10) La consolación no es algo distinto del amor divino, si¬no la misma relación amorosa de los hijos con el Padre, de los hermanos entre sí, es la comunión divino humana en la caridad. El gozo y la paz no son sino frutos de la caridad. Y es ese gozo de la caridad, el que hace fuertes en la tribulación.
1 Puede verse el capítulo “Ungido contra Ungido” en nuestro libro: Mujer: ¿por qué llo¬ras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia, Lumen, Buenos Aires, 1999.
11) El Apocalipsis nos presenta la consolación definitiva y final como obra de Dios que se hace presente para consolar, y en cuya presencia amorosa consiste el gran consuelo para los que lo amaron: “El Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios en-jugará toda lágrima de sus ojos” (Apocalipsis 7, 17). “Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos” (Apocalipsis 21, 3b-4).
4. El llanto de los discípulos y la promesa del Consolador
12) En la última cena, Jesús le anuncia a los discípulos es¬ta misma Bienaventuranza. Les advierte que llorarán pero les pro¬mete que serán consolados: “vosotros lloraréis y os afligiréis y el mundo se alegrará, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16, 20) “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito, el Consolador, pero si me voy, os lo enviaré” (Juan 16, 7).
13) Jesús enseña que la tristeza de los discípulos es santa en medio de los gozos del mundo. La Iglesia y el mundo tienen go¬zos y tristezas opuestas. Y este hecho lo explicará Pablo: “La car¬ne tiene apetitos contrarios al Espíritu y el Espíritu apetitos contrarios a la carne, como que entre sí son opuestos” (Gálatas 5, 17).
5. El llanto y el consuelo de María
14) Esta tristeza santa de los discípulos, que desemboca en consuelo, fortaleza y gozo, es una tristeza propia de la Iglesia peregrina tiene su prototipo en la tristeza y consolación de María a los pies de la cruz.
15) Jesús, en la última cena, parece aludirla por adelantado cunda dice, hablando de la aflicción de los discípulos en térmi¬nos que hacen pensar que ya preveía también la de su Madre: “la Mujer cuando da a luz está triste porque le ha llegado su hora, pero cuando el niño le ha nacido, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Juan 16, 21-22).
16) Al señalar a Juan desde la cruz y darlo como hijo a Ma¬ría: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, Jesús se señala a sí mismo ante María, la remite a sí mismo, no tal como lo ve crucificado en su Hora, sino tal como lo debe ver glorificado en los suyos, en los que el Padre le ha dado como gloria que le pertenece. Y la remi¬te a ella misma: no según su apariencia de Madre despojada de su único Hijo, humillada Madre del malhechor ajusticiado, sino según su verdad: primeriza de su Hijo verdadero, nacido en la es¬tatura corporativa -inicial, es verdad, pero ya perfecta- de Hi¬jo de Hombre.
17) María como nueva Eva, esposa del Mesías, es constitui¬da como Madre de una humanidad nueva de hijos de Dios. El apelativo Mujer, que Jesús le da desde la Cruz, revela la identi¬dad de María. Por un lado, la revela como la Nueva Eva que na¬ce del costado del Nuevo Adán, abierto en la cruz por la lanza del soldado. Como nueva Eva ella celebra a los pies de la cruz un misterioso desposorio con el nuevo Adán, que la hace Espo¬sa del Mesías en las Bodas del Cordero. Allí por fin, Jesús la ha¬ce y proclama madre, parturienta por los mismos dolores de la redención que fundan su título de corredentora. Madre de una nueva humanidad, de la cual Juan será el primogénito y el repre¬sentante de todos los creyentes.2