero que se escribió. En la antigüedad se contaba o se escribía la infancia y el nacimiento de una persona porque había sido como adulto alguien realmente extraordinario, fuera de lo común. Y para contar la infancia se acudía a recuerdos de esta etapa pero siempre vistos desde sus cualidades adultas. Es el caso del nacimiento de Jesús, su anuncio y los primeros años de la infancia; lo que se cuenta en Mt 1-2 reflejan a profundidad lo que fue Jesús de adulto. Así por ejemplo, los nombres de Jesús y Emmanuel adquieren mayor contenido si lo vemos a la luz de todo el evangelio. El nombre de Emmanuel (que equivale a “Dios con nosotros”, 1,23) enmarca, junto con la promesa del Señor Resucitado, que envía a los discípulos (“yo estaré con ustedes día tras día, hasta el fin del mundo”, 28,20), y nos da una de las finalidades principales del evangelio de Mateo: mostrar que la cercanía y la fidelidad de Dios son reales y eficaces[2]. Por su parte, el nombre de Jesús (el Cristo, véase 1,16) es especificado por el mismo evangelio “porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (v. 21). Para Mateo salvar no equivale a librarse o escabullirse de algo[3]; equivale en todo caso a involucrarse en el proyecto de Dios desde la realidad concreta asumiendo, como actitud fundamental, la perseverancia (10,22). Con estos dos nombres el evangelista deja en claro, desde el comienzo, cuál ser la misión de Jesús: hacer que se experimente la salvación permanentemente.
Pero la presentación del niño que va a nacer se da en un marco complicado: María resulta embarazada antes de vivir propiamente con José. Para comprender mejor esta situación es útil recordar que en el mundo judío del tiempo de Jesús el matrimonio se daba en dos tiempos: los desposorios o esponsales y el matrimonio propiamente dicho. Con los esponsales los novios quedaban formalmente comprometidos al grado de que era normal llamarse esposos. Este tiempo de los esponsales podía durar varios meses, incluso un año, antes de celebrar la boda. Sólo cuando se celebraba la boda comenzaban a vivir juntos. Ahora bien durante el tiempo de los esponsales y la boda, los novios se debían fidelidad. La seriedad de los esponsales se percibe en el hecho de que, si en esta etapa moría uno de los dos, el sobreviviente se consideraba viudo o viuda.
Ante una mujer que resultada embarazada antes de vivir con su esposo la ley era clara e implacable: “Pero si resulta que es verdad, si no aparece en la joven las pruebas de la virginidad, sacarán a la joven a la puerta de la casa de su padre y los hombres de su ciudad la apedrearán hasta que muera, porque ha cometido una infamia en Israel prostituyéndose en casa de su padre” (Dt 22,20-21). Sin embargo, en tiempo de Jesús se había introducido una norma más moderada que imponía el repudio. Tratándose de desposorios era considerada ya esposa, así que se debería celebrar un divorcio oficial con todas las consecuencias civiles y penales para la mujer.
José tenía, según la ley, que repudiar a María. Pero siendo hombre justo, es decir siendo misericordioso y bueno, quiere hacerlo de manera delicada y atenta. Elige la vía secreta, sin la denuncia legal, sin proceso, ante la presencia sólo de dos testigos, necesarios para la validez del acto de divorcio. Es cierto que esto probablemente podía evitar la lapidación. Sin embargo, María se convertiría en una marginada total, rechazada por todos, acogida tal vez por el clan paterno.
Ante una situación tan complicada como ésta Dios tiene que intervenir y transforma la noche de angustia de José: “No temas en recibir a tu casa a María” (Mt 1,20) y la razón es precisamente porque el engendrado en ella es obra del Espíritu Santo.
Parece que el evangelista al decir quién es Jesús indica inmediatamente una actitud implícita por parte de José y María: renuncian a su propio futuro y se abren generosamente al proyecto de Dios. José piensa en un primer momento solucionar la situación sólo mediante valoraciones humanas (v. 19); así estaba mandado y era claro lo que se debía hacer; sin embargo, una vez que escucha la voz de Dios a través de su ángel decide entrar en su proyecto, como lo había hecho María (v. 18)[4]. Parece reflejar esta posibilidad la primera cita de cumplimiento que menciona el evangelio de Mateo: “todo esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el Señor…” (v. 22) refiriéndose a la actitud de María pero también a la disponibilidad extrema de José. La disponibilidad de José para entrar en el proyecto salvador de Dios, aún a costa de renunciar a su propios planes, queda claro cuando el evangelista afirma: “una vez que despertó… hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer…ella dio a luz un hijo, a quien (José) puso por nombre Jesús” (v. 25).
2. Meditación
¿En qué me hace reflexionar el significado de Jesús y de Emmanuel?
¿Qué aspecto de mi fe fortalece la seguridad de que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo?
¿Qué me hace pensar la actitud de José y de María de abrirse al proyecto de Dios sacrificando incluso algunos de sus propios planes?
3. Oración
Hagamos una oración en la que alabemos a Dios por su cercanía salvífica a través del nacimiento de Jesucristo por obra del Espíritu Santo.
Pidámosle que como José y María sepamos abrirnos a su proyecto antes que aferrarnos a nuestros planes.
Roguémosle que, como José, sepamos decidirnos, no por la inmediatez de las cosas, sino buscando hacer su voluntad.
4. Contemplación – acción
¿En qué aspecto de mi vida me anima la cercanía salvadora de Dios a través de su Hijo Jesús, el Emmanuel?
¿Qué podemos hacer para no ir decidiendo lo primero que se nos ocurra sino tratando de buscar la voluntad de Dios?
¿Qué pensamientos y comportamientos debemos modificar para irnos guiando cada vez más por el proyecto de Dios y no sólo por nuestros planes?
[1] La relación entre estas dos secciones parece señalarse con el inicio del v. 18 que, aunque algunas traducciones no lo alcanzan a evidenciar, el texto griego lo deja claro: “ahora bien… (tou de Iesou…). Además, las dos secciones quieren contar algo del nacimiento u origen de Jesús (vv. 1. 18).
[2] Así se corrobora en 18,20: “porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
[3] Las últimas ocasiones que el evangelio utiliza el verbo salvar es precisamente para dejar clara su connotación negativa. Así por ejemplo, en 27,42: los sumos sacerdotes junto con los escribas y ancianos se burlaban de él, diciendo: “a otros salvó y a sí mismo puede salvarse”. Efectivamente Jesús hizo presente la salvación (8,25; 9,21.22; 10,22 entre otros); pero no quiso librarse de las consecuencias de su fidelidad al Padre. El mismo evangelio de Mateo parece cerrar su narración de la vida de Jesús dejando claro que no entendió la salvación como escabullirse o librarse de algo; así, en 27, 49: “deja, vamos a ver si vienes Elías a salvarle”.
[4] Mateo, a diferencia de Lucas, presenta a María aceptando ser la madre del Hijo de Dios sin mayor dificultad o cuestionamientos (véase Lc 1,26-38; también 2,19. 51).