Esta Bienaventuranza anuncia la superación de las prescripciones de pureza de la Ley de Moisés, que se ponían en prácticas exteriores -aunque destinadas a ser practicadas, naturalmente, con religiosa intención-, por la pureza interior o del corazón, que enseña Jesús.
SEXTA BIENAVENTURANZA
“Felices los puros de corazón, porque ellos verán al Padre”
“Dios mío, crea en mí un corazón puro…
…no me arrojes lejos de tu rostro”
(Salmo 50, 12. 13).
1. Corazón
1) Esta Bienaventuranza anuncia la superación de las prescripciones de pureza de la Ley de Moisés, que se ponían en prácticas exteriores -aunque destinadas a ser practicadas, naturalmente, con religiosa intención-, por la pureza interior o del corazón, que enseña Jesús.
En la Sagrada Escritura el corazón es el centro de la persona, el núcleo de su conciencia y de su psicología, el asiento de la decisión y la responsabilidad, es decir su vida interior y espiritual. Dios habla al corazón del hombre porque es allí donde tiene sus raíces la vida religiosa y moral del hombre.
2) En el lenguaje de la Sagrada Escritura se habla del corazón para indicar lo más profundo de una cosa. Así por ejemplo, el corazón del mar significa mar adentro, alta mar o también el abismo, la profundidad del mar: Tarsis y su rey están engreídos en el corazón de los mares; pero irán a dar al corazón del mar (Ez 27, 25 y 28, 1. 8). Moisés ve arder el fuego en el corazón de la zarza ardiente, o sea el interior, el centro de la zarza (Ex 3, 2).
3) Y así el corazón del hombre indica lo más profundo de su ser, de su conciencia y de su voluntad. “Los hijos tienen cabeza dura y corazón empedernido, a ellos te envío para decirles”
(Ez 2, 4). El Señor anuncia que le cambiará el corazón: “Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios. En cuanto a aquellos cuyo corazón va en pos de sus monstruos y de sus prácticas abominables, yo haré recaer su conducta sobre su cabeza” (Ez 11, 19-21).
4) Isaías opone el culto puramente vocal, de los labios, y el del corazón: “este pueblo se me acerca de boca, me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Isaías 29, 13; es un pueblo también “de labios impuros” (Is 6, 4). Jeremías anuncia una nueva alianza escrita en corazones nuevos y sinceros: “He aquí que vienen días en que yo pactaré con la casa de Israel una nueva Alianza, c…) pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo, c…) todos ellos me conocerán del más chico al más grande” (Jr 31; 31. 33b. 34c).
5) Esta nueva alianza, nuevo corazón, esta conversión de los corazones serviles en corazones filiales, es el anuncio de la alianza filial en la sangre del Hijo. Éstos son los corazones puros, los corazones filiales que viven de cara al Padre y obran todas sus obras buenas, oraciones, limosnas, y ayunos en lo secreto, en lo oculto de sus corazones, donde sólo el Padre lo ve (Mt 6, 1. 4. 6. 17). El corazón es ese recinto íntimo y secreto donde sólo tiene acceso el Padre y donde los hijos esconden su tesoro y ponen su seguridad: “donde está tu tesoro allí está tu corazón” (Mt 6, 21). Allí debe estar también la pureza de los hijos.
2. La pureza de corazón
6) En las traducciones suele leerse: “bienaventurados los limpios de corazón”. Pero ¿de qué limpieza se trata? La palabra griega katharós que traducen por limpio, significa puro. Se trata de una limpieza religiosa.
7) La Ley de Moisés prescribía un código de pureza ritual y religiosa al que los judíos habían ido agregando por tradición otras prescripciones. Como todos los demás aspectos de la Ley, Jesús no vino a abolidas sino a llevadas a su perfección mediante la justicia de los hijos (Mt 5, 17). Esta Bienaventuranza es un ejemplo claro de cómo la pureza de los hijos debe exceder a la pureza de los escribas y fariseos y cómo la pureza del corazón de los hijos lleva a su perfección los códigos de pureza de la Ley antigua.
8) En el Antiguo Testamento era considerado puro lo que aproximaba a Dios, e impuro lo que incapacitaba para el culto o excluía del culto. Todo lo que tenía que ver con las fuentes de la vida o con la muerte era de alguna manera misterioso y sacro y por eso “intocable”. Si se lo tocaba se incurría en una inhabilitación para la comunión cultual, equivalente a la que produce una irreverencia o desconsideración. Por otra parte, el pueblo elegido, portador de misterios de gracia, debía permanecer separado de los demás pueblos. Los paganos eran considerados impuros y el contacto con ellos contagiaba impureza (cf. Lv 20, 22-26).
