A la escucha del maestro
III UNIDAD
EL APRENDIZAJE
DE LA LECTIO DIVINA.
Una vez reconocida la dinámica propia de la Lectio Divina podemos comenzar su aprendizaje.
La Lectio se aprende por el ejercicio continuo, preferentemente diario. Mejor aún si se cuenta con el apoyo de un acompañante con quien compartir este camino de oración.
En un intento por diseñar el itinerario y de dar algunas indicaciones prácticas para su pleno desarrollo, presentaremos a continuación el proceso de una Lectio según los cuatro movimiento de lectura – meditación – oración – contemplación, pero comenzaremos primero por la necesaria etapa de preparación.
La experiencia de la Lectio Divina va más allá de sus cuatro movimientos. Se pueden desarrollar otros tantos momentos en la medida en que se progresa en el camino espiritual. Por eso ofrecemos luego algunas direcciones en que se prolonga la Lectio en la vida espiritual.
Para finalizar trataremos de responder a tres interrogantes que, con frecuencia se preguntan, los que ejercitan la Lectio Divina.
Por razones pedagógicas nuestras indicaciones se orientan ante todo a la praxis “personal” de la Lectio. Sin embargo, tenemos muy presente que el lugar propio de la Palabra es la Comunidad. Por eso, más adelante veremos cómo convertirla en experiencia comunitaria.
A. La Preparación para entrar en la Lectio Divina: la “soledad sonora”.
“El Maestro está allí y te llama” (Juan 11,38).
La preparación es decisiva para el éxito de la Lectio Divina. Para poder escuchar a otro, primero hay que bajar el tono de la voz, hacer silencio, concentrarse. El clima ideal para la Lectio es lo que san Juan de la Cruz llamó la “soledad sonora” (Cántico 15), es decir, callar el ruido de tantas voces que nos invaden para captar el dulce silbido del Espíritu en la Palabra de Dios.
Podemos considerarnos preparados cuando hayamos logrado entrar en este silencio receptivo, atento, consciente de la presencia poderosa de Dios que viene amorosamente a nuestro encuentro con el don de su Palabra.
Muchas veces este momento llega a ser un verdadero combate espiritual. Especialmente en aquellos días en que tenemos muchos compromisos o tenemos algún problema o estamos cansados o venimos de alguna actividad agitada. Gracias a Dios, habrá días en que será relativamente fácil entrar en la Lectio. Lo importante es tener presente que…
No es posible entrar en la inteligencia del texto sin
el corazón pacificado y poseído por el Espíritu Santo.
(Ver Luc 24, 36.45.49)
Retengamos estos dos aspectos: pacificación del corazón y posesión del Espíritu de Dios. Cada uno, a partir del conocimiento y del control que tiene de sí mismo y de su experiencia de Dios, podrá encontrar la manera de realizar esta preparación. Con todo, quisiéramos dar algunas sugerencias:
1. La pacificación del corazón.
El corazón es, por decirlo así, el órgano de la Lectio. Tal como lo enseña la Biblia, el corazón es lo más íntimo de nuestra personalidad, la profundidad de nuestra conciencia (ver Mc. 7,21). Es allí donde el Señor quiere comenzar a hablar, a poner su toque creador y transformador.
Como en la parábola de la semilla, se necesita un terreno preparado: “las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias ahogan la Palabra, y ésta queda sin fruto”. (Mc. 4,19)
Es el mismo Señor quien nos invita amablemente, como lo hizo con Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria”. (Lc. 10, 41ss). Su instrucción es clara: “entra en tu cuarto” (Mt. 6,6), o sea, en el espacio de tu intimidad, en el lugar de tu corazón.
Podríamos presentar la exhortación del Señor en breves imperativos didácticos útiles para nuestra preparación:
? “¡Entra en tu cuarto!”. Conoce el espacio donde vive tu intimidad, refúgiate allí, busca el silencio, la soledad.
? “¡Delimita tu tiempo!”. No muestres la mezquindad de tus afanes, sé generoso porque tu tiempo es de Dios.
? “¡Ayúdate de algo!”, si es que lo consideras necesario, por ejemplo: de un icono, de la luz de una vela, de una cruz, quizá un poco de música…. Recuerda que es apenas una ayuda
? “¡Interroga tu corazón!”. Toma consciencia de la manera como te presentas ante Dios, cómo estás ahora y a qué estás dispuesto en esta Lectio. Entra en oración en tu propia realidad, con todo lo que eres. Acuérdate de tu pueblo, también por amor a él buscas al Señor.
? “¡Suplica!”, como el rey Salomón: “dame un corazón que sepa escuchar…. para discernir”. (Cfr. 1 Reyes 3,9).
