Homilía para la Solemnidad de Ntra. Sra. de Guadalupe, Patrona principal de México, América Latina y de las Islas Filipinas
Queridos amigos y hermanos: Con motivo del bicentenario del inicio de la Independencia y centenario de la Revolución se han honrado a los héroes que nos dieron patria y libertad y si se trata de dar honor a quien honor merece, es justo que celebremos también con intensidad a la heroína que nos ha dado identidad y que ha fraguado la nación que ahora somos: Ntra. Sra. de Guadalupe ha sido para México estandarte, caudillo, motor y nuevo Moisés que nos ha guiado a la tierra prometida y anhelada de democracia, justicia, paz. Hoy es día de fiesta nacional, hoy es día de fiesta para nuestra raza porque es el día de la primera mestiza, la primera mexicana, la estrella radiante de la fe en el Nuevo Mundo.
Del Evangelio según san Lucas 1, 39-48:
«En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”». Palabra del Señor.
INTRODUCCIÓN
A mitad del Adviento que nos prepara y nos lleva de la mano al recuerdo de la venida de Cristo en nuestra carne nos topamos con dos grandes fiestas marianas arraigadas en la fe popular: la Inmaculada Concepción de María y la solemnidad de Ntra. Sra. de Guadalupe. Sin embargo, estos paréntesis festivos no nos distraen en lo más mínimo del proceso espiritual iniciado.
Por el contrario, celebrar a María nos ayuda a prepararnos de mejor manera a la espera del Señor, porque ella es la Virgen del Adviento, es el personaje preclaro de este tiempo de gracia, es la que esperó de singular manera la llegada de Jesús, es la maestra y el modelo de la esperanza.
Para nosotros la fiesta de hoy es mucho más que una fiesta litúrgica. Aunque muchos se empeñen en desacreditar el papel de la Virgen de Guadalupe en la historia y en la consolidación de nuestro país, bastará con echar una mirada al corazón de los mexicanos para comprobar que nuestro pueblo es guadalupano en su esencia y en sus raíces: Guadalupe es México y México es Guadalupe.
Tras la llegada de los españoles a tierras americanas, y luego de someter a los nativos con la caída de la gran Tenochtitlán hacia 1521, la armonía y la paz entre los dos pueblos pendía de un hilo muy delgado. Con la espada llegó también la cruz y en las carabelas de soldados también se embarcó la milicia de Cristo. Diez años transcurrieron de intenso trabajo misionero y evangelizador y mismo tiempo que todo esfuerzo parecía en vano. Fue un periodo de tensión que a decir de los anales del tiempo, advertía violencia y derramamiento de sangre.
Por eso tuvo que venir Ella, la que destruyó con la fuerza del que latía en su vientre el muro que los separaba y el odio que los dividía. Ella fundó en sí misma una nueva raza, una nueva cultura y parió un nuevo pueblo, nuestro pueblo. Como parte aguas de la historia, la nuestra se divide antes de Guadalupe y después de ella. Nuestra Señora es para los de entonces y para los de ahora, un códice, un Evangelio, un mensaje vivo.
He podido constatar con sorpresa que todos conocen la imagen de la guadalupana, pero que muchos han olvidado la historia y el milagro de su permanencia entre nosotros, he podido lastimosamente contemplar que en momentos esta piedad mariana se ha vuelto una devoción vacía y sin compromiso y más triste es ver que la Virgen de Guadalupe se convierte en un mero símbolo, en un amuleto y no en la presencia de la Madre que nos quiere llevar a Jesús.
Las palabras del libro del Sirácide de la primera lectura, encajan de manera perfecta en la persona de María, que aunque propiamente es un cántico a la Sabiduría, quién sino ella es la Madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. Las pocas palabras de María que custodian los evangelios son manjar que alimenta la vida del cristiano.
Quien se acerca a Ella se sacia en realidad del que viene en su seno. María indica la plenitud de los tiempos en que Dios envía a su Hijo para rescate de todos y a través de la cual el Hijo de Dios se hace hombre para hacer al hombre hijo de Dios. Todo esto es la Santísima Virgen María, la gran maestra del Adviento.
1.- NON FECIT TALITER OMNI NATIONI
Convendría recordar un milagro sin igual, aunque sea rápidamente, acontecido en tierras aztecas. Convendría rememorar cómo la Reina del Cielo habló a los de nuestra raza con el idioma de la esperanza y de la fe.
Juan Diego, el indito justo y pobre de Cuautitlán fue el mensajero de la Doncella celestial. Su deseo era tan simple: una casa en el cerrito para darnos a su Hijo. En las palabras mejor traducidas del Nican Mopohua, para en ese templo “allí mostrárselo a Ustedes, engrandecerlo, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación”, y como una verdadera madre de todos prometía: “Porque allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores”.
