En la raíz de la nueva evangelización y de la vida moral nueva, que ella propone y suscita en sus frutos de santidad y acción misionera, está el Espíritu de Cristo, principio y fuerza de la fecundidad de la Santa Madre Iglesia, como nos recuera Pablo VI: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo”.
El numeral 108 de la encíclica Veritatis Splendor, nos interpela como el elemento que no debe de ser excluido de esa nueva evangelización, nueva en todos los sentidos por tanto, la acción del Espíritu Santo también infunde nuevos aires y vientos para con el hombre.
Al Espíritu de Jesús, acogido por el corazón humilde y dócil del creyente, se debe, por tanto, el florecer de la vida moral cristiana y el testimonio de la santidad en la gran variedad de las vocaciones, de los dones, de las responsabilidades y de las condiciones y situaciones de vida.
Poseer el Espíritu de Jesús si es digno de alabar y de bendecir, sin embargo la gran responsabilidad que implica esa relación con el hombre, pues quién se deja mover por el Espíritu convierte en el hombre una alma y un espíritu capaces de moldear e intensificar los dones en el agraciado para pode enfrentar la vida.
Es el Espíritu Santo aquel que ha dado firmeza a las almas y a las mentes de los discípulos, Aquel que ha iluminado en ellos las cosas divinas; fortalecidos por El, los discípulos no tuvieron temor ni de las cárceles ni de las cadenas por el nombre del Señor, más aún, despreciaron a los mismos poderes y tormentos del mundo, armados ahora y fortalecidos por medio de El, teniendo en sí los dones que este mismo Espíritu dona y envía como alhajas a la Iglesia, esposa de Cristo. En efecto, es El quien suscita a los profetas en la Iglesia, instruye a los maestros, sugiere las palabras, realiza prodigios y curaciones, produce obras admirables, concede el discernimiento de los espíritus, asigna las tareas de gobierno, inspira los consejos, reparte y armoniza cualquier otro don carismáticos, y por esto, perfecciona completamente, por todas partes y en todo, a la Iglesia del Señor.
No nos extrañe pues que el Espíritu santo marque la pauta en la vida del hombre, si la firmeza se pudiera entender de manera sencilla, estaríamos contentos con la firmeza y fortaleza en la vida nuestra, el Spíritu santo tendrá enseñanza y riqueza para quién se deje conducir.