Hoy tenemos la primera clase del curso de la pastoral social desde el sentido teológico, impartido por Pedro Peredo Fernández, se reflexiona el primer documento DEUS CARITAS EST: CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI, A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS, A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE EL AMOR CRISTIANO.
Un reflexión que nos tiene que conducir a la teología de Dios necesariamente, pero más que nada al encuentro con el amor de Dios y a los demás hermanos. la encíclica DEUS CARITAS EST, también la puedes descargar en está clase, agregamos el enlace para visualices y/o descargar la encíclica que complementará esta clase.
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Descripción: Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida.
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DIOCESIS DE LEON
CAMPAÑA DE PASTORAL SOCIAL
2 de julio 2010 – 2011
C L A S E 1
“Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37).
EL SENTIDO TEOLOGICO DE LA PASTORAL SOCIAL
DEUS CARITAS EST
25 de diciembre de 2005
CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS,
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE EL AMOR CRISTIANO
Objetivo del tema:
Concientizarnos de la presencia de Dios “en el cielo, en la tierra y en todo
lugar”, como dice el catecismo de niños. Descubrir la presencia de Dios en
nuestros hermanos que sufren, porque ahì està.
INTRODUCCIÓN
1. « Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él».
Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: « Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas » (6,4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás. Quedan así delineadas las dos grandes partes de esta Carta, íntimamente relacionadas entre sí. La primera tendrá un carácter más especulativo, puesto que en ella quisiera precisar —al comienzo de mi pontificado— algunos puntos esenciales sobre el amor que Dios, de manera misteriosa y gratuita, ofrece al hombre y, a la vez, la relación intrínseca de dicho amor con la realidad del amor humano. La segunda parte tendrá una índole más concreta, pues tratará de cómo cumplir de manera eclesial el mandamiento del amor al prójimo. El argumento es sumamente amplio; sin embargo, el propósito de la Encíclica no es ofrecer un tratado exhaustivo. Mi deseo es insistir sobre algunos elementos fundamentales, para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino.
Reflexión Teológica
Voy a tomar como base de mi reflexión el versículo que S.S. el Papa tomó como inicio de su primera encíclica: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor; y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él .
Amor, dulce palabra, pero realidad más dulce todavía. Es difícil hablar de él siempre, pues llevamos entre manos muchas cosas y nos tensan muchas ocupaciones que impiden que nuestra lengua hable continuamente del amor, que sería lo mejor que podría hacer. Pero aunque no podamos hablar siempre de él, lo que sí podemos hacer es vivir siempre en él. El amor es una perla preciosa que si no se posee, de nada sirve el resto de las cosas. Y si es lo único que se posee, sobra todo lo demás. Cualquier otra preocupación que no sea este único amor, es superflua; todo lo que no sea el infinito mismo es demasiado pequeño para el corazón humano: ¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre .
Pues para que experimentemos siempre este amor, Cristo, aunque està en el cielo, sigue en la tierra identificado con los que pasan hambre y sed. Cristo, aún estando sentado a la derecha del Padre, sigue teniendo hambre y sed de pan y agua, y sigue como peregrino en la tierra.
Qué gran oportunidad nos da Dios de encontrarnos con Cristo en nuestros hermanos que sufren cualquier tipo de mal. La injusticia generalizada, la extrema pobreza, las diferencias injustas entre ricos y pobres, la falta de educación, la desintegración familiar hacen oír al creyente la voz de Dios por los que no tienen voz.
Desde el seno de los diversos países está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos . La Conferencia de Medellín apuntaba ya la comprobación de este hecho: un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte.
El clamor pudo haber parecido sordo entonces (1968). Ahora (1979) es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante .
Los creyentes de estos pueblos creen no solo que esta situación de injusticia les ha hecho más capaces y sensibles para escuchar la voz de su pueblo; sino que es un “signo de los tiempos”, que leída a la luz de la fe pone de manifiesto la voz de Dios. Esta voz de Dios se manifiesta como preferencia de Dios por los que sufren.
La fe católica se inclina a ver en el grito de un pueblo, en el clamor claro, creciente, impetuoso y amenazante, la misma voz de Dios. Jesús se identificó en su vida con los que sufrían. Asumió en la Encarnación todo lo humano, excepto el pecado. Dio contestación con su vida, muerte y resurrección a todos los deseos y anhelos de liberación. El creyente ve en los hombres que sufren, y reconoce en sus rostros, los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que le interpela y cuestiona. Más aún: el Hijo de Dios que se ha hecho pobre por amor a nosotros, quiere ser reconocido en los pobres, en los que sufren o son perseguidos: cuantas veces hicisteis esto a uno de estos, mis hermanos, a mí me lo hicísteis .
Este pueblo sufriente que grita hoy es el mismo que gritó en Egipto y es este mismo el Dios, que ha escuchado el grito de su pueblo en Egipto y ha bajado a liberarlo; es el mismo Dios que hoy escucha nuevamente las peticiones de auxilio de los pueblos subdesarrollados. Es el mismo Dios el que se manifiesta, ayer y hoy, por los profetas con su voz airada frente a las injusticias, contra el lujo, y la avidez. Es el mismo que garantiza la justicia, el que protege al huérfano y a la viuda, el que defiende al oprimido. Pero es aún más: es el que se identifica, habiéndose hecho hombre, con los hombres y levanta su voz a Dios como hombre por los hombres. Él cuyos ruegos, súplicas y clamores son escuchados , es el mismo que levanta hoy la voz de súplica por sus hermanos afligidos. Jesucristo es la Palabra del Padre a los hombres; pero es también la palabra de los hombres al Padre, que Él articula y hace llegar a oídos paternos. La Iglesia mantiene a toda costa como verdad revelada en el Evangelio, la presencia de Jesucristo en los pobres. Y Jesucristo en su muerte silenciosa por los hombres dijo al Padre la aceptación de su voluntad; pero también gritó al mundo la gravedad de la situación de pecado en que se encuentra.