Y una sugerencia práctica: escucha tu propia respiración, siente su ritmo. Esto ayuda a la concentración. El ritmo de la respiración es como el termómetro de nuestro estado de ánimo, de nuestra situación de paz. A veces estás agitado… Toma conciencia de esto y ayúdate.
Cuando arrojamos una piedrecita al lago, estando sus aguas tranquilas, sus ondas son más nítidas y las vemos expandirse hasta besar los extremos.
2. La invocación del Espíritu.
Así como en la celebración de la Eucaristía es la acción del Espíritu Santo la que obra la transformación de las especies de pan y vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, así este mismo Espíritu es el que modela en toda la Iglesia el Cuerpo de Cristo. En la Lectio vivimos este influjo poderoso del Espíritu Santo que nos conduce a la “Verdad Completa” (Jn 16,13), es decir, a Jesús en las Escrituras; y lo actualiza en nosotros. El Espíritu es el “Paráclito” , el asistente del lector – orante y por eso lo invocamos. (Ver Jn 14,23; DV 12).
San Pablo le señala a los lectores de la Biblia que “la letra mata pero el Espíritu da vida” (2 Cor. 3,6). Lo importante no es el texto sino el hecho de llegar a ser Biblias vivientes: “Evidentemente ustedes son una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones”. (2 Cor.3,3). Con la invocación del Espíritu se marca el punto de partida correcto porque es así como la Lectio comienza a ser “divina”.
La mejor invocación del Espíritu es la que Dios le inspira a cada cual. Todos estamos capacitados para crear nuestro propio “Ven, Espíritu Creador”. Pero, lo sabemos, las oraciones hechas por otros son también escuela de oración, especialmente aquellas que están avaladas por la Iglesia. He aquí una bella oración inspirada en textos bíblicos que nos puede ayudar:
“Dios nuestro, Padre de la luz,
Tú has enviado al mundo tu Palabra,
Sabiduría que sale de tu boca
Y que ha reinado sobre todos los pueblos
De la tierra.
(Eclo. 24, 6-8).
Tú has querido que ella haga su morada en Israel
Y, que a través de Moisés, los Profetas
Y los Salmos,
(Lc. 24,44)
ella manifieste tu voluntad
y hable a tu pueblo de Jesús, el Mesías esperado.
Finalmente, has querido que tu propio Hijo,
Palabra eterna que de ti procede (Jn 1,1-14)
Se hiciese carne
Y plantase su tienda en medio de nosotros.
Él, nació de la Virgen María
Y fue concebido por el Espíritu Santo (Lc. 1,35)
Envía ahora tu Espíritu sobre mí:
Que Él me dé un corazón capaz de escuchar
(1 Reyes 3,9),
me permita encontrarte en tus Santas Escrituras
y engendre tu Verbo en mí.
Que el Espíritu Santo levante el velo de mis ojos
(2 Cor 3, 12-16).
que Él me conduzca a la Verdad Completa
(Jn. 16,13)
y me dé inteligencia y perseverancia.
Te lo pido por Jesucristo, nuestro Señor,
Que sea bendito por los siglos de los siglos.
Amén”.
(E. Bianchi)
En lugar de una oración elaborada, se puede hacer una simple invocación en forma de jaculatoria a partir del Salmo de la Lectio Divina, el Salmo 119 (118). Por ejemplo, se puede repetir esta frase al ritmo de la respiración: “Te invoco con todo el corazón, Señor, y guardaré tus preceptos” (Sal. 119, 145); o esta otra: “Mira que amo tus ordenanzas, Señor, dame la vida por tu amor” (Sal. 119, 150. De esta manera suplicamos el don del Espíritu. El Salmo 119 será siempre una cantera de sugerencias para esta oración al comienzo de la Lectio Divina.
B. Los cuatro movimientos de la Lectio Divina.
1. “Buscad leyendo”.
(Primer movimiento):
La lectura y el estudio de un pasaje escogido es la base de toda la Lectio Divina.
Abrimos el texto con mucho respeto. En este momento cada letra, cada signo de la Escritura vale mucho. Los antiguos veneraban las Escrituras casi como la misma Sagrada Eucaristía, no se puede dejar perder ni una migaja.
El respeto al texto se expresa en la renuncia a la imposición de cualquier idea previa, a quitarle o acomodarle nada. Queremos que éste brille solo; que él hable primero. Buscamos una lectura objetiva, cuidadosa, humilde, siendo conscientes de nuestra ignorancia y de nuestra necesidad de ella. Sucede, a veces, que se trata de un pasaje ya conocido. Entonces habrá que decir como santa Teresita: “Más me vale leer mil veces los mismos versículos (del Evangelio) porque cada vez les encuentro un sentido nuevo”.