Conocemos de sobra las escenas que le siguen de duda, de insistencia, de preocupación, de desánimo, de puesta a prueba, y de milagro. Por fin, ante la mirada incrédula del Obispo de México, las fragantes y bellísimas rosas de castilla cortadas de la árida cumbre del Tepeyac, dejaron una estela prodigiosa en la tilma del indito tenido a sí mismo por nada, por mecapal y cacaxtle, y pintando sin pintura la imagen de la perfecta siempre Virgen Santa María, la Madre del verdaderísimo Dios, de Ipalnemohuani, (Aquel por quien se vive), de Teyocoyani (del Creador de las personas), de Tloque Nahuaque (del Dueño del estar junto a todo y del abarcarlo todo), de Ilhuicahua Tlaltipaque (del Señor del Cielo y de la Tierra).
Fue así como obró la Señora del Cielo, cómo no hizo con ninguna otra nación. Su venerada imagen, presente en casi todos los hogares de México, es un verdadero Evangelio de signos, de prodigios, de palabras mudas que gritan. Ella le ha dado a nuestra patria el color de su tez, los colores de su bandera, el Dios de su religión, su vocación de hermanos.
2.- Y SE ENCAMINÓ PRESUROSA A LAS MONTAÑAS
Para nosotros mexicanos, que nos hemos convertido en la casa grande de la Virgen María, nos resulta familiar el pasaje del Evangelio de hoy, porque de manera idéntica a lo que sucedió entonces, somos testigos ahora de la solicitud de María por los pobres y necesitados. Damos testimonio de verla encaminarse presurosa, como a las montañas de Judea, a las colinas del Tepeyac.
A sabiendas que sería la Madre de Dios su actitud no es otra sino la de servir. Es que así se espera a Cristo, en la entrega generosa al prójimo, en la preocupación por el que padece necesidad, en la urgencia de llevarlo a los demás. Quien tiene a Jesucristo en su corazón no puede hacer las cosas de otra manera. Qué lejos está de María el orgullo y la altanería, qué lejos la presunción y el engreimiento. Ahora entendemos que fijar nuestra mirada en la siempre Virgen Santa María de Guadalupe es la mejor forma de aprender a preparar nuestro corazón en este adviento.
Porque revivir el pasaje de la visita de María a su prima Isabel es un verdadero reclamo para muchos de nosotros que nos hemos encerrado en nuestras propias preocupaciones y problemas y nos hemos olvidado de que hay otros que quizás sufran mucho más. Es el reclamo a nuestros egoísmos y a nuestros intentos por ser el centro del universo. Qué grande lección imparte hoy la Virgen a quienes nos hemos despreocupado de ser humildes y de ser siervos de los demás. Nuestro adviento es infecundo cuando pensamos sólo en nosotros, porque es exactamente lo contrario de lo que hace Jesús, de venir al encuentro de todos. Y a la vez es una invitación. Que nadie se quede tranquilo en su hogar pensando que les nacerá Cristo si no lo encarnan en la caridad de las obras; que nadie se haga ilusiones de vivir una navidad auténtica aislados de tantos pobres que como el Niño de Belén duermen en los portales, o en los puentes o en las calles; que nadie sienta que ha dispuesto su corazón a la llegada de Jesús si no ha salido de sí mismo y si no lo ha llevado al encuentro y servicio de sus hermanos.
3.- DICHOSA TÚ, QUE HAS CREÍDO
La alabanza de Isabel hacia María no es porque será la Madre del Hijo de Dios, ni por su generosidad y servicio, sino por su grande fe. María es dichosa porque ha creído y quien cree alcanza lo que espera.
En uno de los prefacios litúrgicos precisamente se admira de María su maternidad espiritual, pues mereció llevar a Cristo en su vientre porque ya antes le había engendrado en su corazón por la fe.
De este modo, nos hemos encontrado con la clave de la felicidad: la fe. Quien espera en Dios no podrá ser nunca esclavo de la tristeza, ni de las depresiones, ni de la angustia. Porque no hay felicidad hecha sino que ésta es consecuencia de la fe y la confianza en Dios.
Cuentan que un hombre aprovechado y sin escrúpulos se encontró con un monje que tenía en su posesión una piedra preciosa de incalculable valor. Pretendiendo engañar al humilde religioso y manipulando la pobreza que debía vivir le pidió le regalara esa joya. Sin regateos el monje se la regalo y aquel hombre se marchó satisfecho de su adquisición. Pero al poco tiempo, conmovido y transformado, volvió el mismo hombre a donde el fraile con una súplica diferente: ya no quiero la piedra preciosa -dijo-, dame por favor aquello que te hizo dármela sin dificultad.
A veces nosotros, mis queridos hermanos y hermanas nos conformamos con las cosas que nos resultan agradables y dejamos de buscar las cosas importantes y verdaderamente valiosas. Son estas fechas muy propicias para desear felicidad y prosperidad y si es un anhelo nacido del corazón deberíamos desearnos en adelante aquello que lo produce, una grande fe y una sólida esperanza. Por eso, dichosos ustedes mis hermanos, si tiene fe porque se cumplirá cuanto Dios les ha anunciado y prometido. Dichosos si dejan de buscar tesoros que deslumbran y se empeñan en conquistar lo que realmente los enriquece. María es la nueva Eva que no pretende encontrar la felicidad en ser como Dios, sino que la descubre en hacer, como humilde esclava, Su voluntad.
