LA CARIDAD Y LA JUSTICIA EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS
1.- La justicia en el A.T
.En el A.T. significa que YHWH obra siempre conforme a las normas contraídas voluntariamente por él. En este sentido YHWH es justo porque obra de acuerdo a lo que se espera de él y porque es el Dios de la Alianza. Gráficamente lo expresa así Gen 18,25: ¿El juez de toda la tierra no hará justicia? Como YHWH actúa de acuerdo a lo que se espera de él, por eso garantiza el derecho en medio de su pueblo: Esto me hizo ver el Señor Yahvé: una canasta de fruta madura. Y me dijo: “¿Qué ves, Amós?” Yo respondí: “Una canasta de fruta madura.” Y Yahvé me dijo: “¡Ha llegado la madurez para mi pueblo Israel, ni una más le volveré a pasar! Los cantos de palacio serán lamentos aquel día – oráculo del Señor Yahvé -, muchos serán los cadáveres, se arrojarán por todas partes, ¡silencio! Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: “¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?” Ha jurado Yahvé por el orgullo de Jacob: ¡Jamás he de olvidar todas sus obras! (Am 8,1-7).
¡Ay de los que se sienten seguros en Sión y de los que confían en la montaña de Samaría! Se acuestan en camas de marfil, arrellanados en sus lechos, los que comen corderos del rebaño y becerros del establo, los que canturrean al son del arpa y se inventan, como David, instrumentos de música, los que beben vino en anchas copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por el desastre de sus hermanos. Por eso, ahora irán al destierro a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los disolutos (Am 6,1-7).
El profeta Isaías nos enseña claramente la inutilidad del culto cuando no se hace justicia al hermano: Oíd una palabra de Yahvé, regidores de Sodoma. Escuchad una instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. “¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? – dice Yahvé -. Harto estoy de holocaustos de carneros, de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí. ¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de mis atrios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad. Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda (Is 1,10-17).
También en los salmos el justo oprimido clama a Dios lo libre del injusto: ¡Oh Dios de mi alabanza, no calles! Bocas de impíos y traidores están abiertas contra mí. Me hablan con lengua mentirosa, me envuelven con palabras odiosas, me hacen la guerra sin razón. En pago de mi amor me acusan, mientras yo rezaba por ellos; me devuelven mal por bien, odio en cambio de amor: “¡Suscita a un malvado contra él, que un fiscal se ponga a su diestra; que en el juicio resulte culpable, su oración considerada pecado! ¡Que sus días sean pocos, que otro ocupe su cargo; queden huérfanos sus hijos, quede viuda su mujer! ¡Que sus hijos vaguen mendigando, sean expulsados de sus ruinas; que el acreedor se quede con sus bienes y saqueen sus ganancias los extraños! ¡Nunca nadie le muestre amor, nadie se apiade de sus huérfanos, sea exterminada su posteridad, acabe su apellido en sus hijos! ¡Sea recordada la culpa de sus padres, nunca se borre el pecado de su madre; estén constantemente ante Yahvé, y él cercene de la tierra su memoria!”. Se olvidó de actuar con amor, persiguió al pobre, al desdichado, al de abatido corazón para matarlo; amó la maldición, sobre él recaiga, no quiso bendición: que de él se aleje. Se vistió la maldición como un manto: ¡que penetre como agua en su seno, que entre como aceite en sus huesos! ¡Que sea el vestido que lo cubra, el cinto que lo ciñe para siempre! Ésta es la obra de los que me acusan, de los que hablan maliciosos contra mí. Pero tú, oh Yahvé, Señor mío, actúa por tu nombre en mi favor, ¡líbrame por tu bondad y tu amor! (Sal 109,1-20)
El concepto de justicia-injusticia, tal como se usa en el A.T., es poco o nada usado en el N.T. Sin embargo citaré un solo texto de la carta de Santiago 5,1-6: Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad; el salario de los obreros que segaron vuestros campos y que no habéis pagado está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra lujosamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo.
2.- La caridad en el N.T.
