Lectio Divina, 25 de diciembre de 2010
Dios habita entre nosotros
Juan 1,1-18
1. Lectura
Según el v. 2 ¿con qué se relaciona la Palabra, Jesucristo?
¿Qué otra imagen se utiliza en los vv. 3-4 y 9 para hablar de Jesucristo?
¿Dónde ha puesto su Morada la Palabra (v. 14)?
¿A través de quién conocemos el verdadero rostro de Dios (v. 18)?
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Aunque es cierto que estos primeros versículos del evangelio de Juan (1,1-18) son complicados, también es verdad que es posible interpretarlos con provecho para nuestra vida.
Con mucha seguridad esta introducción del evangelio de Juan no se escribió al principio sino al final; esto significa que su contenido sea un gran resumen de todo el evangelio. Menciona, a manera de presentación, las principales características con las que se presentará Jesucristo a lo largo de todo el evangelio; así, por ejemplo, en el prólogo se menciona que la Palabra estaba desde el principio junto a Dios (Jn 1,2); esto mismo lo encontramos, de algún modo, en 5,19-47; 7,25-52; 8,13-59 donde se habla de la relación eterna entre el Padre y el Hijo, el origen eterno de Jesucristo, etc. Lo que el prólogo afirma acerca de que la Palabra era la luz (vv. 4-5; 9) aparece en 8,12; 9,39-41. Se afirma que la Palabra es la vida (1,3.10.16); esto se confirma en muchos otros textos: 6,16-71; 7,37-39; 11,1-54; 15,1-27.
Debemos tener bien claro que ningún evangelista escribió para enredar a la gente; escribieron con la finalidad de decir cosas importantes para la vida. Esto debemos tenerlo presente sobre todo cuando leemos el evangelio de Juan; una cosa es que debamos tener elementos claves de interpretación distintos a los que tenemos cuando leemos los otros evangelios y otra decir, sin más, que Juan es el evangelio más complicado.
Ahora bien, el prólogo o introducción del evangelio se debe leer en dos claves: lo que dice de Jesucristo y lo que significa esto para las personas. Si el autor del cuarto evangelio nos habla de Jesucristo es porque algo valioso quería decir acerca de las personas, de la comunidad.
Se remarca que la encarnación del Hijo de Dios tiene que ver con la vida (1,3). Para dejarlo bien claro dice que Él mismo es la vida (5,24; 6,35; 11,25-26). De hecho la finalidad de la encarnación es que el ser humano participe de la vida divina (3,16), de la vida eterna, aquella que no se acaba (17,3). Es tan real esta vida que todos, sin excepción, pueden participar de ella; la única condición es creer (3,15). Creer significa, entre otras cosas, estar dispuesto a practicar la voluntad de Dios; a comportarse como verdaderos discípulos viviendo en el amor, la verdad, la unidad, etc. Por eso, la vida eterna se comienza a experimentar desde ahora (Jn 11).
El evangelio dice que Jesucristo es la Luz (1,4-5.9)[1]. La luz ilumina pero sobre todo orienta. El tema de la luz adquiere todavía más significado cuando lo relacionamos con la proclamación que hará Juan el Bautista al señalar a Jesucristo como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1,29). Con la Encarnación el ser humano no sólo entra en posibilidades de arrepentirse, de abandonar las tinieblas, sino que, sobre todo, tiene la seguridad de que puede –si así lo quiere- recapacitar siempre. No es suficiente con abandonar las tinieblas; es indispensable recapacitar en las causas, consecuencias y pretextos por los que abandonamos la luz; en otras palabras, no es suficiente con arrepentirnos, es indispensable recapacitar, es decir, reflexionar cuidadosa y detenidamente sobre nuestros actos.
Y para terminar, se afirma que Dios puso su Morada entre nosotros (1,14). La mayor bendición que experimentó el pueblo de Israel en la antigüedad fue que Dios pusiera su Tienda, su morada, entre ellos (Ex 26,1); ser abandonado por el Señor era la mayor desgracia del pueblo. Desde esta perspectiva, la Encarnación significa la eterna compañía de Dios en nuestro caminar; pero al mismo tiempo, la permanente responsabilidad por crear un ambiente digno de tan honorable huésped. Previniendo ciertas actitudes cómodas el evangelio, casi al finalizar, dirá que sólo se reconoce verdaderamente al Señor si nos servimos en el amor unos a otros como verdaderos hermanos (Jn 13).
2. Meditación
La Encarnación está profundamente ligada al Plan de Dios de que todos tengamos vida, y en abundancia ¿en qué me hace reflexionar esto?
El Hijo de Dios se hizo uno de nosotros porque quiere acompañar a cada persona y a todo ser humano como Luz Verdadera para que caminemos orientados en la vida ¿en qué nos hace reflexionar esta gracia?
No estamos solos; Dios ha puesto su morada entre nosotros ¿En qué me anima esta realidad?
3. Oración
Hagamos una oración en la que alabemos a Dios porque siempre va a nuestro lado en nuestro caminar.
Démosle gracias porque es la Luz Verdadera que nos guía en cada momento.
Pidámosle que nos perdone las ocasiones en que hemos rechazado su proyecto de vida en abundancia que tiene para nosotros.
4. Contemplación – acción
Estamos terminando el año, un tiempo de gracia especial que Dios nos ha concedido ¿en qué debo mejorar para dejarme orientar siempre por el Señor Jesús, la Luz Verdadera?
Hagamos un análisis de lo que fue nuestro comportamiento este año:
Descubramos el bien que hicimos y que sirvió para que muchas personas caminaran mejor orientadas en su vida; tratemos de ver las ocasiones en que atentamos contra la vida plena que Dios quiere para cada uno de nosotros; hagamos un propósito que nos ayude a trabajar para que la vida de Dios se haga presente en nuestro caminar y en el de quienes nos rodean.
[1] Entre los primeros cristianos fue tal el impacto de Juan el Bautista que no faltó gente que lo confundiera con el Mesías. De ahí que el autor o autores del evangelio tienen el cuidado de dejar claro que Juan no era la luz (vv. 7-8) sino su testigo. Problema semejante hubo en las comunidades de Lucas al grado de que se vio en la necesidad de hacer una comparación minuciosa entre el nacimiento de Jesús y de Juan para dejar bien claro quién era el Mesías (Lc 1-2; véase también Hech 18,25; 19,2-5).