Felices ustedes, pues, por su fe y su esperanza.
4.- ¿QUIÉN SOY YO PARA QUE LA MADRE DE MI SEÑOR VENGA A VERME?
Dios es sin lugar a dudas, el Dios de los humildes. La humildad en el corazón del hombre es lo que enamora y encanta Su corazón: María, Isabel, Juan Diego. El evangelio de hoy describe el encuentro de dos mujeres humildes que han hallado el favor de Dios. María por su parte está llena de júbilo porque puede experimentar la predilección del Señor movido por la humildad de su esclava; Isabel queda llena del Espíritu y de santa alegría porque se siente agradecida por la visita inmerecida de la Madre de Dios y son ambos gozos los que se eleva en un cántico de alabanza al Dios de los humildes que enaltece y colma el alma de los pobres.
Humilde es Juan Diego y por eso es el elegido. Entre muchos nobles y renombrados personajes que pueden servir de mensajeros, es el corazón sencillo del indito el oportuno para llevar el recado de la humilde Ama y Señora del Cielo. Ojalá que no tomemos el papel de espectadores que ven sin afectarse tal enseñanza de sencillez. Isabel nos ha regalado la pregunta ideal para nuestro examen de conciencia como mexicanos y como hijos predilectos de la Virgen. ¿Quiénes somos para que la Madre de nuestro Dios venga a vernos y se quede entre nosotros?
Y conviene que nos preguntemos ahora, los mexicanos de esta generación, los que tenemos un corazón altanero, los que nos encaprichamos en nuestros intereses, los que desfiguramos nuestro ser hijos de Dios, los que vivimos como enemigos y no como hermanos, los que hemos llenado de violencia las calles, los que nos destruimos unos a otros, los que hemos perdido la fe, los que ignoramos a Jesucristo y no lo tenemos como Señor, los que llamamos Madre a María y no hacemos lo que ella pide, ¿quiénes somos para que Ella permanezca entre nosotros?
Que su ternura nos mueva urgentemente a la humildad para agradecerle a Dios como es debido el milagro de Guadalupe; que compaginemos la fe y la devoción a María con nuestro compromiso bautismal de hijos de Dios; que demos al mundo un testimonio creíble del amor que decimos tener a la Santísima Virgen en la caridad con el hermano; que apostemos nuestra vida en vivir lo que pedimos en la oración colecta de este día: profundizar nuestra fe y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Hemos de preocuparnos, mis entrañables hermanos y amigos, por hacer de la fiesta guadalupana un aliciente para nuestra vida cristiana. Ella como mensajera del Cielo no viene en nombre propio, sino enviada por aquel que miró su sencillez y que quiere nuestra salvación.
Al meditar el Evangelio de este día solemnísimo María nos regala de su Tepeyac tres rosas que nos ayudan a vivir un fecundo y transformador adviento: el servicio, la fe y la humildad. No se vale que la fiesta quede sólo en flores, en música, en alboroto y pirotecnia, no es el regalo que espera nuestra Madre en su día. Sin duda que la alegría que manifestamos en esta fecha por el amor predilecto de la Virgen al quedarse entre nosotros es un gozo para su corazón de Madre pero no es suficiente, hay algo que alegraría más a Nuestra Señora y es la ofrenda de nuestros corazones, el empeño de nuestra conversión, la promesa firme de parecernos a ella en la aceptación de la voluntad de Dios en nuestra vida, el rechazo al pecado que nos esclaviza y la proclamación de su Hijo como único Señor. No corramos el riesgo de una devoción sin compromiso, por eso que nuestro amor a María sea sincero y sea real. Que compartamos su espera engendrando a Cristo en nuestros corazones y lo llevemos con prisa a los demás que ansían conocer el gozo de la salvación.
Santa María de Guadalupe, la Madre del verdadero Dios por quien se vive, pidió un templo y se han levantado miles a lo largo y ancho del planeta, pero quizás falta el templo que más le importa, un templo en cada corazón que late donde pueda mostrar su amor y protección, su ternura y su consuelo. Qué ganas, hermanos, de que cada uno de nuestros corazones fueran ayates donde se quedara indeleble la imagen de María, de aquella que nos trae a Jesús, de esa que nos pide hacer lo que Cristo nos dice, de esa que nos enseña a enfrentarnos al mundo y a no perder la esperanza cuando nadie cree en nuestra conversión.
Qué ganas de que la Virgen de Guadalupe no estuviera sólo como adorno de nuestras casas sino como verdadero lazo que une las familias, como una presencia real que nos mueve al amor mutuo. Qué ganas de que dejara de ser un amuleto y se volviera modelo y guía de nuestro seguimiento de Jesús.
En el intento de vivir como hijos de Dios y de alcanzar el cielo, no estamos solos. Las dulces palabras de la Virgen a Juan Diego, como un eco fuerte, resuenan hoy para cada uno de nosotros: “Por favor presta atención a esto, ojalá que quede muy grabado en tu corazón, Hijo mío el más querido: No es nada lo que te espantó, te afligió, que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna?” Honremos a semejante Madre, amorosa y solícita, cada día de nuestra vida. ¡Ánimo!
+ Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche