Hacia el mediodía se ocultó el sol y todo el país quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde.
En ese momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad,
y Jesús gritó muy fuerte: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y dichas estas palabras, expiró.
Intervino entonces un hombre bueno y justo llamado José, que era miembro del Consejo Supremo
Se presentó, pues, ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro nuevo cavado en la roca, donde nadie había sido enterrado aún.
El primer día de la semana, muy temprano, fueron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado.
Pero se encontraron con una novedad: la piedra que cerraba el sepulcro había sido removida,
y al entrar no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.
No sabían qué pensar, pero en ese momento vieron a su lado a dos hombres con ropas fulgurantes.
Estaban tan asustadas que no se atrevían a levantar los ojos del suelo. Pero ellos les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”
No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México