En este día, 5 de septiembre del año del Señor 2010, celebramos el domingo XXIII del Tiempo Ordinario en nuestra liturgia católica. El evangelio está tomado de san Lucas (14, 25-33) y nos habla de las condiciones para poder ser discípulo de Jesús.
Las condiciones del seguimiento de Cristo
Hemos comenzado ya septiembre, el Mes de la Patria y noveno mes de este significativo año del Bicentenario de nuestra Independencia como nación mexicana. Han sido doscientos años de un camino heroico, sufrido y frecuentemente escabroso. Nuestra Iglesia Católica, como jerarquía y, sobre todo, como Pueblo de Dios, ha colaborado significativamente en esta epopeya con grandes personajes como Miguel Hidalgo, Padre de la Patria, José María Morelos y muchos sacerdotes más que decidieron participar en la lucha armada, con el consiguiente distanciamiento doloroso de sus propios obispos.
La historia de México, escrita por los vencedores, se ha caracterizado por muchas omisiones e injusticias que no nos han permitido contar con una visión objetiva y serena de nuestra identidad nacional.
En este día, 5 de septiembre del año del Señor 2010, celebramos el domingo XXIII del Tiempo Ordinario en nuestra liturgia católica. El evangelio está tomado de san Lucas (14, 25-33) y nos habla de las condiciones para poder ser discípulo de Jesús. Concretamente, en este texto se presentan tres actitudes complementarias que deben caracterizar la vida de cualquier seguidor de Jesús. La primera exige la plena disponibilidad de poner en segundo término los fortísimos lazos familiares y hasta la propia vida: «Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aun, a sí mismo, no puede ser mi discípulo». Vivir al lado de Jesús significa un cambio de perspectiva en cuanto a las relaciones humanas y los afectos familiares que toman carácter de medios y no de fines en sí mismos.
Una segunda condición consiste en tomar la propia cruz para ir con Jesús. Esta expresión de Lucas se refiere principalmente a la negación de sí mismo para compartir totalmente el camino de Jesús. La cruz indica, sobre todo, la proximidad a las actitudes de Jesús y la disposición de acompañarlo, incluso en la donación de la propia vida. Tomar la cruz significa comprender como Jesús la voluntad de Dios Padre y subir con Él a Jerusalén para conseguir la plena realización de la propia misión, sin temor a la muerte y con la firme esperanza de la feliz resurrección.
La última condición consiste en renunciar a las riquezas, a los propios bienes. El evangelio de Lucas es el que más insiste en la incompatibilidad entre el servicio de Dios y la dedicación a los bienes materiales. Éstos fácilmente atraen y esclavizan el corazón humano y lo alejan de la atención a Dios, que debe ser total y absoluta. Para el discípulo de Cristo, el dinero siempre tendrá categoría de medio y nunca de ser un fin en sí mismo para no caer ni en idolatría ni en soberbia.
Las dos pequeñas parábolas que nos presenta el evangelio de hoy nos ilustran la sabiduría y la seriedad con que debe tomarse el seguimiento de Cristo. Un buen discípulo de Jesús no debe actuar simplemente por impulsos y corazonadas sino a base de un bien calculado programa de compromisos. La seriedad en el cálculo de los gastos y en los preparativos para la batalla es una clara advertencia a los discípulos de todos los tiempos. No tenerlos en cuenta equivaldría a caer en el ridículo y en el desprestigio. Lo que bien comienza bien acaba y las opciones de vida han de ser pensadas, sopesadas, discernidas, consultadas y, finalmente, decididas con generosidad y entusiasmo.
+ Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa