Lunes 18 de Octubre de 2010 por Angelica Bustamante
En esta época de indiferencia y relativismo religioso hay quienes se llaman a sí mismos católicos pero acomodan o suprimen requisitos que son indispensables para ser miembros de la Iglesia y verdaderos hijos de Dios. A continuación damos tres casos que ilustran de una manera comprensible y convincente aquello que no es negociable cuando se quiere seguir a Nuestro Señor.
1. Durante la conferencia de un Obispo católico, reconocido por su marcado interés en la justicia social, éste indicó que la iglesia debería empujar al gobierno y a las empresas hacia el establecimiento de un orden económico, político y social más justo.
Al terminar, una señora de mediana edad se levantó para manifestar su desacuerdo, pues no creía que la Iglesia tuviera que predicar sobre la economía, la pobreza y los derechos humanos, sino sobre la fe, la oración y los Mandamientos. Insistió en que se dejara la política y la economía en manos de los políticos y de los economistas, quienes, además, deben saber algo más sobre estos temas.
–¿Y yo –contestó el Obispo– qué deberé hacer cuando se me reproche por no predicar sobre las exigencias del Evangelio con respecto a la justicia social? Porque el Evangelio sostiene que los cristianos debemos ayudar a crear la justicia para los pobres.
Esta persona era muy sincera y profundamente creyente, pero se olvidaba de algo que es esencial en la vida del cristiano. Y es que además de orar, amar a Dios y obedecer el Decálogo, también debe trabajarse por la justicia social. Y esto no es negociable.
2. Un joven que ayudaba regularmente en un comedor para pobres, decía ser un buen católico aunque iba poco a Misa, nunca hacía oración y ni siquiera intentaba vivir según las enseñanzas morales de la iglesia sobre el sexo y el Matrimonio por considerarlas anticuadas. Sin embargo, tenía una auténtica pasión por la justicia y era muy generoso.
Pensaba que a Dios no podía importarle si él rezaba o no, si odiaba a alguien o si se iba a la cama con una mujer con la que no estaba casado. Creía que todo eso era insignificante comparado con el hecho de que la mitad de la humanidad se va a la cama con hambre.
Este joven parecía creer lo contrario de lo que creía la señora que le reclamó al Obispo. Pensaba que la justicia social le importaba más a Dios que nuestra oración, nuestro amor, nuestra moral privada y nuestra obediencia al Decálogo. Pero sí le importan y no son negociables.
3. Una joven religiosa al estilo de la Madre Teresa, que llevaba una vida ejemplar de oración, que comulgaba diariamente en Misa, que estaba dedicada al servicio de los pobres y compartía de buen grado sus carencias, asistió a una conferencia internacional sobre pobreza.
Al término de la conferencia, se decretó una tarde libre en la que los participantes podrían pasear por la ciudad, hacer algunas compras y reunirse por la noche en un buen restaurante para cenar. Al día siguiente, antes de clausurar la conferencia con una hora de oración y una Misa, se pidió a los que hubieran experimentado alguna gracia, que la compartieran con los demás.
La joven religiosa tomó el micrófono y dijo haber experimentado una conversión que nunca antes pensó que pudiera necesitar. Explicó que había considerado como un insulto para los pobres el que los participantes a una reunión sobre la pobreza hubieran disfrutado de un autobús con aire acondicionado, hubieran paseado y comprado fruslerías y hubieran terminado la noche cenando en un buen hotel. Y dijo haberse sentido frustrada e incoherente cuando aceptó por timidez la copa de vino que le ofrecieron.
Pensó que Juan el Bautista, con su cinturón de cuero y su dieta de langostas, habría rechazado, en nombre de los pobres, la copa, el paseo, la cena y toda aquella alegría… pero luego recordó que Jesús sí habría aceptado comer, beber y pasar un buen rato departiendo con los suyos
Entonces se dio cuenta de que se había vuelto como el hermano mayor del hijo pródigo. Hacía lo que debía hacer pero sin amor ni alegría. Y es que la bondad del corazón es un elemento no negociable en la vida espiritual, tanto como la oración, una vida recta y la práctica de la justicia social para no caer en la tentación de hacer las cosas correctas por razones equivocadas.
4. Hay una mujer que parecería una cristiana ejemplar. Tiene una gran fe, es fiel en su Matrimonio, es una buena madre, es escrupulosamente honesta, lee libros espirituales, reza todos los días, se ocupa de los pobres, tiene sentido del humor y ama la vida… pero nunca va a Misa porque no le parece que sea algo necesario. Por lo tanto, por orgullo, incredulidad o indiferencia, no se ha comprometido con Jesús y con su Iglesia. Quizá le falte humildad para acercarse al Sacramento de la Confesión y no haya entendido que Cristo está en la Hostia Consagrada, pero si no come el Cuerpo del Señor y no bebe su Sangre, no tendrá vida eterna ya que, definitivamente, esto no es negociable.