Lo que hay que hacer es leer lentamente desde el comienzo hasta el final, releerlo y volver a hacerlo una vez más. Poco a poco los detalles van apareciendo y cada palabra va haciendo sentir su peso. Las letras se vuelven imagen, comienzan a hablar y nosotros nos vamos apropiando de ellas.
Buscamos hacer nuestro propio estudio del texto. Hay muchos estudios ya hechos que pueden ser útiles. Sin embargo, lo importante es que este es nuestro turno y que vale mucho el ser curiosos, inquietos, insatisfechos. Entramos en la Escritura como buscadores, como decía san Juan de la Cruz: “sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía” (Subida, 3).
Nuestra obsesión en este primer movimiento es preguntarnos:
¿Qué dice el texto?
Cuatro indicaciones sencillas nos pueden ayudar:
a. Captar las ideas principales:
• Retener las voces fuertes del texto: con lápiz en mano, subraya la(s) frase(s) que más te impactan.
• Subdividir el texto: mientras más subdividido, mejor. Es como un paz que se come en pequeños trozos.
• Distinguir quién habla y de qué cosa habla: si es un narrador o es un actor; quién es este personaje, cuáles son sus características. No será nunca lo mismo cuando habla Jesús que cuando habla otro.
• Ayudarnos de nuestra propia práctica de lectura: para tratar de intuir qué es lo fundamenta y qué es lo secundario. Se aplica todo lo que se sabe.
b. Profundizar:
• Hacer preguntas pertinentes sobre el texto
• Leer las notas de pie de página de la versión que tenemos.
• Consultar los posibles textos paralelos u otras referencias que se indican en la versión. Tal vez conozcas otras.
• Remitir a algún comentario, cuando lo tenemos a la mano.
c. Sentir el texto.
Dar espacio a nuestra propia emoción. Quizás haya una frase, que, aunque sea secundaria, nos ha impactado. Pues bien, hay que apropiársela. Dios me habla en ella. Lo importante es respetar siempre su sentido dentro del contexto: que sea lo que ella dice y no lo que yo quiero que me diga. Respetar el contexto es la regla primera de la lectura de la Biblia.
d. Apropiárselo.
• Leer en voz alta el pasaje. Así podremos sentir mejor la emoción de las palabras, su ritmo, su respiración, su énfasis, sus silencios. Cada página de la Biblia tiene su originalidad. Nunca nos cansará este ejercicio.
• Repetir una frase o una idea que sintetiza nuestra lectura. Repetirla hasta memorizarla.
• Tratar de representar el texto en nuestra imaginación (cuando el pasaje es narrativo): Con una reconstrucción de la escena, colocándonos en la piel de los personajes. Un poco de fantasía nos da la sensibilidad del texto, ¿qué habríamos dicho nosotros?. ¿Cómo nos habríamos comportado?
• Escribir de nuevo el pasaje: es una antigua práctica que ayuda a la identificación con el texto. Decía Casiano: “penetrados de los mismos sentimientos con que fue escrito el texto, nos volvemos, por así decir, sus autores”.
Y existen todavía muchos otros recursos que podemos utilizar para nuestro estudio del texto. No hay que hacerlo todo. Basta con lo que sea útil para, “comerse el texto”. (Más adelante daremos otras pistas)
Este momento de estudio es tan rico que corre el riesgo de extenderse indefinidamente sin llegar a sacar el fruto espiritual de la lectura. Por eso hay un momento que hay que detenerse.
¿Cuándo parar? Démonos el tiempo suficiente para el estudio personal del texto. Pero una vez que este comienza a ser nuestro, cuando una idea queda repicando y comienza a resonar en el corazón, es el momento de parar. Esta es la idea que será el centro de nuestra Lectio, la que será la manifestación del amor del Señor en nosotros.
Ya estamos en el segundo movimiento. Es el momento de cerrar la Biblia e inclinar la cabeza ante el Señor.
2. “…Hallareis meditando”
(Segundo movimiento)
La meditación es el efecto natural de la lectura: viene dentro de la lectura desde el momento en que esta ha comenzado a impactarnos haciendo que ya no solo hablemos del texto sino también de nosotros. La Palabra de Dios se vuelve nuestro espejo.
La meditación se hace con la Palabra todavía caliente, resonando en el corazón. Todo este movimiento se realiza en la interioridad. Hay quien lo compara con el comienzo de la gestación. A san Clemente de Alejandría le parecía ver al lector que entraba en la meditación como al picaflor que después de picar las flores se recoge para dejar que el néctar se transforme en alimento.