Mucho más abundante sin duda es el tema de la caridad en la Sagrada Escritura, pero esto en el N.T. Citaré algunos textos, interpretados por el Magisterio de la Iglesia.
La caridad, amor, agape, se puede analizar desde sus dos vertientes: el amor de Dios a nosotros y viceversa; y el amor de Dios que nosotros hemos recibido, manifestado a nuestros hermanos, En este segundo sentido es como lo vamos a reflexionar en este espacio, dando por sentado, nuestra experiencia del amor que Dios nos tiene y que nos lo manifestó al enviarnos a su Hijo único (cfr. Jn 3,16) y del cual nadie nos puede separar (cfr. Rom 8,35-39).
Voy a tomar como base el título que S.S. el Papa Benedicto XVI, tiene en su primera encíclica DEUS CARITAS EST, al iniciar la segunda parte:
CARITAS
EL EJERCICIO DEL AMOR
POR PARTE DE LA IGLESIA
COMO « COMUNIDAD DE AMOR »
La caridad como tarea de la Iglesia.-
20. El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad. También la Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor.
El ejercicio de la caridad, es decir, la práctica de esta caridad es tarea de la Iglesia, es obligación de la Iglesia realizarla: Amense los unos a los otros, como yo los he amado (Jn 13,34). No es algo opcional, algo que queramos o podamos hacer: ¡No! La práctica del amor es de la misma esencia de la Iglesia. Más claro: La Iglesia nació del amor de Dios y vive del amor de Dios. Así de fundamental es, para la Iglesia, dar y recibir amor.
22. Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra.
25. Llegados a este punto, tomamos de nuestras reflexiones dos datos esenciales:
a) La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.
b) La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario.
En este sentido es importante puntualizar lo mencionado en relación a D.A. No. 386: Si nuestra predicación y nuestra liturgia no se concretizan en el ejercicio del amor, corren el riesgo de convertirse en anuncio de ideologías y en celebración de rituales vacíos. A este respecto cito textualmente el No. 28 de la Carta Apostólica MANE NOBISCUM DOMINE de Juan Pablo II, 2004: Hay otro punto aún sobre el que quisiera llamar la atención, porque en él se refleja en gran parte la autenticidad de la participación en la Eucaristía, celebrada en la comunidad: se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna. Nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’ (Mc 9,35). No es casual que en el evangelio de Juan no se encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el ‘lavatorio de los pies’ (cfr. Jn 13,1-20): inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la Eucaristía. A su vez, san Pablo reitera con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la cual no brille la caridad, corroborada al compartir efectivamente los bienes con los más pobres (cfr. 1 Cor 11,17-22.27-34).
¿Porqué, pues, no hacer de este año de la Eucaristía un tiempo en que las comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo? Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los Países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. Se trata de males que, si bien en diversa medida, afectan también a las regiones más opulentas. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cfr. Jn 13,35; Mt 25,31-46). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones litúrgicas.
En la carta apostólica NOVO MILLENNIO INEUNTE (enero, 2001), el Papa nos dice: Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también en este nuevo siglo, pero si faltara la caridad (agape) todo sería inútil. Nos lo recuerda el apóstol Pablo en el himno a la caridad: aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, y tuviéramos una fe que mueve las montañas, si faltamos a la caridad, todo sería “nada” (cfr. 1 Cor 13,2).
De lo dicho anteriormente, debemos decir que el servicio de la caridad es la dimensión más desgastante y exigente de las tres. Con cierta frecuencia, en las comunidades eclesiales se descuida la vivencia eficaz y desinteresada de la caridad y se disocia la escucha de la Palabra y la celebración de los sacramentos de la práctica de la caridad. De hecho, el Conc. Vat. II señaló hace casi medio siglo que, el pecado fundamental de la Iglesia es la disociación entre la fe celebrada y proclamada (kerygma y leiturgia) y la vida. Cuando la vida de una comunidad cristiana no está impregnada de la caridad se torna hueca y vana, como dice san Pablo: “Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo, pero si no tengo amor, de nada me sirve” (cfr. 1 Cor 13,3).