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5.1 El sol y la lluvia
19) La frase de Jesús: “hace salir su sol sobre malos y buenos” nos remite a la bondad de Dios manifestada: 1) después del diluvio, en la Alianza con Noé cuyo signo es el arcoiris; 2) en la fecundidad que Dios asegura a la naturaleza mediante el sol y la lluvia, para nutrir a sus creaturas y 3) en el Mesías salvador y los bienes mesiánicos aludidos por los profetas con las imágenes del sol y la lluvia o rocío.
5.2 La alianza con Noé y el Arco Iris
20) Si en un momento el Señor se valió de la lluvia del diluvio para destruir a una humanidad pecadora y oscureció el sol sobre ella, muy pronto, sin embargo, movido por el sacrificio de Noé: “Dijo en su corazón:’Nunca más volveré a maldecir el suelo po causa del hombre, porque las trazas del corazón del hombre son malas desde su niñez, no volveré a herir a todo viviente como lo he hecho. Mientras dure la tierra, sementera y siega, verano e invierno, día y noche no cesarán” (Génesis 8, 21-22).
21) Y puso en el cielo el arco iris, resultante de la conjunción del sol con la lluvia, como signo de este propósito de perdón, indulgencia y misericordia. El arco iris sería para siempre el memorial de la Alianza con Noé, con su descendencia, es decir toda la humanidad postdiluviana y con todos los animales vivientes. El Señor depone su ira y cuelga en las nubes, sobre la bóveda del cielo, su arco de guerrero. Lo convierte en promesa de paz, en ornamento y símbolo de la generosidad de la naturaleza, ministro del designio nutricio del Padre:
22) “Establezco mi alianza con vosotros y con vuestra futura descendencia y con toda alma viviente que os acompaña: las aves los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, con todos los animales de la tierra (…) Esta es la señal de la alianza para las generaciones perpetuas entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña. Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra. Cuando yo anuble de nubes la tierra, entonces se verá el arco en las nubes, y me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros y toda alma viviente, toda carne, y no habrá más aguas diluviales para exterminar toda carne” (Génesis 9, 8.11-15).
5.3 Dios Padre fecunda la tierra para todos
23) El Salmo 64 es una meditación sobre la fecundidad de la tierra como un gesto de perdón y misericordia de Dios creador, Padre de todos, aún sobre quienes no lo merecemos pues todos los mortales somos culpables ante Él: “ante Ti acude todo mortal a causa de sus culpas; nuestros delitos nos abruman, pero tú los perdonas” (64, 3-4). “Los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante tus signos, y a las puertas de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo. Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales; riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes; coronas el año con tu benignidad, las rodadas de tu carro rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan” (64, 8-14). Los beneficios de la naturaleza creada son para todos sin distinción y el creador se encarga de asegurar la fecundidad de los campos:
5.4 El Padre envía para todos el sol y la lluvia mesiánicos
24) El Padre envía sobre todos por igual las bendiciones del sol y de la lluvia. Pero esas bendiciones tienen un sentido profético referidas al Salvador, que también viene para todos.
25) El Mesías es anunciado en la Sagrada Escritura como un Sol de Justicia y un Rocío de lo alto. “Amanecerá para vosotros, los que teméis mi Nombre, un sol de justicia, con la salvación en sus rayos” (Malaquías 3,20 o 4,2). “Envíe el cielo su rocío desde lo alto y lluevan las nubes al justo. Ábrase la tierra y produzca la salvación y germine juntamente la justicia” (Isaías 45,8 ); “La tierra dará su fruto y los cielos darán su rocío” (Zacarías 8, 12); “Revivirán tus muertos (…) despertarán y gritarán jubilosos los moradores del polvo, porque rocío luminoso es tu rocío y la tierra echará de su seno las sombras” (Isaías 26, 19). Y en el himno que canta el sacerdote Zacarías, el padre de San Juan Bautista, se anuncia: “Por las entrañas de misericordia (dia splagjna eléous) de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que están en las tinieblas y en sombras de muerte” (Lucas 1,78-79)
6 Un Dios clemente y misericordioso lento para enojarse y pronto para perdonar
26) El libro de Jonás revela a Dios como deseoso de perdonar a los que se convierten. Jonás, el profeta desobediente e inmisericorde no quiere la conversión de Nínive, imperio cruel, bajo cuya dominación sufrió el pueblo de Dios. El Señor, en cambio, se muestra como un Dios deseoso de salvar, invitando a la penitencia primero y salvando prontamente cuando los ninivitas hacen penitencia. A Jonás, que está en desacuerdo franco con la misericordia divina, lo disgusta tanto la misión que se le confía como su buen resultado.
25) “Vio Dios lo que hacían ( los hombres de Nínive) y cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del castigo que había determinado enviarles, y no lo hizo. Jonás se disgustó mucho por esto y se enojó y oró al Señor, diciendo: ‘¡Ah Señor! ¿no es precisamente esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Fue por esto que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso (‘El janum werajum), tardo a la cólera y rico en amor (jésed) que se arrepiente del mal. Ahora, pues, Señor, te suplico que me quites la vida, porque prefiero morir que vivir. Pero el Señor le reconvino: ¿Te parece que está bien irritarte por esto?” (Jonás 4, 2-4).
26) No parece ser buen servidor de la misericordia el que no tiene misericordia, como es el caso de Jonás. Sin embargo, el Señor se la tiene también a él y no cesa de enseñarle hasta el fin: “¿Te parece bien irritarte por este ricino? Respondió: ‘Sí me parece bien irritarme hasta la muerte!’ Entonces el Señor le dijo: ‘Tú te compadeces de este ricino por el que nada te fatigaste, que no lo cultivaste e hiciste crecer, porque en el término de una noche feneció. ¿Y yo no voy a tener misericordia de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales? (Jonás 4,9-11).
7 Los misericordiosos alcanzarán misericordia
Porque se tendrá misericordia con ellos, serán objeto de misericordia. Así puede traducirse también el griego; hoti autoi eleethésontai.
27) De lo que sucede con los que no son misericordiosos nos hablan varias parábolas de Jesús.
28) Lucas nos narra la parábola del rico banqueteador y del pobre Lázaro, donde se fustiga la falta de compasión entrañable, apuntando más bien a la eleemosyne en su dimensión física y material, la dureza de corazón y de entrañas frente a la necesidad ajena. La dureza es extensible a otros aspectos de la necesidad del prójimo. (Ya nos ocupamos de las diversas dimensiones de la compasión por el hambre en el comentario de la cuarta bienaventuranza).
29) Pero la parábola que conviene más traer a la memoria aquí es la “Parábola del Siervo sin entrañas” (Mateo 18, 23-35). San Mateo la ubica después de una pregunta que Pedro le hace a Jesús acerca de cuántas veces hay que perdonar al hermano que nos ofende, para mostrar que si el Señor nos ha perdonado muchas veces, otras tantas debemos estar dispuestos a perdonar nosotros. Y que no hemos de poner límite o condiciones al perdón, siendo así que el Padre nos perdonó sin límites cuando éramos deudores y enemigos, y lo sigue haciendo. La enseñanza se aplica no sólo a los hermanos en la fe, sino a todos los hombres incluyendo a los perseguidores y enemigos.
30) “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: ‘Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?’ Jesús le dijo: —No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A este, como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: “Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”. Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia (eléesai) de tu consiervo, como yo tuve misericordia (eléesa) de ti?”. Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”. (Mateo 18, 21-35)