La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver.
Esto mismo es lo que recordamos en nuestros antepasados.
Por la fe Abrahán, llamado por Dios, obedeció la orden de salir para un país que recibiría en herencia, y partió sin saber adónde iba.
La fe hizo que se quedara en la tierra prometida, que todavía no era suya. Allí vivió en tiendas de campaña, lo mismo que Isaac y Jacob, a los que beneficiaba la misma promesa.
Pues esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Por la fe pudo tener un hijo a pesar de su avanzada edad y de que Sara era también estéril, pues tuvo confianza en el que se lo prometía.
Por eso de este hombre únicamente, ya casi impotente, nacieron descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo e innumerables como los granos de arena de las orillas del mar.
Todos murieron como creyentes. No habían conseguido lo prometido, pero lo habían visto de lejos y contemplado con gusto, reconociendo que eran extraños y peregrinos en la tierra.
Los que así hablan, hacen ver claramente que van en busca de una patria;”
pues si hubieran añorado la tierra de la que habían salido, tenían la oportunidad de volver a ella.
Pero no, aspiraban a una patria mejor, es decir, a la del cielo. Por eso Dios no se avergüenza de ellos ni de llamarse su Dios, pues él les preparó la ciudad.
Por la fe Abrahán fue a sacrificar a Isaac cuando Dios quiso ponerlo a prueba; estaba ofreciendo al hijo único que debía heredar la promesa,
y Dios le había dicho: Por Isaac tendrás descendientes que llevarán tu nombre. Abrahán pensó seguramente: Dios es capaz de resucitar a los muertos. Por eso recobró a su hijo, lo que tiene un sentido para nosotros.
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México