En primer lugar, previa comprobación correspondiente, reconocer la falta – no ocultarla nunca. A continuación ponerla en conocimiento del Obispo, y posterior a su comprobación definitiva, exigir la reparación correspondiente: separación de la parroquia, denuncia al juzgado si la falta lo requiere, separación del sacerdocio, etc. Los creyentes tenemos ciertas obligaciones para con nuestros sacerdotes: Ante todo, rezar por ellos continuamente; después, ayudarlos, animarlos, estimularlos y acompañarlos en su duro trabajo. Se encuentran demasiado solos como hombres. Cuando fallen, es nuestro deber, con toda delicadeza, pero con toda la energía precisa, exigirles, reprenderles, corregirles y ayudarles a salir del bache. Por supuesto, esto se hará siempre a solas para que no se resienta su prestigio ante los fieles. Si es preciso, poner el caso en manos del Obispo. Tapar caritativamente sus defectos, hasta donde sea posible, como haríamos con nuestros padres. Los fieles tenemos que ser exigentes, muy exigentes con nuestros sacerdotes, sin olvidar aplicarnos esa misma exigencia respecto a nuestras obligaciones como creyentes. Por supuesto, no exijamos a los hombres y mujeres de este mundo, lo que no pueden dar.
Una cosa es la caridad y el amor que debemos a nuestros pastores, y otra muy distinta lo que puede llegar a ser complicidad en hechos reprobables por una prudencia, que no es más que simple cobardía a enfrentarnos con tabúes que no tienen por que existir, y que están haciendo mucho daño a la Iglesia. La responsabilidad alcanza también a los Obispos y superiores de sacerdotes no aptos, que continúan años y años en parroquias en las que por su incapacidad no hacen más que alejar a sus feligreses de Dios, en vez de llevarlos a El.
A la hora de tomar decisiones, sigue existiendo demasiado “corporativismo”, y demasiada falta de coraje en la Iglesia, que intentamos justificar bajo capa de prudencia y caridad. Jesús también supo coger el látigo cuando hizo falta. Fustigó duramente a los fariseos. No olvidemos que el fariseísmo es un pecado típico de los hombres de Iglesia.
En definitiva, ante un escándalo, recordemos que curas y laicos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, … pero de barro.
Alejo Fernández Pérez
Catedrático
Mérida, España