Estas ideas son el bosquejo del trabajo de evangelización de estos ambientes, que nunca será fácil, pero siempre posible.
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor; y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él . Con estas palabras, el Papa nos hace escalar las más altas cumbres de la mística, la Teología del Amor. En efecto, la posesión mutua permanente es el anhelo último, el sueño profundo de todo creyente que vive a plenitud su vida cristiana: Una cosa he pedido a YHWH, una cosa estoy buscando: morar en la Casa de YHWH, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura de YHWH y cuidar de su Templo . Pero, si este es el deseo innato que tiene la criatura de ver a su Señor, es más intenso el anhelo que tiene YHWH de morar con los hombres. Refiriéndose a la Sabiduría personificada, leemos en el texto sagrado: Mis delicias están con los hijos de los hombres . Increíble misterio de amor de Dios hacia nosotros: que la criatura anhele ver a su Creador y estar con Él, es cosa natural; pero que Dios, el Creador del universo, el tres veces santo, cuya gloria no se puede ver y seguir viviendo, a quien los cielos y los cielos de los cielos no pueden contener, ni el espacio sostener, ¿será posible que este Dios habite con los hombres sobre la tierra?
El amor humano no está satisfecho hasta que se dé la entrega mutua total del uno al otro: Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo. ¡Oh, ven amado mío, salgamos al campo! Pasaremos la noche en las aldeas. Ahí te entregaré el don de mis amores. ¡Ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre! Podría besarte al encontrarte afuera sin que me despreciaran. Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granadas .
El amor humano es una débil imagen de lo que hace el amor divino. Lo más que puede desear el amor humano, sin lograrlo, es fundirse en una sola persona los seres que se aman. En cambio, el amor divino realiza esta fusión íntima y total en uno solo, teniendo como modelo la unidad trinitaria: Como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros… yo les he dado la gloria que tú me diste para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ti y tú en mí para que sean perfectamente uno . Y esta unidad trinitaria entre Dios y el alma se realiza a través de la fuerza del amor: Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
Vivir de Dios solo y solo para Dios, no desear sino a Dios, no saber sino de Dios, no poseer sino a Dios, no desear nada fuera de Él y no llegar hasta las criaturas sino en Él y por Él. He aquí el destino de nuestra vocación como creyentes.
Estos pensamientos sobrepasan infinitamente el entendimiento del hombre carnal: son necedad para él; en cambio, el hombre espiritual, el hombre dotado de Espíritu, él lo capta todo porque tiene la mente de Cristo .
Un alma tal no pertenece ya a las generaciones de la tierra, no es hija de la carne ni de la sangre ni por voluntad de hombre, sino que a cada instante nace de Dios . Vive de la vida divina, conoce a Dios con la misma ciencia con que Él se conoce, le ama con el mismo amor con que Él se ama. En ella se verifica la palabra profética: Habitaré en ti porque te he escogido, serás mi reposo por toda la eternidad; como el esposo se regocija con su esposa, tú serás la alegría de tu Dios .
“Esto sabe a vida eterna” .
Pero para tener estas experiencias místicas de unidad trinitaria, es necesario conocer y experimentar el amor de Dios en nosotros: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. En efecto, nadie da lo que no tiene. Y si nosotros no experimentamos y no hemos recibido este amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo , ¿cómo es que pretendemos darlo, si no lo tenemos? ¡Vana ilusión!
Un breve comentario acerca de las siguientes palabras del Papa: Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás.
En verdad, como hemos dicho el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espìritu Santo que se nos ha dado. ¿Còmo te imaginas que se derramò en nosotros el amor de Dios? La Sabiduría eterna ha querido que en el momento màs importante de la vida de su Hijo, la pasiòn y muerte, diera rienda suelta a la impetuosidad de su amor para hacernos sensible esa especie de locura. Su amor se desbordò sobre nosotros como cuando se rompen los diques de una enorme presa y sus aguas contenidas arrasan con todo lo que encuentran a su paso. ¿Serà posible que no experimentemos ese infinito amor? ¿Serà posible que, en un dìa lluvioso, salgamos a la calle y no nos mojemos? ¿Serà posible que metamos nuestra mano en un horno encendido y no nos quememos? ¿Serà posible que no sintamos nada al acercarnos a este Cristo, en cualquiera de sus presencias?
Este amor, del cual Dios nos colma, nosotros lo debemos comunicar a los demás.- San Pablo nos dice: ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulaciòn nuestra para poder nosotros consolar a los que estàn en toda tribulaciòn, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, asì como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda tambièn por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvaciòn vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro… . Què fácil debe ser dar nosotros un poco de lo mucho que hemos recibido: una palabra de ànimo, un saludo cordial, un escuchar al que quiere hablar, un caminar juntos, un libro prestado, una pena aliviada, el trabajo diario bien hecho, la responsabilidad desempeñada, la alegrìa expresada, la sonrisa sincera, la oraciòn compartida…: todo esto es dar.
c.p. Pedro Peredo Fernández
Instituto Bíblico ‘PABLO DE TARSO’
Comentarios a: pef@alestra.net.mx
Tema de la siguiente semana:
‘Deus Caritas Est’: Nùms. 7,9,12.