9) La ley de Moisés contenía muchas y variadas disposicio¬nes acerca de la pureza: prohibía comer animales y otros alimentos impuros (Lv 11,1-47); contenía también disposiciones acerca de los cadáveres (Lv 21, 1. 11; Nm. 19, 11-13) o de algunas enfermedades, como la lepra (Lv 13, 45 y ss.; 14, 1-32), que hacían impuro ritualmente. También contenía disposiciones acerca de los flujos sexuales del varón y la mujer (Lv 15, 1-33) Y del trato con las mujeres durante sus períodos (Lv 15, 7. 14. 25); o alrededor del parto (Lv 12, 1 Y ss.); que exigían mantenerse separadas y evitar contactos físicos, y hasta con objetos tocados por la persona, como sillas o lechos. La ley determinaba también minucio¬sos ritos de purificación para cada forma de impureza.
10) A estas leyes se habían agregado, por tradición, otras prácticas que incluían el lavado de manos hasta el codo, vasos y vajilla antes de comer o de entrar al templo a sacrificar. Ni Jesús ni muchos de sus discípulos se ajustaban a estas prácticas tradicionales, por lo que eran objeto de crítica:
11) “Se acercaron a Jesús los fariseos y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; éstos, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos impuras, esto es, no lavadas, [Nota: no se trata del lavado higiénico sino de una ablución religiosa] los condenaban, (pues los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si no se lavan muchas veces las manos, no comen. Y cuando regresan de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que se aferran en guardar, como las abluciones de los vasos para beber, de los jarros, de los utensilios de metal y de las camas.) Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ‘¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos impuras?'” (Mc 7, 1-5).
3. La doctrina y la práctica de Jesús
12) Jesús modificará drásticamente esta doctrina, pero sobre todo impugnará algunas tradiciones relativas a la pureza. Lo hará a) con su enseñanza y b) con su ejemplo. A los que le hacen objeciones les responde reprochándoles que invalidan la ley con sus tradiciones.
a) Doctrina
13) “¡Hipócritas!’ Bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres’, porque, dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber. Y hacéis otras muchas cosas semejantes. Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición, porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’ y ‘El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente’ pero vosotros decís: ‘Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir: “Mi ofrenda a Dios”) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no lo dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a éstas” (Mc 7, 6-13),
14) Jesús interioriza el concepto de pureza e impureza. Jesús enseña que es del corazón del hombre de donde sale lo que lo hace puro o impuro: “lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre, porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicacio¬nes, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mt 15, 17-20). “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que lo pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. (…) ¿No entendéis que nada de fuera que entra en el hombre lo puede contaminar, porque no entra en su corazón sino en el vientre…? (…) Lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamien-tos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7, 15. 18-19. 20-23),
b) Práctica
15) A la nueva justicia de los hijos, que consiste en la interioridad de un corazón filial; corresponde la visión que tiene y enseña Jesús acerca de lo que une o separa de Dios; de lo que pone en comunión o aparta de la comunión. Y a esta visión co¬rresponde una nueva práctica en la que Jesús va adelante con su ejemplo.
16) Jesús, que se proclama ‘Señor del Sábado’ (Mc 2, 28) se aparta con igual libertad y con autoridad soberana de las leyes de pureza e impureza. Las ignora abiertamente:
• Cuando toca al leproso que le pide que lo sane (Mt 8, 2¬-3; Mc 1, 41).
• cuando toma de la mano a la niña muerta, la hija de Jairo, para levantada (Mt 9, 25); o toca la camilla donde llevaban a enterrar al hijo de la viuda de Naim (Lc 7, 14).
• Cuando se sienta a la mesa con publicanos y pecadores (Mt 9, 10-13).
• Cuando toma de la mano para levantada a la suegra de Pedro que está en cama con fiebre (Mt 8, 14-15; Mc 1, 30-31. cf. Lc 4, 38-39). Ya el solo hecho de dar la mano o tocar a una mujer era contrario a los usos comunes entre judíos piadosos, escribas y fariseos, sobre todo entre rabinos. Pero dada la insistencia de los evangelistas en notar que la toma de la mano, puede presumirse que la fiebre fuese de origen menstrual, con lo que se trataría de un caso más en que Jesús se aparta de las leyes de pu¬reza ritual.
• Cuando no le da importancia al hecho de que la mujer con flujo de sangre lo haya tocado contrariando la ley, y, en vez de retada por lo que ha hecho, como ella se esperaba y temía viéndose descubierta, se limita a alabada por su fe (Mt 9, 20-22; Mc 5, 25-34).
4. Pureza de corazón y pureza de vida filial
17) Las Bienaventuranzas en su conjunto y ésta en particu¬lar acentúan en primer lugar las cualidades filiales, pero éstas no excluyen sino que presuponen la rectitud de vida. La guarda de los mandamientos se da por supuesta en quienes buscan la justicia perfecta que es la justicia filial. La justicia filial es superior, excedentaria; supera la de escribas y fariseos. La justicia filial es la que debe caracterizar a los hijos de Dios (Mt 5, 20). Excluye toda duplicidad, toda hipocresía, todo intento de servir a dos señores (6, 22). Toda inflación de formas de piedad no respaldadas por una auténtica piedad filial del corazón. La pureza del corazón inspira una práctica de pureza.
18) En esto no puede haber engaño. Jesús propone el test de discernimiento, que pasa por el corazón: “donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6, 21). La Bienaventuranza de los limpios de corazón es una promesa a los que tienen un corazón en¬tero, no dividido entre el servicio de sí mismo y el servicio de Dios, entre la búsqueda de la propia gloria y la del Padre, que ponen su seguridad íntegramente en el Padre, sin cálculos ni desconfianzas.
19) Pero la pureza del corazón excluye también todo mal deseo de lujuria o fornicación: “Habéis oído que se dijo: ‘no cometerás adulterio’. Pero yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
20) La condición fraterna de los hijos de Dios excluye que un hermano mire con mirada impura a una mujer ya que, por ser hija de Dios, es una hermana. La mirada de los hijos a sus hermanas debe ser pura. Y el vicio de lujuria hace ciego para ver a Dios.
5. Pan puro, sin levadura
21) La pureza de corazón se refiere pues, primero, a la sin¬ceridad del culto filial. Ella implica, en segundo lugar, el aborrecimiento del pecado, particularmente el pecado de lujuria, tanto en sí mismo como en la comunidad. Veamos lo que nos dicen Jesús y san Pablo acerca de los cristianos como panes ázimos, sin levadura, es decir, puros con la nueva pureza de corazón filial cristiana.
6. Sin la levadura de los fariseos
22) En cuanto a la falsedad interior: Jesús nos pone en guardia contra la levadura de los fariseos que es la hipocresía. Y esta hipocresía es buscarse a sí mismo en las cosas de Dios. Buscar la gloria propia y no la del Padre. Buscar su propio provecho en la religión. Tratar de servirse de Dios, en lugar de servir a Dios.
23) “Abrid los ojos y guardáos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes” (Mc 8, 15). “Guardáos de los escribas que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas con pretexto de largas oraciones” (Mc 12, 38-40).
24) Jesús compara a los discípulos, a los hijos de Dios, con panes. Panes que han de ser puros en sentido ritual, como los panes ázimos sin levadura. Expliquemos un poco esta comparación a la luz de la Sagrada Escritura.
25) La levadura, por ser un fermento, es un principio de corrupción. Si el pan leudado no se pone en el horno, se echa a perder totalmente por el efecto de la levadura. Por eso, en el Antiguo Testamento, no debía ponerse levadura en ninguna ofrenda (ver Lv 2, 11: “Toda oblación que ofrezcáis al Señor será pre¬parada sin levadura, pues ni de fermento ni de miel quemaréis nada como manjar abrasado para el Señor”). Los panes que se ofrecían en sacrificio debían ser panes sin levadura, como eran los panes de la preposición depositados ante el altar en el santuario de Nob (1 S 21, 5; Cf. Lv 24, 5-9).
26) Por eso, la hostia para la eucaristía, que se transforma¬rá en el cuerpo de Cristo, en el que no hay corrupción de pecado, que tiene un corazón totalmente puro, no puede tener levadura. Y si la tiene no es materia apta para consagrar.
27) El que recibe el pan consagrado tampoco puede tener en sí la levadura del pecado, ni la levadura de la doblez o la insinceridad con Dios. Porque él también es pan que se ofrece para ser transubstanciado y convertido en Hijo. El culto interesado, o doble, es una impureza, una suciedad que impide ver a Dios.
Porque Dios es desinterés, sinceridad, fidelidad. Cuánto más como veremos– hace impuro e inhabilita la lujuria, en cualquiera de sus formas, pero más que todo el adulterio, por lo que tiene de infidelidad.
28) Los judíos y samaritanos discutían acerca de dónde se daba el verdadero culto a Dios, si en el templo de Samaría o en el de Jerusalén. Jesús zanja la discusión anunciando el nuevo culto filial en el que se complacerá el Padre y será fundado por su Hijo: “Créeme mujer (…) que llega la hora, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que lo adoren” (Jn 4, 21. 23). Ver a Dios no depende de un lugar exterior, sino de una cualidad interior del corazón. Los adoradores en espíritu y en verdad, los de corazón puro, son los que verán a Dios.
29) El culto en Espíritu filial y en verdad filial es el culto que Jesús rinde al Padre. Jesús no busca su propia gloria ni hacer su propia voluntad, sino que vive para la gloria del Padre y para hacer con gozo filial lo que el Padre quiere.